La ópera Alzira de Verdi culmina el proyecto Tutto Verdi de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera [ABAO]
Alzira culmina el Tutto Verdi de la ABAO
Por Raúl Chamorro Mena
Bilbao, 30-IV-2022, Palacio Euskalduna. Temporada ABAO. Alzira (Giuseppe Verdi). Carmen Solís (Alzira), Sergio Escobar (Zamoro), Juan Jesús Rodríguez (Gusmano), David Lagares (Ataliba), Josep Miguel Ramón (Alvaro), Gerardo López (Otumbo), María Zapata (Zuma), Vicenç Esteve (Ovando). Coro de ópera de Bilbao. Bilbao Sinfonietta. Dirección musical: Daniel Oren. Dirección de escena: Jean Pierre Gamarra.
Concluye el gran proyecto Tutto Verdi, que la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera [ABAO] ha llevado meritoriamente a buen puerto durante 16 años, con la ópera más denostada y menos representada de Giuseppe Verdi, Alzira, estrenada el 12 de agosto de 1845 en el Teatro San Carlo de Nápoles. Dado que Verdi fue un genio grandioso, es imposible que no puedan encontrarse bellezas incluso en sus creaciones menos logradas, a pesar de contar, en este caso, con el supuesto repudio del propio autor. Alzira, desde luego, no es una obra maestra, como está de moda proclamar respecto a cualquier obra que se saca del olvido, pero contiene pasajes de indudable interés como la obertura, a pesar de resultar un tanto inconexa en sus tres partes y que fue encargada a Verdi ex profeso por el San Carlo dada la brevedad de la ópera. Asimismo, cabe destacar la cavatina de la soprano, la gran escena del tenor en el segundo acto o el final de la ópera con la redención y muerte de Gusmano, que apela al mejor Verdi. Igualmente, a pesar de la enorme debilidad del libreto, están presentes los conflictos, las pasiones encontradas, que permiten que fluya la fuerza e intuición teatral verdianas. Por tanto, hay que agradecer a la ABAO, pues resulta un acontecimiento, poder ver representada en España, después de una ausencia de casi 170 años, Alzira, una de las creaciones de todo un Titán del teatro lírico como Giuseppe Verdi.
El encargo del Teatro San Carlo de Nápoles motivaba a Verdi por tratarse, junto a La Scala Milanesa, del teatro más importante de Italia y una plaza aún no conquistada por el genio de La Roncole. Asimismo, contaba con un libretista de la talla de Salvatore Cammarano -autor, entre otros, del texto de Lucia di Lammermoor y que colaboró posteriormente con Verdi en óperas como La battaglia di Legnano, Luisa Miller e Il Trovatore- y como base, un drama de Voltaire, Alzire ou les Américans, de cuyos elementos fundamentales -alegato contra la intolerancia religiosa, el color exótico, la teoría del «buen salvaje», que encarna la superioridad moral de los nativos frente a los conquistadores occidentales, en este caso españoles, pues pierden su inocencia y bondad natural a causa de la civilización- apenas quedó nada en el libreto. Ciertamente y por diversas razones, Verdi fue perdiendo interés en el proyecto. Por un lado, pasaba por una época de mala salud, además el libreto resultó decepcionante, esquemático, discontinuo, con unos personajes, especialmente el tiránico gobernador Gusmano, que cambian de actitud de forma tan inopinada como incoherente. Asimismo, Alzira conserva esa estructura -sale un personaje y canta una cavatina y su cabaletta subsiguiente, sale otro y lo mismo, así sucesivamente- que ya pronto sería rechazada por Verdi en la búsqueda de un mayor dinamismo y continuidad dramática. A todo ello hay que sumar que Verdi era plenamente consciente de la existencia en el Teatro San Carlo de facciones que esperaban con «la escopeta cargada» a un compositor del Norte que venía ganando cada vez más fama y prestigio en la península. Los Napolitanos se consideraban la capital europea de la ópera apoyados en la gran tradición de la escuela napolitana, y, además, el bel canto estaba plenamente enraizado en el gusto de la ciudad partenopea. Los triunfos de Rossini, Bellini y Donizetti, estaban aún recientes y músicos como Pacini y especialmente, Mercadante, habían tomado el relevo en el aprecio del público del Teatro San Carlo. Verdi llegaba con nuevas ideas -sacrificando poco a poco los postulados del bel canto al altar de la verdad dramática, en palabras del gran musicólogo Rodolfo Celletti-, lo que no terminó de ser entendido por un público, es preciso insistir, totalmente entregado al virtuosismo belcantista, lo que explica en cierta medida el tibio éxito de la ópera. Si bien el autor confió que se salvara, los fracasos posteriores de Alzira en Roma y Milán la enterraron por completo.
