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Crítica: Alondra de la Parra dirige la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid

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Autor: Óscar del Saz
23 de diciembre de 2025

Crítica de Óscar del Saz de la Novena sinfonía de Beethoven, con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid [ORCAM] dirigida por Alondra de la Parra

Alondra de la Parra

Dirigir y prever retos


Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 22-XII-2025. ORCAM. Auditorio Nacional de Música. Concierto Sinfónico con el sobretítulo de «Una Sinfonía para el Mundo». Sinfonía n.º 9, op. 125, «Coral», de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Serena Sáenz (soprano), Judit Kutasi (mezzosoprano), Andrés Moreno (tenor), Matthias Goerne (barítono). Selección de villancicos con arreglos de J. J. Colomer. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. «Coro Abierto» y Grupo de percusión «A tu Ritmo», pertenecientes al Proyecto Social de la ORCAM. Javier Carmena, director del Coro de la ORCAM. Alondra de la Parra, directora.

   Sin lugar a dudas, La Novena de Beethoven puede considerarse uno de los himnos universales de la Humanidad cuyo principal mensaje fue clamar por la unión de los pueblos. Para la historia representa mucho más que música, pues alberga los símbolos de la libertad, la esperanza y la dignidad humana, con un mensaje cuya vigencia debe seguir necesariamente presente. Beethoven, aun sordo, aislado, creó una obra que sigue hablando al mundo entero, recordándonos que la música puede ser el lenguaje más poderoso de la humanidad.

   Cuando Beethoven estrenó su Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, en 1824, no fue una sinfonía más: la voz humana se incorporaba al género sinfónico, rompiendo las fronteras entre lo instrumental y lo vocal. Utilizando de forma magistral el poema de Friedrich Schiller (1759-1805), «An die Freude (Oda a la Alegría)» (1786), Beethoven proclamó un mensaje que ha trascendido con el rango de «fraternidad universal».

   La monumentalidad de la obra está presente en cada uno de sus cuatro movimientos y recorre un viaje emocional que va desde la oscuridad dramática del primer «Allegro» hasta la luz radiante del final coral. La versión firmada por la directora mexicana Alondra de la Parra -según explicaremos-, y responsable máxima del resultado, tuvo algunos problemas para superar algunos retos sobre los enfoques del cuidado del sonido y el expresivo en alguna de las secciones de la orquesta, en la concepción coral y en la prestación de los solistas. 

   En el primer movimiento, «Allegro ma non troppo, un poco maestoso», que nace del murmullo de los primeros violines, echamos en falta un mayor nervio interno que sostuviera la tensión dramática, con cierta inercia para los contrastes, que deben ser súbitos, en la dinámica. En las secciones de la cuerda grave notamos carencia en los empastes, aunque se mantuvo la firmeza y la transparencia. Los metales, sonaron con la debida potencia y nobleza. 

   Mejor estuvo el segundo, «Molto vivace (Scherzo)», donde se sirvió bien a la velocidad y al vigor rítmico, no perdiendo nunca la claridad. Los contrabajos, protagonistas del «ostinato», sonaron enérgicos, pero un tanto rudos. Bien las maderas, articulando con limpieza, así como la timbalista, en general, exacta.  

   El «Adagio molto e cantábile» resultó en una dilatación correcta pero anodina, sin una suficiente cuota de concentración en la tensión expresiva, si bien se ejecutó correctamente el canto melódico, con fraseo largo y mayestático de las cuerdas agudas -nunca vibradas, siempre afinadas en el pianissimo-. Muy bien respirados los solos de oboe y clarinete. 

   El último movimiento, «Presto-Allegro assai-Allegro assai vivace», tuvo de nuevo problemas debido a la rudeza de la cuerda grave. Bastante mejor fue la contribución de los metales por su empaste y elegante presencia. El cuarteto solista, colocado entre el coro y la orquesta, contribuyó en alguna medida a que la voz del afamado barítono Matthias Goerne, ahora mucho más adecuada para el repertorio Liederístico, no fuera -ni con mucho- lo rotunda, voluminosa, carnosa y con autoridad que requiere ese momento en el que la singularidad de la voz humana surge, después del tutti orquestal, para negar todo lo anterior y decir: «No, no con estos sonidos, busquemos algo más placentero y lleno de alegría», entonando a continuación el poema de Schiller.

