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Crítica: Sinfonietta Cracovia y Katarzyna Tomala-Jedynak homenajean a Krzysztof Penderecki en el CNDM

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Autor: David Santana
15 de noviembre de 2023

«Penderecki es el encargado de musicalizar esta identidad nacional polaca. Su éxito en esta empresa es evidente: su catálogo es tan variado como variadas son las gentes, ideas y opiniones de su patria»

Celebrar a Polonia

Por David Sanata | @DSantanaHL
Madrid, 13-XI-2023, Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical, Series 20/21. Krzysztof Penderecki: Sinfonietta n.º 3; Sinfonía n.º 7 «Las siete puertas de Jerusalén», movimiento n.º 3 «De profundis»; Serenata para orquesta de cuerda; Tres pizas en estilo antiguo y Chacona «in memoriam» Juan Pablo II. Sinfonietta Cracovia, Katarzyna Tomala-Jedynak, directora.

   El 11 de noviembre, además de San Martín, se celebra también el día nacional de Polonia, ya que hace 105 años este país logró la independencia tras la I Guerra Mundial.

   Este año, el mundo de la música clásica española se ha unido a las celebraciones con la representación de la ópera Halka del compositor polaco Stanisław Moniuszko en el Teatro Real y la programación de este concierto del ciclo de música contemporánea Series 20/21, dedicado a la figura de Krzysztof Penderecki por el Centro nacional de Difusión Musical.

   Hay muchas razones para celebrar a Polonia en España. Desde el punto de vista cultural, ambos países construyen su identidad a partir de tres puntos clave: la fe católica, la resistencia popular frente al invasor y la nostalgia de un pasado glorioso frente a la irrelevancia actual. En este contexto, cobra sentido el nacionalismo, que permite agrupar bajo una única bandera estos valores. O al menos, así entiendo yo el nacionalismo musical y en el arte, en general.

   Si hasta entonces han estado de acuerdo conmigo, concordarán también en que Penderecki es el encargado de musicalizar esta identidad nacional polaca. Su éxito en esta empresa es evidente: su catálogo es tan variado como variadas son las gentes, ideas y opiniones de su patria.

   Dentro de un país, la tradición y la modernidad conviven, no se contraponen. Del mismo modo que en el catálogo encontramos tanto las Tres piezas en estilo antiguo como el Treno por las víctimas de Hiroshima. Su Chacona «in memoriam» Juan Pablo II es un excelente ejemplo de que estos dos valores no tienen por qué estar enfrentados. La «anticuada» tonalidad se mezcla con armonías extendidas y un tempo en constante cambio. El cual, por cierto, Katarzyna Tomala-Jedynak, supo manejar con gran destreza.

   La Sinfonietta n.º 3 es también un buen ejemplo del estilo nacionalista musical: un tema del folklore que se reelabora para encajar dentro de un lenguaje académico. Fíjense si el resultado de la composición es elevado que permite apreciar un trabajo seccional excelente por parte de la Sinfonietta Cracovia, con un sonido conjunto por secciones perfecto, unos contrastes marcados y unas respiraciones precisas ejecutadas por Tomala-Jedynak. No faltó potencia en los acentos, precisión en la articulación y pasión en las partes más melódicas, donde el registro de la viola sobresalió por encima del resto.

   Para el movimiento «De profundis» de la Sinfonía n.º 7 «Las siete puertas de Jerusalén», toda la orquesta cambió de sitio, en una disposición peculiar que logró su objetivo de generar un sonido más envolvente, emulando la textura coral. El resultado fue muy diferente al ortodoxo, pero igualmente interesante.

   Completó la velada la Serenata para orquesta de cuerda. Una obra difícil de definir en la que el excelente talento de Penderecki a nivel de textura se mezcla con el postromanticismo. El timbre agudo de los violines destacó sobre este plácido mar de cuerdas.

   Para finalizar el concierto se ofreció como propina la breve Tamburetta del compositor barroco polaco Adam Jarzębski. Una pieza con un estilo más italiano que polaco –si es que hubo un estilo barroco polaco en música–.

   En nuestro caso, eran los italianos los que componían a la italiana, luego los franceses, y aquí nos tienen ahora, imitando a Darmstadt setenta años después. En fin, por lo menos podemos celebrar que los polacos sí han encontrado su sonido entre la modernidad.

Fotografías: Rafa Martín/CNDM.

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