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Crítica: «Memoria y Olvido. Un tal Oudrid» en el Ambigú del Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
21 de febrero de 2025

Crítica de Raúl Chamorro Mena de Memoria y Olvido. Un tal Oudrid, espectáculo con el que el Teatro de la Zarzuela rinde homenaje a Cristóbal Oudrid

Cristóbal Oudrid

Cristóbal Oudrid. Foto: Biblioteca Nacional de España

Justo y satisfactorio homenaje a Cristóbal Oudrid

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 18-II-2025, Teatro de la Zarzuela. Ambigú. Memoria y Olvido. Un tal Oudrid. Carolina Moncada (soprano), Juan de Dios Mateos (tenor), César San Martín (barítono), Carlos Crooke (actor, camarero). Francisco Matilla (actor, Director). Pianista y Maestro concertador: Carlos Díez. Dramaturgo y director de escena: Francisco Matilla. Coordinador artístico: Fernando Poblete. Una producción de Concerto XXI NVIVO.

   Cristóbal Oudrid (Badajoz 1825-Madrid 1877) fue una figura fundamental en la llamada Zarzuela restaurada, a la que aportó, nada menos, que 90 títulos. También fue director de las orquestas del teatro Real y del propio Teatro de la Zarzuela y miembro, junto a Barbieri, Gaztambide, Hernando, Inzenga, Olona y Salas, de la sociedad lírica española, impulsora de la construcción del teatro que lleva el nombre del género. A pesar de todo ello, Oudrid es una personalidad totalmente olvidada hoy día. Tanto, como su música. En fin, algo típico de nuestro país. Por tanto, hay que celebrar que el Teatro de la Zarzuela se haya acordado del músico pacense y le haya dedicado este evento en recuerdo del 200 aniversario de su nacimiento. Si bien, uno lamenta que haya sido en el ciclo Ambigú, que permite una muy limitada asistencia de público. Oudrid y su música hubieran merecido la sala grande. 

   Pero hay que ser positivos y además de valorar la iniciativa, también que se haya encargado a un elenco de artistas que han sabido hacer justicia a la creación del músico nacido en Badajoz. Fernando Poblete como coordinador artístico y Francisco Matilla, como dramaturgo y director de escena, profundo conocedor de nuestro género lírico y que siempre elabora propuestas creativas, dinámicas, frescas y con buen gusto, con medios limitados. Tantos los cantantes convocados como el actor Carlos Crooke y el propio Matilla, en su breve intervención actoral, se integraron impecablemente en la propuesta. Todo ello con naturalidad, implicación e intención en los diálogos que acompañó su buena labor canora. La solidez musical estuvo asegurada por Carlos Díez como pianista y maestro concertador. 

   Tres cantantes se disponen a ensayar un concierto dedicado al compositor extremeño, cada uno va llegando de forma escalonada «culpa del metro». Aparece un camarero, muy bien interpretado por Carlos Crooke, venido del túnel del tiempo, que encarna al propio Oudrid y ofrece datos que enriquecen el conocimiento de su obra, pues existe muy poca información del mismo, y explican la enorme importancia y éxito que tuvo en su momento. El apagado de las luces -a cargo del propio Matilla- acompañó a esta inquietante aparición sobrenatural.

   El público presente pudo disfrutar de fragmentos de ocho Zarzuelas de Cristóbal Oudrid, que revelaron variedad –solos, dúos, tercetos- una caudalosa vena melódica y adecuada imbricación de los textos en la línea canora. Enseguida se puso de relieve la influencia, clara en los compositores de la primera etapa de la  Zarzuela restaurada, de la ópera italiana, tanto la buffa como el melodrama romántico. Pero no faltan los aires españoles como los requiebros y caracoleos flamencos –impecablemente reproducidos por la soprano Carolina Moncada- de “Adiós Málaga la bella” de Nadie muere hasta que Dios quiere, zarzuela en un acto de 1860 sobre libreto de Narciso Serra. Muy bello este dúo en el que el tenor Juan de Dios Mateos demostró la facilidad de su registro agudo con un Do sostenido anunciado en el diálogo previo con genuina spavalderia tenoril. El propio Mateos acentuó adecuadamente el texto políticamente incorrecto en la actualidad del número “Poique me ve morenito”, pieza de influencias rossinianas perteneciente a El último mono (1859), también con Serra como libretista.

   “Si con damas” de Moreto, Zarzuela en tres actos de 1854 con libreto de Agustín Azcona permitió al esperado “barítono de El Boalo” César San Martín, lucir arrojo y acentos vehementes en una pieza con reminiscencias de Donizetti y el primer Verdi. Carolina Moncada escanció con su característico buen gusto la romanza “Una tarde en mi ventana” de La Flor de la serranía, Zarzuela en un acto estrenada en 1856, además de dar conveniente réplica a San Martín en el dúo “Mis oraciones Dios escuchó” de la Zarzuela de 1856, sobre texto de José Picón, Memorias de un estudiante. El tradicional enfrentamiento tenor-barítono tan presente en el melodrama italiano, encontró su representación en “Muy buenos días Señor Don Gil” de El estudiante de Salamanca (1867) estrenada el mismo año que el Don Carlos verdiano que, a su vez, contiene un célebre dúo entre tenor y barítono. Muy implicados, tanto Mateos como San Martín, cuidando acentos e intención del texto, así como línea de canto. En este caso, al presuntuoso tenor le da réplica un barítono particularmente infatuado. El programa incluía dos tercetos, uno de la Zarzuela en un acto Don Sisenando (1858) y el particularmente destacable, por su hermosa música y fibra dramática, “¡Detén el abrazo impío!” de El Molinero de Subiza (1870), pieza en tres actos con libreto de Luis Eguílaz. Al escucharlo me vinieron a la cabeza ecos del Trovador verdiano en una interpretación muy bien defendida en lo musical y dramático por los tres cantantes convocados. 

   Otro terceto perteneciente a la Zarzuela Moreto, cuya partitura portó el propio Francisco Matilla, puso punto final a este evento tan apropiado como exitoso. 

   Esperar que alguna vez se represente alguna de las Zarzuelas de Oudrid parece quimérico, pero sí cabría desear que un concierto con algunas de sus piezas se celebre en la sala grande del Teatro de la Zarzuela, recinto que tan ligado estuvo a su trayectoria artística. 

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