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Crítica: La Orquesta Sinfónica de Castilla y León inicia su temporada de conciertos bajo la dirección de Andrew Gourlay

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Autor: Agustín Achúcarro
9 de octubre de 2016

PARA PROSEGUIR EN POSITIVO

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 6/10/16. Auditorio Miguel Delibes. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Andrew Gourlay, director. Jean-Efflam Bavouzet, piano. Obras de Oliver Knussen, Richard Wagner, Maurice Ravel, Román González Escalera yClaude Debussy.

   Comenzó la 25 Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, la primera en la que el director Andrew Gourlay será dueño y señor para llevar a la orquesta hacia donde se ha propuesto. El titular de la Sinfónica inició el curso con un programa variado, formado por obras con las que de una u otra forma él había tenido relación en su carrera profesional.

   El concierto estuvo dedicado a la memoria del contrabajo solista de la OSCyL Miroslaw Kasperek, que falleció recientemente, como se indicaba en el programa de mano y se dejaba ver con un ramo de flores colocado ante la sección de contrabajos. No se realizó ningún acto más durante el concierto, en un merecidísimo homenaje al contrabajista.

   Andrew Gourlay, -se hace aquí referencia al turno del jueves-, salió raudo hacia el podio, con una sonrisa amplia, e hizo un rápido y marcado saludo, como si su proceder fuera un fiel reflejo de la interpretación de Flourish with fireworks, Op. 22 de Oliver Knussen, pues fue una versión muy viva, rápida, con una tímbrica impactante y un ritmo veloz como argumentos.

   A esta obra siguió el Preludio y muerte de amor, transcripción orquestal de Tristán e Isolda. A la interpretación del Preludio wagneriano no le faltó transparencia, ni acentos, pero sí quizá algo más de sentido teatral y un sonido más mórbido. Quizá los “crescendos” y “diminuendos”, sin que carecieran de efecto, pudieron llevarse aún más lejos. La intervención del clarinete bajo fue concluyente en su canto sobre el filtro de la muerte, y a partir de aquí la interpretación adquirió un clima más intenso, y se logró una eficaz extinción paulatina del sonido

   Era intención expresa del director contar con el pianista Jean-Efflam Bavouzet, en la que supuso su primera actuación en el Auditorio de Valladolid junto a la OSCyL. Se eligió para la ocasión el Concierto para la mano izquierda en re mayor de Ravel y la propuesta no decepcionó. Predominó una sonoridad tajante, en la que timbres y colores se manifestaban en una paleta armónica briosa. Dejaron pasajes llenos de efecto, como cuando lo sugerente de la música se vuelve de repente marcial, o cuando surge el contraste entre el fagot y el trombón en relación al agudo del piano, o cuando se produce el más que bien interpretado solo de contrafagot. Jean- Efflam Bavouzet se comportó ante la obra como un pianista enérgico, con una pulsación segura, manifestada en la fuerza de los acordes, en la seguridad de los saltos interválicos, en el dominio de del registro medio y grave, y en la forma de emplear el pedal para dar continuidad al sonido. El pianista se integró perfectamente con la orquesta, y fue ese solista que sabe hasta dónde y cuándo llega su protagonismo, mérito que también hay que atribuir a la OSCyL y su director, en una versión original de la obra de Ravel. Fuera de programa Bavouzet interpretó Reflejos sobre el agua de Debussy.

   Se estrenó Nunca solo…(Fuego mudo)… Solo nunca de Román González Escalera. La obra era un encargo de la OSCyL y en la elección  intervinieron director e instrumentistas. El autor de Ciudad Real propone una obra de choque entre planos sonoros, distribuidos en las distintas secciones de la orquesta, que acaban encontrándose al final. Obra de juventud, poseedora de una técnica precisa, nada embarullada y de estructura bien constituida, en la que el compositor, según sus propias declaraciones escritas en el programa de mano, pretende llevar al espectador por “un mundo de reflejos y claroscuros”.

   Concluyó el concierto con El mar (Tres bocetos sinfónicos para orquesta) de Debussy. En el inicial “Desde el amanecer al mediodía sobre el mar” se decantaron más por el empuje sonoro que por la sugerencia, que apareció de forma más determinante en “Juego de las olas”, en donde Gourlay dio continuidad a los breves diseños musicales que van surgiendo y concatenándose entre los instrumentos de la orquesta. Prevaleció el esplendor, que llegó a su plenitud en el fortísimo final de la obra, en lo que resultó una opción para nada vacua.

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