Crítica de Pablo Sánchez Quinteiro del CD grabaco por Orphelion Ensemble con partituras de Martinu, Gliere, Jaffe y Schulhoff, para Brilliant Classics
Entangled strings
Por Pablo Sánchez Quinteiro
CD. Estangled Strings.Martinu, Gliere, Jaffe, Schulhoff. Orphelion: Deborah Gonsalves, violín. Berthold Hamburger, chelo.
Previamente a su brillante incursión en el repertorio camerístico español con la integral de Joaquín Turina, el conjunto Orphelion nos ofreció a principios de año una mirada íntima y comprometida al repertorio para dúo de violín y violonchelo del siglo XX. Con un enfoque que conjuga rigor estilístico y sensibilidad contemporánea, Entangled Strings traza un recorrido por obras que expanden el molde clásico del dúo de cuerda, en un amplio y ameno abanico de límites expresivos.
Se abre el CD con el Dúo n.º 1 de Martinů, compuesto en 1927, obra de intensa modernidad, donde el compositor checo abandona cualquier atisbo de sentimentalismo para entregarse a una escritura desacralizada, nervuda y plagada de aristas, que exige del intérprete una entrega sin concesiones. En manos de Gonsalves y Hamburger, esta partitura cobra una fuerza inusitada: los ataques secos, la tensión contenida, la movilidad rítmica y la disonancia estructural se presentan con una claridad cruda y desafiante. Incluso en los pasajes más densos y fragmentarios, la línea expresiva se mantiene firme, sin extraviarse. El dúo despliega una lectura comprometida, que rehúye la complacencia para construir una experiencia sonora estimulante para el oyente, marcada por un diálogo sin tregua entre lirismo y aspereza. El carácter discursivo y entreverado del Preludium inicial, contrasta con el colosal Rondó, vertiginoso y espectacular epílogo abordado por los intérpretes con una energía cruda, sin adornos, acentuando el juego de ataques, desplazamientos y silencios que convierten esta música en un objeto sonoro siempre áspero, fascinante y por qué no, rebosante de humor. El discurso conjunto sólo se ve interrumpido en su sección central con un abrumador y virtuosístico solo del violonchelo, de un lirismo quebrado y profundo, que irrumpe como una tormenta de subjetividad en medio del engranaje estructural.
Hay que celebrar, sin reservas, la recuperación de una música de este calibre, tantas por desgracia olvidada en el inmenso y aún inexplorado catálogo de Martinů —una obra que va mucho más allá del mero interés por esta peculiar combinación instrumental para convertirse en una referencia ineludible dentro de la música de cámara del siglo XX.
Tras la densidad estructural y expresiva del dúo de Martinů, los ocho Morceaux de Reinhold Glière se presentan como una elección muy acertada en el contexto global del programa, aportando una paleta de colores más amable, pero no por ello menos refinada. Escritas en 1909, estas miniaturas nos ofrecen un recorrido por los ecos de un tardorromanticismo ya crepuscular, salpicado aquí y allá de guiños al clasicismo vienés, ritmos populares y hasta destellos de escritura de salón, que Gonsalves y Hamburger abordan con una mezcla de elegancia, complicidad y flexibilidad expresiva.
El dúo organiza estas piezas en una suerte de dramaturgia interna que, tras el expresionista Prelude, contrapone movimientos lentos de gran cantabilidad y lirismo íntimo -como las tchaikovskyanas Berceuse y Canzonetta- con episodios de mayor vivacidad, como la neoclásica Gavotte, el ansioso Intermezzo, caprichoso Scherzo o los vibrantes Impromptu y Etude, donde los intérpretes despliegan un fraseo ágil, siempre atento a las dinámicas internas y a la interacción tímbrica entre ambos instrumentos. Los movimientos lentos destacan por un uso sutil del rubato y una afinadísima atención al color, mientras que en los rápidos el virtuosismo nunca se impone al carácter.
Lejos de ser meras miniaturas de salón, estos Huit Morceaux revelan una escritura cuidada y efectiva, que permite al dúo demostrar su versatilidad y dominio expresivo en registros diametralmente opuestos a los de Martinů, pero igualmente reveladores.
La inclusión de “Los días finales” del compositor germano-letón Don Jaffé aporta al programa una carga emocional y simbólica de otra dimensión, que enriquece profundamente el discurso del disco. Concebida como un homenaje a un amigo cercano en sus últimos días de vida, esta obra se convierte en una suerte de adiós personal, contenido y desgarrador a la vez, donde el compositor renuncia a cualquier sentimentalismo para construir un lenguaje de luto y memoria a través de la sobriedad expresiva. Lejos de cualquier efectismo, estamos ante música que emerge con una sinceridad cruda, donde el lirismo aparece herido, quebrado, y los silencios cobran un peso casi físico. La interpretación de Gonsalves y Hamburger se ajusta con admirable respeto y hondura a este material: cada ataque, cada nota sostenida, cada disonancia contenida está medida con precisión y emoción controlada, sin subrayados innecesarios, dejando que la música hable desde su propia desnudez.