Daniel Oren demostró su total afinidad y dominio del melodrama verdiano con una dirección musical incandescente y teatral, a lo que hay que sumar su atento acompañamiento al canto y el buen rendimiento obtenido de la Bilbao Sinfonietta. En la obertura resultó impecable la prestación de las maderas en el andante y bien subrayado el contraste con el aumento progresivo de la intensidad sonora en el prestissimo y el allegro conclusivo. Los coros guerreros y las cabalette atesoraron el pulso y aliento rítmico adecuados y al gran concertante del final del primer acto no le faltó pulso y progresión. La tensión no decayó en ningún momento para culminar la magnífica escena final con todo el efecto músico-teatral correspondiente. Algún momento desabrido no empañó una buena prestación de un Coro de Ópera de Bilbao, intenso y vibrante.
Tres cantantes españoles defendieron los tres papeles protagonistas. La voz y el temperamento más Verdianos los encarnó Juan Jesús Rodríguez, cuyo timbre ha perdido algo de brillo y tersura, pero campea robusto, recio, sonoro, noble y viril como pudo apreciarse desde su cavatina «Eterna la memoria» y cabaletta posterior «Quanto un mortal può chiedere», en las que el barítono onubense prodigó acentos vehementes, fraseo más elocuente y vibrante que variado, además de lucir su generosa extensión con un impactante ascenso en la cabaletta. Esa crueldad demostrada por el gobernador español Gusmano durante toda la ópera se torna de forma imprevista en clemencia y perdón, con la que parece redimirse en la estupenda escena final -de magnífica imbricación músico teatral- en la que Rodríguez estuvo a la altura, demostrando capacidad para el canto recogido, con apreciable legato y el amplio aliento que requieren las largas frases verdianas. Todo ello bajo la magnífica guía de Oren.
Después de papeles como la Abigaille de Nabucco, la Elvira de Ernani o la Lucrezia Contarini de I Due Foscari, propios de soprano drammatico d’agilità, Verdi repone la soprano tipo angelicato, típica del romanticismo, como protagonista de Alzira. Carmen Solís, dueña de un centro cremoso y mórbido, así como apreciable squillo, excepto en el agudo más extremo al que le falta remate técnico y el sonido no termina de girar, faltándole brillo y punta, garantizó buena línea canora y estimable canto legato, tanto en su aria de salida «Da Gusmano sul fragil barca» como en los dúos con tenor y barítono. Sin embargo, Solís no fue capaz de traducir la escritura virtuosística dedicada por Verdi a la soprano del estreno, Eugenia Tadolini, pasando de puntillas y aliviándose claramente en la cabaletta «Nell’astro che piú fulgido» -sólo una estrofa-, que por sus reminiscencias belcantistas fue de lo que más gustó el público napolitano del estreno.
Gaetano Fraschini, uno de los tenores favoritos de Verdi, encarnó en el estreno al caudillo inca Zamoro, al que su odio al invasor no le impide perdonar la vida al comienzo de la ópera a Alvaro, padre de Gusmano. La ABAO convocó al tenor toledano Sergio Escobar, que cuenta con un material vocal robusto y con cuerpo en el centro. Sin embargo, una técnica somera se traduce en una franja aguda en la que el sonido se estrangula y queda cogido a la gola, sin liberar, ni expandirse. Algún acento impetuoso y una expresión sincera no pudieron disimular un fraseo más bien rudo, al que le falta compostura, clase y fantasía. Asimismo, careció Escobar de unas mayores dosis de garra y ardor en la flamígera cabaletta «Non di codarde lagrime», de la que, lástima no se ofreció el da capo. Entre los secundarios destacó la sana emisión y clara articulación de David Lagares, frente a un Josep Miquel Ramón de emisión más irregular y timbre desgastado. Por su parte, Gerardo López, como Otumbo, como es habitual en él, compensó la modestia de su timbre con unos acentos siempre intencionados y vibrantes como pide la escritura verdiana. Cumplidores María Zapata y Vicenç Esteve.
La puesta en escena de Jean Pierre Gamarra se basa en una relación entre el «robo» de la tierra Inca por parte de los conquistadores y la del amor de Alzira, que pretende llevar a cabo su caudillo Gusmano, pues en el libreto la pasión amorosa, el exaltado triángulo Zamoro- Alzira-Gusmano, es la que permanece fundamentalmente respecto al drama de Voltaire. La plataforma central simboliza esa tierra con la presencia constante sobre la misma de Alzira. Esa plataforma se gira y sale hacia el foso en la escena final evocando quizás la trascedencia del acto de perdón de Gusmano moribundo. Un vestuario sobrio y un movimiento escénico superficial completaron un montaje modesto, pero que permite seguir adecuadamente la obra.
Fotos: E. Moreno Esquivel / ABAO
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