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Crítica: «Arabella», de Richard Strauss, en la Ópera de Budapest

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
21 de febrero de 2024

La Ópera Estatal de Hungría pone en escena una de las grandes obras para dramáticas del compositor alemán, con una elenco de primer nivel bajo la dirección musical de Péter Halász

Arabella, Ópera Estatal de Hungría, Richard Strauss, Péter Halász, Sylvie Gábor

Sana envidia

Por Pedro J. Lapeña Rey
Budapest, 17-II-2024, Ópera Estatal de Hungría. Arabella [Richard Strauss/Hugo von Hofmannsthal]. Polina Pasztircsák [Arabella], Csaba Szegedi [Mandryka], Laura Topolánszky [Zdenka], István Horváth [Matteo], László Szvétek [Conde Waldner], Andrea Szántó [Adelaide], Rita Rácz [La Fiakermilli], Barna Bartos [Conde Elemer], Antal Cseh [Conde Dominik], Bence Pataki [Conde Lamoral]. Orquesta y coro de la Opera estatal de Hungría. Director musical: Péter Halász. Director de escena: Sylvie Gábor (reposición sobre de la producción original de Géza Bereményi de 2012).

   Siempre es un placer volver a Budapest y a su ópera. El edificio neorrenacentista de la Avenida Andrássy, diseñado por Miklós Ybl e inaugurado en 1884 con la presencia del emperador Francisco José I, lleva cerca de ciento cuarenta años en funcionamiento, con funciones casi a diario de un nivel de calidad digno de reseñar. Se la compara habitualmente con la Ópera de Viena, y lo que pocos saben es que el emperador solo dio el visto bueno a la construcción del edificio con la condición de que no superara el tamaño de la vienesa. Lo que al principio pudo suponer un problema, con el tiempo se ha convertido en una apreciable ventaja, ya que el edificio tiene mejores proporciones y la visibilidad es buena incluso en localidades laterales. Además, la última gran reforma, terminada hace un par de años, la ha dejado en «perfecto estado de revista», y el resultado salta a la vista.

   Una de las características a destacar en la programación –ahora la compañía tiene otros dos espacios, el Teatro Erkel y el Eiffel Műhelyház, una antigua estación reconvertida en teatro–, son las funciones matinales en sábado o domingo, a semejanza de lo que lleva haciendo el MET neoyorquino durante varias décadas. El sábado 17 fue una de ellas, y pese a que las localidades eran más baratas que en las funciones habituales, no hubo ni segundo reparto ni tercero. Tanto el elenco como el director musical eran los «titulares» de la obra. Es lo que te permite tener una compañía de ópera, donde prima el conjunto sobre las estrellas, y donde el nivel es muy parejo de una función a otra. Además, fue gratificante ver la gran cantidad de niños –algunos de muy corta edad– y jóvenes que poblaban el teatro, y que no dieron el más mínimo problema. Así se crea afición.

   Cuando en 1933, Richard Strauss, con casi 70 años, se enfrenta con Arabella buscó volver al ambiente burgués de El caballero de la rosa, uno de sus grandes éxitos de entonces, ahora y siempre. En sus últimas obras, su memorable relación con el dramaturgo Hugo von Hofmannsthal le había llevado por los mundos mitológicos y fantásticos de La mujer sin sombra o La Helena egipcia, por lo que ambos añoraban volver a la realidad, e imaginaron una nueva ópera llena de valses y atmósfera vienesa. Los paralelismos entre las dos son evidentes. Monólogos de la Mariscala y de Arabella al final de los respectivos primeros actos, excelentes y complejos preludios orquestales en los terceros, personajes menores auténticamente memorables como el cantante italiano o la Fiakermilli, dúos bellísimos no exentos de tensión, y sobre todo dos comedias de amor envueltas en la inconfundible atmósfera vienesa. En Arabella, desde el punto de vista exclusivamente musical, nos encontramos una obra gloriosa, brillante, atractiva, con unas armonías refinadas, y un virtuosismo y una complejidad orquestal que raramente hemos visto antes o después.

   A pesar de sus virtudes, la obra tuvo una acogida tibia –quizás ya no eran tiempos para valses– y no ha tenido el recorrido que merece. En la propia Viena, la ciudad donde probablemente más se ha programado, mientras El caballero de la rosa se ha dado en más de 1.000 ocasiones –en 5 producciones diferentes–, las representaciones de Arabella no han llegado a 200 –con 4 producciones distintas–. Por poner un ejemplo mas cercano, hace poco más de un año asistimos a su estreno en Madrid, con casi noventa años de retraso, y por lo que podemos ver en el excelente programa de mano, en Budapest no ha sido muy diferente. Tras su estreno en 1934, no volvió a subir a sus tablas hasta 2012, cuando se estrenó la producción que hemos visto.

Arabella, Richard Strauss, Ópera Estatal de Hungría, Péter Halász, Sylvi

   Pero nunca es tarde si la dicha es buena, y la función fue excelente desde casi todos los puntos de vista. El primero y primordial fue la magnífica dirección musical de Péter Halász, que sacó un sonido refinado, inmaculado, de trazo finísimo por parte de una orquesta de gran nivel. Los interludios llenos de fantasía, el acompañamiento a los cantantes siempre equilibrado pero donde nunca faltó un estimable nivel de tensión, el colorido que pide la música de Strauss siempre presente resaltando un detalle tras otros, fueron características de la dirección de este joven maestro húngaro, asistente durante un tiempo de Ádám Fischer, y que tras su debut en la Ópera Estatal de Hungría en 2010, es ya habitual en muchos teatros alemanes y suizos.