Estructurada en cuatro movimientos de carácter marcadamente contrastante, la obra despliega una narrativa fragmentaria pero intensamente cohesionada, como si cada sección recogiera un estado emocional distinto ante la inminencia de la despedida. El primer movimiento, Senza denominazione, se presenta como una suerte de umbral sonoro, donde el dúo transita entre el susurro y la disonancia flotante. Gonsalves y Hamburger lo abordan con una economía de medios cargada de intención, construyendo un espacio suspendido que parece evitar toda afirmación rotunda. Es música que respira con dificultad, que se repliega sobre sí misma. Infernale, furioso, feroce irrumpe como un estallido de energía contenida, un gesto casi desesperado. La escritura se vuelve más rítmica, más agresiva, con ataques secos y encabalgamientos abruptos. Los intérpretes asumen aquí un tono casi percusivo, llevando al límite la expresividad física de los instrumentos, sin perder por ello el control de la forma ni de la intensidad. Es el único momento del ciclo que parece hablar desde la rabia. El tercer movimiento, Serena, scorrevole, chiaro, ofrece un contraste radical: líneas extremadamente etéreas, con un discurrir que parece evocar recuerdos, quizás momentos de paz vividos o imaginados. Aquí el dúo logra una sonoridad fluida, casi sobrenatural, como si de repente el tiempo se hubiera detenido para dejar lugar a la contemplación. La serenidad, sin embargo, no es nunca sinónimo de vacío: es luz herida por la pérdida. El ciclo concluye con Gemere, molto espressivo, posiblemente el movimiento más personal. El verbo gemere -gemir- se manifiesta como una línea quebrada, entrecortada, que los intérpretes articulan con una intensidad sobria y conmovedora. El sonido se atenúa, se repliega, y finalmente se disuelve. No hay cierre enfático, solo un desvanecimiento silencioso que sugiere aceptación o agotamiento. Gonsalves y Hamburger dan vida a esta música insondable con la máxima implicación, sin imposturas, en una lectura que entiende esta obra no como lamento retórico, sino como acto de presencia, de acompañamiento y de dignidad musical ante lo que se apaga.
La presencia del Dúo para violín y violonchelo de Erwin Schulhoff, obra de 1925, consolida la propuesta del dúo Orphelion como algo más que una antología del repertorio: estamos ante una toma de posición estética y ética ante la música del siglo XX.
No puede escucharse hoy la música de Schulhoff sin pensar en el destino trágico del compositor, deportado por los nazis por su origen judío y sus convicciones comunistas, y fallecido de tuberculosis en 1942 en el campo de concentración de Wülzburg. Ese final abrupto y cruel corta de raíz una carrera que se había anunciado como una de las más audaces del panorama musical centroeuropeo de entreguerras, y convierte obras como este dúo en testimonios vibrantes de una voz suprimida pero nunca silenciada.
Compositor marcado por la heterodoxia, el jazz, el dadaísmo y el compromiso político, Schulhoff construye aquí una obra ágil y compleja, que alterna el juego y la tensión con una libertad formal sorprendente para su tiempo. El dúo se convierte en un laboratorio donde ritmo, gesto y color se entrelazan con ironía y ferocidad, todo ello sin renunciar a un fondo estructuralmente muy sólido. El primer movimiento, Moderato, establece una atmósfera ambigua, casi equívoca: frases angulosas, silencios estratégicos, figuraciones que parecen más insinuadas que afirmadas. Su lenguaje armónico, deliberadamente esquivo y fragmentado, remite de forma sutil pero inequívoca a la estética de la Segunda Escuela de Viena, especialmente en su tratamiento de la disonancia, la ausencia de centro tonal claro y el uso expresivo del intervalo como célula motívica. Gonsalves y Hamburger lo plantean con un tono contenido, expectante, sin sobrecargarlo, lo que lo vuelve más inquietante aún: como si algo se estuviese preparando sin revelarse del todo. Zingaresca (Allegro giocoso) representa uno de los momentos más brillantes del disco. Aquí el dúo se lanza a una especie de danza gitana grotesca y sincopada, entre el virtuosismo y la parodia. El uso de acentos desplazados, pizzicati agresivos y efectos de timbre es soberbio. Los intérpretes abordan este material con una energía contagiosa, manteniendo siempre el equilibrio entre la exuberancia rítmica y la precisión técnica. Es un movimiento que demanda el máximo carácter, y aquí lo tiene a raudales. El Andantino, ofrece un remanso de lirismo distorsionado, con una melodía que se pliega sobre sí misma, entrecortada por resonancias armónicas que parecen venir de otra época o de un sueño. El violonchelo de Hamburger encuentra aquí un tono de canto contenido, mientras el violín de Gonsalves lo acompaña con una línea flotante, a veces despegada, íntima por momentos, pero sin caer nunca en el sentimentalismo. El cierre, estructurado como una sucesión de secciones, Moderato–Allegro–Presto fanatico, es un apasionante e intenso viaje expresivo que se inicia en un clima de tensa contención, casi obsesivo, para desembocar en una energía imparable, acumulativa, que culmina en un estallido rítmico de rasgos casi alucinatorios. Un Presto fanático que exige compenetración absoluta entre los intérpretes, y que Deborah Gonsalves y Berthold Hamburger resuelven con pulso impecable y una intensidad dramática que crece sin desfallecer hasta el corte seco de la última nota.
Esta valiosa aportación al repertorio de cámara contemporáneo, tanto por suponer el rescate de obras menos transitadas, como por la capacidad de dotarlas de una nueva vida fue grabada los días 30 y 31 de mayo, así como el 13 y 18 de noviembre de 2023 en la Iglesia de Santa María del Azogue (Betanzos, A Coruña), un espacio de resonancia cálida y sobria, ideal para el repertorio de cámara más intimista. La toma de sonido y producción corrieron a cargo de Pablo Barreiro Rivas, que ha sabido captar con nitidez y equilibrio las particularidades tímbricas del violín Martin Schleske (2009) y el violonchelo del mismo luthier (2020), ambos instrumentos construidos artesanalmente en Alemania. La imagen de portada y el diseño gráfico son del propio Berthold Hamburger, mientras que las fotografías artísticas pertenecen al excelente fotógrafo, a la sazón viola de la Sinfónica de Galicia. Tan solo cabría señalar un pequeño desliz tipográfico, completamente secundario: la duración indicada de las pistas no se corresponde con la realidad de las interpretaciones.
Compartir
