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Crítica: El Festival Wien Modern cierra una brillante edición

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
6 de diciembre de 2023

Crítica de los espéctaculos de Kurt Schwertsik, Belenish Moreno-Gil, Óscar Escudero, Anton Gerzenberg y Webern Ensemble Wien en el Festival Wien Modern, una de las citas con el la producción actual y contemporánea más importantes de Centroeuropa

Todos los palos de la baraja

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 25-XI-2023, mdw Campus. Webern Ensemble Wien. Panagiotis Nikitaris [piano], Taikan Yamasaki [percusión], Ioana Cristina Goicea [violín]. Director musical: Jean-Bernard Matter. Obras de Conlon Nancarrow, Unsuk Chin y György Ligeti.

Viena, 27-XI-2023, Kozerthaus. Anton Gerzenberg [piano] Marco Stroppa [sonido grabado]. Obras de Giacinto Scelsi, Unsuk Chin, Chaya Czernowin, Luigi Nono, y Marco Stroppa.  

Viena, 29-XI-2023, Odeon. Subnormal Europe de Belenish Moreno-Gil y Óscar Escudero.

Viena, 1-XII-2023, Odeon. Alicia, una revista fantástica, de Kurt Schwertsik.

   Si hace un par de semanas, en mi primera referencia al Festival Wien Modern nos centramos en artistas consagrados haciendo música de nuestro tiempo, en esta segunda y última comentaremos cuatro espectáculos que van a las entrañas del festival y son el vivo ejemplo de las diversas facetas que aborda.

   El sábado 25 por la tarde, en la sala Haydn del mdw Campus, el Webern Ensemble Wien, conjunto formado por estudiantes de su Máster en Conjuntos de Nuevas Músicas, ofrecía el segundo de los conciertos dedicados al centenario de György Ligeti. Su Concierto para violín estuvo precedido por obras de dos compositores que tuvieron una gran relación con él: el norteamericano nacionalizado mexicano Conlon Nancarrow y la surcoreana Unsuk Chin.

   Nacido en 1912 y residente en Ciudad de México desde los años 40, Conlon Nancarrow fue un compositor prácticamente desconocido hasta que György Ligeti escuchó un disco suyo en el Paris de los 80, le describió como el compositor más relevante desde Anton Webern y Charles Ives, y empezó promover su música por todo el mundo. Por su parte, Unsuk Chin, alumna de Ligeti en Hamburgo y con un lenguaje propio muy característico, es una de las compositoras mas reputadas de la actualidad. Del primero oímos su Pieza para pequeña orquesta n.º 2, obra de 1986, de gran expresividad, donde las maderas y la percusión son fundamentales y que en parte nos recuerda la música de ballet para una marioneta enloquecida. De la segunda escuchamos su Doble concierto para piano, percusión y orquesta, obra de 2002, muy rítmica y colorida, en la que la música fluye y fluye, donde el pianista Panagiotis Nikitaris ofreció una potente base rítmica y donde el percusionista, Taikan Yamasaki, fue el encargado de los mil y un matices de la obra. Me recordó al concierto para percusión de Tan Dum que hace unos años nos dio la ONE en Madrid, aunque evidentemente con sonoridades distintas.

   El Concierto para violín de György Ligeti compuesto en 1990 y revisado en 1992 nos mostró una amalgama de música vanguardista imbricada con melodías y formas tradicionales. Un collage bastante colorido donde encontramos texturas que variaban por momentos y donde la micro tonalidad campa por sus fueros. La rumana Ioana Cristina Goicea sacó a relucir todos los entresijos de la obra y su brillante trabajo obtuvo grandes ovaciones. Ella respondió con el primer número de las Impressions d'enfance de George Enescu para concluir un concierto donde Jean-Bernard Matter, responsable de música contemporánea del Conservatorio mdw, demostró haber hecho un trabajo serio y concienzudo con la orquesta.

   Dos días después, el lunes 27 fue el turno del joven pianista alemán Anton Gerzenberg, ganador del primer premio en el Concurso Géza Anda de Zúrich en 2021. En la Berio-Saal del Konzerthaus, la sala multiusos que se encuentra en los sótanos del edificio y que cuenta con equipo electroacústico, Anton Gerzenberg superó un auténtico tour de force de música de los últimos cuarenta años –con nombres como los de Giacinto Scelsi, Unsuk Chin, Chaya Czernowin, Luigi Nono y Marco Stroppa– con nota excepcional. Empezó con Aitsi de Scelsi, una obra rara y compleja, para piano solo amplificado, en la que los tonos sostenidos están distorsionados. A continuación se enfrentó a los seis primeros Estudios para piano solo de Unsuk Chin, donde la surcoreana exprime sonidos y recursos del instrumento. Como ella misma dice en las notas al programa de mano, «el virtuosismo no debería ser un fin en sí mismo y la ejecución depende esencialmente de la voluntad del pianista de llegar al límite». Anton Gerzenberg quiso y llegó al límite con una brillantez de ejecución admirable que cosechó los primeros bravos de la noche. Tras estos estudios, tanto fardanceCLOSE de la israelí Chaya Czernowin, como …sofferte onde serene… de Luigi Nono parecieron obras menores, sin obviamente serlo. Tras el descanso, fue el turno de Traiettoria, para piano y sonidos generados por ordenador, obra excepcional e inclasificable del italiano Marco Stroppa, compositor de larga relación con el festival. La obra es un ciclo en tres partes que puede considerarse como un concierto para piano y orquesta, en el que el ordenador hace el papel de la orquesta. Colosal en cuanto a duración –pasa de 45 minutos–, complejidad y atractivo, Stroppa, que también participó en la ejecución manejando el sonido desde la mesa de mezclas, consigue un universo sonoro realmente fascinante imbricando los sonidos grabados con los del piano, describiéndonos imágenes, timbres discordantes y armonías diversas. Obra fascinante con la que Gerzenberg puso realmente boca abajo la sala, acompañado en los aplausos finales por el compositor.