   El segundo fue la elección de un elenco totalmente húngaro, todos con un alemán impecable, que ralló entre el notable y el sobresaliente, y que me provocó una sana envidia al ver cómo se puede hacer una obra de este calibre con cantantes «de la casa», y sin necesidad de recurrir a «estrellas». Polina Pasztircsák fue una Arabella que mostró un registro central ancho y esmaltado, de peso, y un registro superior fresco, nítido, con cierta contundencia. Su canto hermoso, de emisión canónica y muy buena proyección estuvo acompañada de una fuerte intensidad escénica, donde fue evolucionando de una Arabella ciertamente caprichosa y algo «loca», que parece disfrutar rechazando pretendientes, a una joven enamorada, que cree que por fin ha encontrado a alguien con quien casarse, y que con ello su felicidad va a ir más allá de ser la solución a los problemas de un padre arruinado con el juego y de una madre que derrocha lo poco que la queda en adivinas y videntes.

   A un nivel si cabe mayor, la Zdenka de Laura Topolánszky, de voz muy bella, bien emitida y de volumen suficiente. Se mostró fresca y natural en todos los registros. Con una presencia imponente, alta y delgada, fue un exquisito «hermano» pequeño, elegante y apuesto, que juega sus cartas –nunca mejor dicho– de la mejor manera posible para mantener el interés de su amado Matteo en su hermana y así tenerle cerca. Su dúo con Arabella del primer acto, cuando ambas discuten sobre cual es su «hombre» ideal, fue impecable, repleto de ironía y «malicia», mientras que en la fiesta del segundo acto, cuando le da a Matteo la llave de la habitación, sacó todo el pesar acumulado por tener que reprimir el amor que siente por él. Y por último, también impecable en el acto final, cuando mostró la fragilidad de «haber pecado» de amor tras pasar la noche con su amado.

   Siempre es complicado encontrar un bajo-barítono wagneriano de canto lírico, potente y resistente para el papel de Mandryka, el rico terrateniente croata sobrino y heredero universal del compañero de armas del mismo nombre del Conde Waldner, que debe ser el salvador económico de la familia. Csaba Szegedi lo defendió de buena manera a pesar de que mostró un volumen limitado y un registro grave desguarnecido. Sin embargo, el central es intenso, de cierta calidad y bien proyectado, lo que le sirvió para sacar adelante el papel de manera más que convincente. Fue capaz de desplegar toda una amalgama de emociones, desde la franqueza y la seguridad en sí mismo inicial, a los celos cuando cree que Arabella no le es fiel, para terminar «entregado» a ella cuando se da cuenta que ha sido víctima de una «comedia».

Richard Stauss, Arabella, Ópera Estatal de Hungría, Péter Halász, Sylvi

   Más que notable el Matteo del tenor István Horváth, con un timbre atractivo de emisión ortodoxa, bien proyectado, y de volumen suficiente que se tornaba broncíneo en un registro superior sano, ágil y de cierto impacto. Intenso, apasionado y vehemente en su amor por Arabella, su final de la mano de Zdenka es realmente conmovedor.

   Más tablas que puro canto nos dieron los condes arruinados. Impecable la caracterización del bajo László Szvétek como un Conde Waldner de aristocrática presencia y modos más exquisitos de los que se le suponen a un ludópata que pierde el dinero que no tiene una y otra vez, y más sólida vocalmente, con un timbre interesante la mezzosoprano Andrea Szántó como una Adelaida supersticiosa, que ve como todo se desmorona a su alrededor, pero que aun así se muestra coqueta y picarona en el baile con uno de los pretendientes de su hija. Solventes también por su parte Barna Bartos, Antal Cseh y Bence Pataki como los condes pretendientes Elemer, Dominik y Lamoral, y Rita Rácz que fue una Fiakermilli de tono ligero y agudos limpios y penetrantes.

   Y si salimos más que contestos con el elenco y con la dirección orquestal, la puesta en escena ayudó de lo lindo. Afortunadamente tuvimos una Arabella de libro, con su habitación del hotel de Viena donde vive la familia, con un salón de baile suntuoso, muy propio de la segunda mitad del s. XIX, lleno de espejos y lámparas de araña, y por último, el vestíbulo del hotel con su escalera. La dirección de escena de Sylvie Gábor, una reposición de la producción de 2012 originalmente concebida por Géza Bereményi nos ganó por su sencillez, su preciso movimiento de actores, su respeto al libreto de Hofmannsthal y una caracterización de personajes más que adecuada, salvo el pequeño lunar que supuso el mostrarnos una Fiakermilli que más que una cortesana, parecía salida de un espectáculo sadomasoquista de película porno de serie B. En cualquier caso, no empañó una preciosa matiné donde disfrutamos de una obra tan compleja como Arabella a un gran nivel.

Fotografías: Attila Nagy/Ópera Estatal de Hungría.

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