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CRÍTICA: 'LA DEL MANOJO DE ROSAS' EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA. Por Gonzalo Lahoz

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Autor: Gonzalo Lahoz
23 de diciembre de 2013
Foto: Artefimero
QUÉ TIEMPOS AQUELLOS

20/12/13.Madrid. Teatro de la Zarzuela. Pablo Sorozábal: La del manojo de rosas. Carmen Romeu (Ascensión). Ruth Iniesta (Clarita). Jose Julián Frontal (Joaquín). Luis Varela (Espasa). Carlos Crooke (Capó). Ricardo Bernal (Ricardo). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Miguel Ángel Gómez Martínez, dir.

   Pablo Sorozábal era capaz de las cosas más complejas a través de las formas más simples. Como buen ejemplo de todo ello, estos días podemos disfrutar de uno de los estandartes del género cuyo estreno supuso toda una modernización de sus formas y contenido sin por ello dejar de lado los aspectos más tradicionalistas, también evidentemente gracias al libreto de Carreño y De Castro, en un principio rechazado por Moreno Torroba al considerarlo difícil de musicar. Así encontramos la arquetípica pareja de protagonistas contrarrestada con la de comprimarios cómicos y por lo general de estrato social más bajo, como venía sucediendo ya desde el Siglo de Oro en nuestras Letras, así como el galán contendiente y el sabio Espasa, de tan ilustrativo nombre. Todos ellos son dibujados a través de una música sencilla, briosa, embebida de las formas de baile más populares en aquel momento, desde la farruca al Fox-Trot, con temas completos, que no motivos, que se repiten a lo largo de toda la partitura, yendo más allá de un mero leitmotiv.

   A Emilio Sagi, como de costumbre, nada de esto se le escapa, juega con la música, lo cual es muy de agradecer y respeta el texto con formas de lo más clásicas, como la disposición de los personajes sobre el escenario ya en el primer dúo "Hace tiempo que vengo al taller" colocando a cada uno por su lado mientras se hablan de amor. Un punto de estatismo que en adelante resuelve Sagi a través de números coreografiados, dejándose llevar por aquello que pide la música, bailarla. El resultado, que evidentemente no incurre en dramatismos, resalta la música de nuevos aires que Sorozábal introdujo en la partitura para dibujar ese Madrid en busca de su nueva faceta modernista y además es de lo más vistoso, máxime con el exquisito vestuario de Alfonso Barajas y la escenografía de Gerardo Trotti, en la que por cierto puede verse, sobre la fachada de uno de los edificios, una placa dedicada a la gran Teresa Berganza quien ha estado guiando y aconsejado al plantel de cantantes del segundo reparto y cuya labor ha querido agradecerle el teatro con este simbólico reconocimiento.


 

   Entre el reparto vocal, destacar el buen hacer tanto de Carmen Romeu como de Ruth Iniesta. Como protagonista, la soprano valenciana derrochó arte en cada momento, tanto en el decir como en el cantar, cantando al decir y diciendo al cantar; quiero con esto decir: transmitió en cada momento aquello que debíamos sentir, con una voz límpida y saneada. Cómo bien dice el bueno de Espasa: "Helénica Ascensión, tribúnica mujer...".
   En cuanto a Iniesta, la zaragozana estuvo realmente sensacional como Clarita. Una construcción del personaje redonda, intachable, al igual que su línea de canto. Digamos que derrochó música y con eso debería ya estar todo dicho. Toda una entrega que nuestros oídos agradecieron sobremanera.
  Volviendo a Espasa, Luis Varela bordó un personaje tan redicho como simpático cuyos números contando batallitas bien recuerdan al desaparecido Miguel Gila.

   No tuvo su mejor noche José Julián Frontal como Joaquín quien, al romper la voz en "Hace tiempo que vengo al taller", dió la impresión de reservarse y comedirse durante toda la función, resultando temeroso en su página solista, con problemas en el paso de la voz y el tercio superior. A pesar de ello estuvo dentro de lo correcto e incluso regaló una estupenda aportación en "Qué tiempos aquellos" junto a Romeu.
   Al Ricardo de Ricardo Bernal le faltó no ya volumen sino proyección, también en la parte hablada, con un anodino aviador cuya voz no corría y Carlos Crooke se presentó fresco y desenfadado en un Capó que contagió ingenuidad y picaresca a partes iguales.

   A todos ellos arropó Miguel Ángel Gómez Martínez con mimo, en una lectura que cargó las tintas por su parte más refinada, sin ápice de trazo grueso ni malos entendidos en cuanto a tempi y dinámicas.
   Realmente disfrutable La del Manojo de Rosas en una tarde en la que en líneas generales se le hizo más que justicia. Para repetir.
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