En lugar del anunciado Vengan corriendo a solo, de Salazar, se interpretó una pieza instrumental: paradetas -en esta versión con arpa y guitarra barrocas- de Lucas Ruiz de Ribayaz, burgalés de nacimiento, que posteriormente viajara a Perú, y que es bien conocido por la composición de su Luz y norte musical para caminar por las cifras de la guitarra española y arpa, tañer, y cantar a compás por canto de órgano; y breve explicación del arte [1677]. El concierto lo cerraron cuatro pieza de Torrejón y Velasco: ¡Fuego, fuego!, villancico a 3; Si al alba sonora a 2 -evidente mezcla estilística entre lo hispánico, con el villancico, y lo italiano, con la cantada italianizante; Desvelado sueño mío, rorro a 7 -tempo pausado y delicadeza en aras de su carácter arrullador; para finalizar con Atención, «juguete» a 4, uno de esos géneros de corte festivo, en los que se daba rienda suelta al jolgorio y la teatralidad de los intérpretes -bien recreado escénicamente aquí.
Sin ser la música más exquisita que se haya escuchado, sí que estamos ante piezas de un notable valor, ya no solo en lo puramente estético, sino musicológico, pues nos proporcionan datos vitales para comprender de manera global el tratamiento que de los géneros llevados de Europa se hacía en los virreinatos americanos. Gran trabajo, pues, de Albert Recasens en su recolección y transcripción -ayudado en las piezas en lengua vernácula por Mariano Lambea, del CSIC.
No obstante, como decíamos al comienzo de estas líneas, debemos lamentar una discreta aportación desde el apartado interpretativo. Ninguno de los cantantes solistas brilló especialmente. La soprano María Eugenia Boix fue la más solvente en cuanto a lo técnico, aunque sus interpretaciones -sobre todo a solo- resultaron impregnadas de un manierismo mal concebido que resultaba un tanto molesto; Lídia Vinyes [soprano], rindió siempre a la sombra de Boix, intentando destacar en los pocos momentos que tuvo, haciendo gala de un timbre no especialmente bello y ciertos problemas en el registro grave. Por su parte, el contratenor Gabriel Díaz- una de las promesas del canto histórico español- estuvo correcto, sin alardes, destacando por su timbre estable y no especialmente estridente -mucho que mejorar en el registro de pecho; Gerardo López fue, sin duda, lo peor de la noche, sobresaliendo por su artificial y engolada línea de canto, además de por un gusto dudoso en los pasajes a solo; Elías Benito fue para mí la mayor sorpresa, pues se mostró contenido, elegante, sobrio y muy sólido, rindió bien tanto en las partes más exigentes en lo agudo, como en los pasajes que requerían de mayor contundencia en los graves. Las partes de conjunto resultaron un tanto confusas, pues en general, pues las líneas no acababan de entender con la claridad deseada, y el texto se volvía ininteligible en muchos pasajes. Pequeños problemas de afinación se hicieron patentes en las piezas sin acompañamiento instrumental. No obstante, no todo fue negativo, pues también nos regalaron momentos en los que el disfrute por su parte era evidente y se proyectaba, con un sonido más conjuntado en todos los parámetros sonoros.