A HOMBROS DE GIGANTES
Madrid. 13-12-2013. Teatro Monumental. El Mesías, de G. F. Haendel. ERIKA ESCRIBÁ, soprano. GERHILD ROMBERGER, mezzosoprano. AGUSTÍN PRUNELL-FRIEND, tenor. KLAUS HÄGER, barítono.ORQUESTA Y CORO DE RTVE. CARLOS KALMAR, director.
Revisitar de tanto en tanto el más famoso de los oratorios de Haendel, y más si ello se ha convertido en una tradición anual unida al final de año y las fechas navideñas tiene algo de la sensación que produce calzarse una zapatillas viejas, de sumergirse en el universo de lo íntimo del que también forman parte algunas obras musicales que, más allá de representaciones concretas, nos acompañan precisamente por ser recurrentes a lo largo de los años. Naturalmente, crecer y evolucionar (vivir, en suma) con estas obras supone que la consideración que tenemos de ellas y de la forma en que deben interpretarse (o la forma en que nos gusta a cada uno que se interpreten, no conviene ser categóricos en cuestiones artísticas) también se desarrolla y evoluciona. El caso de El Mesias es muy particular en este sentido, pues es una pieza que siempre ha gozado del favor del público, y nunca ha dejado de representarse desde el año 1741 de su estreno, atravesando siglos de cambios en los estilos musicales, el gusto, los instrumentos y la propia concepción interpretativa, cambios que de una forma u otra han ido sedimentándose sobre la obra, creando adherencias difíciles de soslayar. Este background puede ser tanto la resplandeciente cola que acompaña a un cometa (los grandes interpretes del pasado que se han acercado a la obra, las grabaciones que podemos disfrutar) como un lastre (ejecuciones inadecuadas en estilo, lecturas grandilocuentes de equivocada monumentalidad, direcciones extraviadas...). Grandezas y miserias que arrastran obras tan conocidas y programadas -hasta la sobreexposición- como la que nos ocupa.
Discúlpeseme esta introducción un poco extemporánea para justificar de alguna forma la imposibilidad de acudir con un ánimo completamente neutral a la representación del pasado día 13 en el Teatro Monumental, antes bien con un cierto sentimiento de prevención, incluso excepticismo, fruto de lo que comentábamos, el recuerdo de los Mesias pasados, que ya van siendo unos cuantos (no todos memorables, ni mucho menos), y el distanciamiento -estoy dispuesto a admitir que puede ser un prejuicio- que como principio me producen las orquestas "modernas" cuando han de vérselas con repertorio del Barroco; y es que en esto, como en tantas otras cosas, caminamos a hombros de gigantes... Pues bien, no me duele reconocer que en este caso todos mis temores resultaron infundados; la Orquesta de Radiotelevisión Española, con un número de efectivos -tema siempre problemático- un poco sobredimensionado, lo que benefició a las partes corales, dotándolas de mayor brillo y presencia, pero perjudicó las solistas, demostró buen hacer de la mano de un Carlos Kalmar detallista, que en ocasiones optó por una arquitectura casi neoclásica pero en absoluto desdeño los momentos más enérgicos para poner de manifiesto todo el fuoco barroco, como el que destila la frase for He is like a refiner's fire. Conseguidas y de efecto igualmente las dinámicas, y especial mención para la labor de Yago Mahúgo al órgano y al clave.
Es perfectamente comprensible que una obra como esta constituya, por sus dificultades, la belleza intrínseca de la parte y el carácter protagónico que asume, todo un reto para cualquier coro, entendiéndose por ello también que supone un placer cantarlo lo que puede contribuir a que el resultado alcance más altas cotas, por la vía de la motivación. Esta circunstancia se puede suponer en esta ocasión del Coro de Radiotelevisión Española, y aún se deduce de su fantástica intervención. Con una formación no muy numerosa, manifestando equilibrio en todas las cuerdas con buen empaste entre ellas y con la orquesta (a modo de ejemplo, el Let us Break, ejecutado a velocidad endiablada pero con perfecta claridad y limpieza). Cabe calificar de magníficas casi todas sus intervenciones, así las de carácter más dramático (Surely He hath borne our griefs), solemne (Behold the Lamb of God) o las que muestran cambios de carácter y consecuentemente una traducción musical de acusados contrastes (Since by man came death). Mención aparte los que requieren la ejecución de rápidas coloraturas, con His yoke is easy a la cabeza, irreprochables. En el mismo nivel de excelencia el celebérrimo Hallelujah o el final Worthy is the Lamb... Amen. Triunfador indiscutible por tanto el coro, circunstancia que es esperable en la obra aunque en este caso con razones más que sobradas.