   Lo mismo ocurrió, incluso en mayor medida, con la voz del tenor Andrés Moreno, de escucha agradable cuando lo pudo ser, debido a su escasa potencia y deficiente facilidad para la dicción en «Froh, wie seine Sonnen fliegen», al igual que con la mezzosoprano Judit Kutasi, solo audible en un par de compases estratégicos. Muy por encima estuvo la voz de la soprano Serena Sáenz, con resolutiva voz, muy bien emitida, afinada y proyectada en los momentos clave de su parte, aunque adoleció de una mejor dicción para que se entendiese lo que cantaba. Los solistas, funcionando como cuarteto, equilibrados por lo endeble, hicieron que la orquesta hubiera de apianar -en esos momentos- para que fueran audibles.

   En cuanto al coro, compuesto por 57 miembros, número insuficiente para una Novena, preparado por el maestro Javier Carmena, tuvo sus más y sus menos, sobre todo en algunas partes donde el volumen es importante como contribución del coro. Las sopranos sonaron un tanto fatigadas y con falta de frescura en los agudos sostenidos en fortissimo. Las contraltos resultaron desaparecidas, inaudibles. Los tenores tuvieron una presencia vocal a medias, que sobre todo se notó en los ataques enérgicos en agudos, especialmente en «Seid umschlungen». Los bajos y barítonos fue la sección que más cumplió a satisfacción. La coordinación global entre fuerzas masivas (orquesta + coro + solistas) y el cuidado dinámico estuvieron por momentos sin control por parte de Alondra de la Parra.

   La maestra, con fama de directora empática y dialogante, de energía vibrante, no sólo con la orquesta, sino también con el público, de gesto fluido y colaborativo, tuvo en esta ocasión una gran dosis de energía y claridad, pero anduvo alicortada de una «visión arquitectónica», y de atención al sonido y a los balances puestos en juego, más profunda. Desde el punto de vista emocional, en relación con el público, parece que conectó con la mayoría del lleno absoluto de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, saliendo a saludar, junto con los solistas en varias ocasiones. 

   El «Coro Abierto» y el Grupo de percusión «A tu Ritmo», pertenecientes al Proyecto Social de la ORCAM, participaron al final, junto con el Coro y la Orquesta de la ORCAM. El primero, impulsado por la Fundación ORCAM desde 2013, reúne a unas 40 personas con diversidad funcional, provenientes de centros ocupacionales y fundaciones. Dirigido por Carmen Sanchis y acompañado por el pianista Héctor Gutiérrez, este coro ofrece formación vocal regular y, ocasionalmente, cuenta con el apoyo de músicos profesionales de ORCAM. Su misión es doble: visibilizar el talento artístico de los participantes y reforzar sus habilidades sociales, autonomía e integración en la comunidad. El Grupo de percusión «A tu Ritmo», está dirigido por Jorge González y está formado por personas con enfermedad mental grave y utiliza la enseñanza musical como vehículo de rehabilitación psicosocial e inclusión cultural. 

   Como decimos, todas las agrupaciones mencionadas en la cabecera interpretaron villancicos muy célebres -a los que se unieron el tenor y la soprano solistas de la Novena, así como el maestro Carmena-, como «Pastores, venid», «El tamborilero» y «Noche de paz» como propina. A destacar, el segundo, con un curioso arreglo que incluye una fusión con el «Bolero», de Ravel, cuyo tambor (caja) atendió a la famosa rítmica «ostinato» de dos compases repetitivos.  

   A los amables lectores, les deseamos desde esta líneas unas muy Felices Navidades y un Próspero Año 2025.

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