    Tras estos dos conciertos, cruzamos el canal del Danubio para trasladarnos al distrito 2, al Teatro Odeon y asistir a las dos últimas obras. Sede de la prestigiosa compañía de teatro Serapion Ensemble, fundada por Ulrike Kaufmann y Erwin Piplits en 1973, ocupa el imponente edificio de finales del s. XIX que albergó la Bolsa de productos agrícolas durante más de un siglo. El miércoles 29 fue el turno de Subnormal Europe, la aportación española que resultó una de las más innovadoras del festival. Los jóvenes compositores y artistas multimedia Belenish Moreno-Gil y Óscar Escudero crean una obra fascinante e inclasificable. ¿Era ópera, teatro, simplemente un trabajo audiovisual? La respuesta es difícil y valdría tanto un sí como un no para cualquiera de las preguntas. Tres enormes pantallas en blanco nos esperaban al llegar al teatro. A partir de ahí, durante prácticamente una hora, nos someten a un auténtico bombardeo de imágenes y sonidos, un diluvio de datos audiovisuales que nos muestran de forma un tanto crítica el nacimiento de una identidad europea, el estado actual de nuestros valores comunes y el sentido de ciudadanía de sus habitantes, más ahora que no hay fronteras en el Espacio Schengen. Tratan de reproducir técnicamente aquellos instantes de los medios de comunicación que han marcado nuestra historia de progreso en el campo audiovisual –impagable la primera grabación que se tiene de Doña Concha Piquer–. En una especie de videojuego en 3D, la contralto Noa Frenkel se abre paso a duras penas para llegar a un dilema de difícil solución: ¿Qué es real, qué es una copia, qué es un documental, qué es una sobrecarga sensorial? Al terminar, nos encontramos por un lado con una enorme sensación de tranquilidad, de ver que el bombardeo audiovisual terminaba. Por otro y según ibas madurando lo visto, la sensación iba cambiando para darte cuenta de haber asistido a algo genial, que va mas allá de teatro, ópera o cualquier género clasificable. ¿Será el futuro así? El público que prácticamente llenaba el Odeon, acogió la obra con evidentes muestras de aprobación.

   Por último, el día 1 de diciembre, en el mismo escenario asistimos a una ópera más «convencional». Alicia, una revista fantástica, la última obra del compositor Kurt Schwertsik. A sus 88 años y al contrario que varios de sus colegas austriacos, Schwertsik huye del serialismo, del dodecafonismo, y de tantos «ismos» que tanto han alejado al público de la música actual. La suya es tonal, humorística, sutil, algo ecléctica, accesible para todos y siempre sorprendente. Por momentos suena a Shostakovich, a Ravel, a Stravinsky y en otros es puro swing. El uso de xilófonos, celesta y un impagable acordeón le permite todo tipo de juegos melódicos siempre apropiadas para cada una de las escenas. Kristine Tornquist, directora de la compañía Das sirene Operntheater, colabora en el montaje, escribe el libreto en inglés basado en la inmortal historia de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, y se encarga de la escenografía. La acción fluye sin parar, con un escenario básico y unos vestuarios simples pero muy elocuentes. Las escenas se suceden una tras otra de manera trepidante con mucha pantomima y una coreografía atractiva. Con Alicia, que no sale de una plataforma circular giratoria ligeramente elevada, por el escenario desfilan el gato de Cheshire, el sombrerero o el conejo blanco además de una desternillante familia real con su reina de corazones al frente. Musicalmente, todo va sobre ruedas. François-Pierre Descamps al frente de la Orquesta roja de la compañía crea busca siempre resaltar la parodia y el humor, creando ambientes y sonoridades en cada escena, y convirtiéndose en el catalizador de la velada. La soprano Ana Grigalashvili convence en el ajetreado papel de Alicia, que actúa más que canta. El resto de los cantantes –Romana Amerling, Steven Scheschareg, Solmaaz Adeli, Armin Gramer, Gernot Heinrich y Andreas Jankowitsc– cumplen con creces sus respectivos roles.

   La velada fue una gozada para los sentidos, una joya ingeniosa que atrapó al público de principio a fin. El éxito fue total y desde aquí animo a cualquier responsable teatral de nuestro país a apostar por ella.

   Con esto, y una fiesta rave en el Roxy Club al día siguiente, animada por DJs y que se prolongó hasta tarde, terminó esta edición del Wien Modern 2023, estimulante e intensa como siempre, y donde cada uno encuentra su espectáculo y su lugar. Desde ya estamos pendientes de lo que nos propondrán en 2024.

Fotografías: Andreas Friess [cabecera y n.º 3]. Markus Sepperer [n.º 2] y Maximilian Pramatarov [n.º 1].

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