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Crítica: Fin de fiesta en Grafenegg, con Rudolf Buchbinder, Esa-Pekka Salonen y la Filarmónica de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
8 de septiembre de 2022

El célebre pianista austríaco interpreta, junto al director finés y la Filarmónica de Viena, el Concierto para piano y orquesta en sol mayor de Maurice Ravel, en un programa que se completó con obras orquestales del propio Ravel y Jean Sibelius

Salonen embriagador

Por Pedro J. Lapeña Rey
Grafeneg, 3-IX-2022, Festival de Grafenegg. Le Tombeau de Couperin y Concierto para piano y orquesta en sol mayor de Maurice Ravel; Segunda Sinfonía en Re mayor, Op. 43, de Jean Sibelius. Rudolf Buchbinder [piano]. Wiener Philharmoniker. Esa-Pekka Salonen [dirección musical].

   Este fin de semana pasado concluía edición 2022 del Festival de Grafenegg. Veinte conciertos durante tres semanas y media que llegaban a su fin con una presencia importante del director del festival, el pianista austriaco Rudolf Buchbinder, que ha participado en tres de las sesiones. El jueves dio el concierto de Grieg, el domingo el de Schumann y el sábado, el que reseñamos aquí, el de Ravel junto a la Filarmónica de Viena.

   Volvía Esa-Pekka Salonen al podio de la Filarmónica tras 4 años de ausencia. No lo hacía desde agosto de 2018, cuando la dirigió en el Festival de Salzburgo. Es curiosa la relación del finlandés con esta orquesta. No debutó con ella hasta el verano de 2008, también en Salzburgo, cuando acababa de cumplir los 50 años, y acababa de anunciar el final de su titularidad en Los Angeles. Para entonces, había dirigido a las principales orquestas del orbe y su presencia en Salzburgo era habitual, incluso en el foso donde había dirigido entre otras las famosas producciones de Peter Sellars del Saint François d'Assise de Olivier Messiaen y de Le grand macabre de Ligeti. Ahora, la semana pasada les dirigió en Salzburgo la Sinfonia Turangalila de Messiaen mientras que para Grafenegg han escogido un programa algo más convencional, con obras de Maurice Ravel y Sibelius, dos de los compositores más afines al director finlandés.

   Comenzó el concierto con Le Tombeau de Couperin, obra que el vasco compuso como una especie de revival del barroco francés. Es un homenaje a Francois Couperin, similar en espíritu a los que éste compuso en su día para Lully o Corelli. Y es que Ravel compuso varias obras en que homenajeaba a músicos importantes para él, como Chabrier, Haydn o Borodin. Escrita para piano en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, dos años después orquestó cuatro de sus seis números originales, y dedicó cada movimiento a amigos y artistas –Jacques Charlot y Joseph de Marliave, marido de la mítica pianista Marguerite Long, entre ellos– fallecidos en ella.

   Salonen, que dirigió con las manos, sin batuta, desplegó un festival de sonido de turbadora belleza. En el Prelude nos retrotrajo a finales del s. XVII, con un timbre orquestal luminoso y transparente, de gran color, con la métrica precisa del barroco francés. La fiesta continuó con las escalas cristalinas del Forlane. Precioso el Menuet, fue la antesala de un excelente Rigaudon, ejemplo inequívoco y antesala del neoclasicismo que dominará la escena musical europea de los años 20. Flautas y oboes marcaron el nivel de lo que iba a ser la tarde, con Salonen destacando el contrapunto, y los diálogos entre secciones.

   Si Le Tombeau es un claro ejemplo del neoclasicismo, el Concierto en sol mayor, compuesto a primeros de los años 30, bebe las formas clásicas de Mozart o Saint-Saëns, pero la música es el reflejo de «los felices 20», de su encuentro con George Gershwin en 1928 en Nueva York, y del jazz y el blues y esos espirituales negros que le fascinaron en aquel viaje.

    A sus 75 años, y con más de 50 de carrera, el austriaco Rudolf Buchbinder nos mostró que sigue en la brecha, y que este concierto, que tiene en su repertorio desde tiempo inmemorial, es una de sus obras favorita. Los primeros arpegios en la zona alta del piano fueron claros y brillantes. Escala a escala, frase a frase, swing a swing, blues a blues, el Sr. Buchbinder fue construyendo una orgía de ritmo y sonido, llevado en volandas por el extraordinario acompañamiento de Salonen, aquí ya batuta en mano. Sin embargo, la aparente simpleza del Allegro assai tuvo algo más de enjundia, y al sonido bello y cautivador del pianista, bien fraseado de inicio, le apreciamos un toque algo más mecánico tras la cadenza. A destacar las preciosas frases del corno inglés, tocadas de manera primorosa. En el Presto final retomamos al Buchbinder brillante y fraseador, pleno de efervescencia y dominador de los ritmos asincopados, con un Salonen y una orquesta soberbia, cómplices absolutos y necesarios del clímax que vivimos. Imposible destacar a algún miembro de la orquesta, dado el altísimo nivel de todos. Virtuosismo en estado puro.

   La noche ya se había desplegado sobre la campiña cuando Salonen y la orquesta salieron en la segunda parte para interpretar una de sus obras fetiche, la maravillosa Segunda sinfonía en re mayor de Jean Sibelius. Con una orquesta como ésta, todo parece fácil, pero es que Salonen hace fácil lo difícil. Su naturalidad es tan apabullante que la música fluye y fluye sin aparente problema. Arrancó el Allegretto inicial a tempo vivo, y la transparencia orquestal se palpaba con los dedos. El finlandés es probablemente uno de los directores más visuales que te puedes encontrar. La batuta en la mano derecha no es solo un instrumento desde el que dar entradas y marcar tiempos. Su batuta «dibuja» la música que termina de «pintar» con una mano izquierda que cuando no matiza aquí o allá, también baila. Y con esa forma de pintar vimos el radiante sol italiano, y esos paisajes de la Liguria que Sibelius visitó en 1902. En los dos movimientos centrales palpamos ese patetismo heredero de Tchaikovsky de nuevo con una claridad exquisita y con una clarividencia única. Un Sibelius de trazo finísimo, sin abusar del rubato y sin necesidad de cargar muchas tintas, que fue mas heredero del ruso que nunca. En el finale, Salonen «abusó» de orquesta, aunque sin perder la compostura. Como cuando te dejan un Ferrari a tu disposición, y tu ni te despeinas. Fraseo impoluto, crescendos ensordecedores, virtuosismo en su más pura acepción, combinado con una hondura intensa.  

   Inolvidable concierto, que pone punto y final a la temporada veraniega. Esta semana arranca la temporada de la ópera, y el fin de semana la del Konzerthaus. Grandes nombres y grandes orquestas en el horizonte, que sin duda harán las delicias de todos nosotros.

Fotografía: Marco Broggreve.

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