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Opinión: «Encomio de Antonio Gandía». Por Aurelio M. Seco

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Autor: Aurelio M. Seco
15 de junio de 2025

Artículo de opinión de Aurelio M. Seco sobre el tenor español Antonio Gandía

Antonio Gandía

Encomio de Antonio Gandía

Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Antonio Gandía. Este es el nombre sobre el que no hemos podido resistirnos a escribir, tras apreciar cómo cantaba magistralmente el papel de Jorge en Marina, de Arrieta, título que vimos este jueves en el Teatro Campoamor de Oviedo, en una versión lírica general más bien fría y discreta, incluso excéntrica en algún caso, una versión de la que, sin embargo, emergió la voz luminosa de un gran cantante, el mejor sobre escenario, no sólo por cuestiones técnicas sino por potencia poética. 

   Gandía no posee una voz grande, pero tiene la virtud de decir las cosas importantes de manera sencilla y bonita. Quién sólo considera las voces grandes y bellas se pierde algunos de los más destacados talentos de la historia. Siempre se habla de la escasa belleza de la voz de Maria Callas, si las comparamos, por ejemplo, con la de Montserrat Caballé. Pero hay que hilar muy fino y con criterios claros y distintos a la hora de comparar el arte de estas dos cantantes históricas. Hay que ser muy cuidadoso en general al comparar, porque existen voces pequeñas magistrales y profundamente emotivas, voces de niños más importantes que las de cantantes operísticos muy conocidos, y artistas mediocres encumbrados por criterios fingidos. Las cosas hay que valorarlas en su justa medida y siempre con criterios, criterios que pueden estar ejercitados o representados, pero que obligatoriamente deben existir salvo que lo que se quiera es dar la sensación de tener una especie de sabiduría subjetual sapiencial misteriosa digna del más vacuo sofista. Lamentablemente se sigue pensando que esto de la crítica musical es subjetivo sólo porque lo hagan sujetos. 

   Lo que no es subjetivo sino obviamente palpable, aunque sólo para quien lo pueda ver, es la grandeza poética del arte de Antonio Gandía. Hay en él un aspecto autogórico importantísimo, una técnica depurada magistralmente que Gandía se ve que ha aprendido del mayor genio técnico que ha existido, Alfredo Kraus. Y una sencillez preciosa, una serena grandeza, una naturalidad sublime. Existe un vídeo en Youtube, muy interesante, en el que Kraus llama «señora» de aquella forma a la sublime Ileana Cotrubas, cuando ésta daba una clase magistral a un Antonio Gandía jovencísimo, tan tierno, amable y valioso que la desconsideración que mostró Cotrubas entonces nos pareció exagerada, como si sólo se viesen las carencias del joven alumno, pero no sus grandes virtudes, que por lo que hemos visto sigue manteniendo incólumes como parte de su esencia material. Aunque es cierto que técnica e interpretación van juntas, lo hacen de la mano de esa materia propia misteriosa que cada uno arrastramos como parte de nuestra naturaleza. 

   Queremos decir que  no sólo de técnica vive el artista. El arte, que no es un mito, se palpa más allá de la técnica y la tecnología en las instituciones humanas como un proceso institucional abierto y, en gran parte, enigmático. Parece que es el enigma lo que a veces molesta del arte. El reconocer que hay materiales que no conocemos ni podemos objetivar. Hay, sin embargo, quien cree poder saber cómo componía Mozart y pintaba Velázquez. Es el hombre gnoseológico el que habla entonces, a través de un fundamentalismo científico. 

   Gandía, en parte a través del arte de Kraus, revolucionó la función de Marina y transformó Marina en Gandía. En sus apariciones nos parecía que un foco iluminaba únicamente a este gran cantante y ponía en penumbra el resto de la producción. En muchos momentos nos hubiera apetecido oírle a él sólo, sin público, con orquesta o un piano, si el pianista fuera bueno y supiera apreciar la totalidad de lo que tiene entre manos. Pero no como hizo Cotrubas aquel día. Qué importante es saber valorar en su justa medida las cosas. Es tan difícil, también. En ocasiones son detalles los que marcan la diferencia entre lo magistral y lo vulgar. 

   Antonio Gandía. Ese es el nombre que merece hoy nuestro encomio, no por una grandeza genial sustantiva, sino porque, partiendo de ella y la serenidad que aporta, nos muestra de manera clara su propia grandeza. Una personalidad artística preciosa, la de Gandía, humilde y serena, que no sólo cuida la literalidad de cada nota, sino que siembra su sonoridad con un conocimiento de causa técnico que, sin embargo, no sentimos como un fin. Gandía no luce la técnica únicamente para mostrar que la voz está bien colocada o es resonante. Sin menosprecio de ello, hay una calidez alegórica enigmática en su canto que nos atrapó. Cuando Gandía dice «amor», la cosa se sustenta con cierta potencia alegórica, la materia cobra sentido y uno se va atrapando en ese instante, casi infinito, en el que te envuelve el arte cuando se comunica con lo propio. La unión de lo literal, autogórico y alegórico, los tres planos de análisis que Gustavo Bueno nos proporcionó para valorar el arte, nos hablan de cierta sustantividad en la manera de cantar de Antonio Gandia, no sólo porque se sustentó en el arte genial de Kraus, sino porque él mismo, a través de Kraus, nos sustenta un poco a todos.

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