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Crítica: «El barberillo de Lavapiés» en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
21 de junio de 2022

José Miguel Pérez-Sierra y Alfredo Sanzol dirigen El barberillo de Lavapiés de Barbieri en el Teatro de la Zarzuela de Madrid

El barberillo de Lavapiés

El alma del teatro lírico nacional español

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 18 y 19-VI-2022, Teatro de la Zarzuela. El barberillo de Lavapiés (Francisco Asenjo Barbieri). David Oller/Borja Quiza (el barbero Lamparilla), Carol García/Cristina Faus (Paloma), Cristina Toledo/María Miró (Marquesita del Bierzo), Francisco Corujo/Javier Tomé (Don Luis de Haro), Gerardo Bullón (Don Juan), Abel García (Don Pedro). Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Rondalla lírica de Madrid “Manuel Gil”. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena: Alfredo Sanzol. 

   No deja uno de admirar, cada vez que tiene la oportunidad de contemplar una obra maestra como El barberillo de Lavapiés, la capacidad magistral de Barbieri, uno de los grandes músicos que ha dado España y pieza clave de la zarzuela restaurada, para asumir la influencia italiana –innegable en los músicos pioneros del género y claramente presente en una obra fundamental como Jugar con fuego (1851)-, e integrar el folklore tradicional hispano con una música plena de creatividad, frescura e inspiración, que evoluciona hacia un teatro nacional español con personalidad e identidad propia.  

   Sobre un libreto de Mariano José de Larra, El barberillo, estrenada en 1874 en el propio Teatro de la zarzuela consagra, asimismo, ese madrileñismo esencial en nuestro género lírico. Sobre el escenario se desenvuelven los tipos populares castizos de la capital - los majos, los manolos, los chulapos…, la sabiduría popular que simboliza el barbero Lamparilla y la clarividencia garbosa de la costurera Paloma se relaciona con las clases altas –Don Luis, la marquesita, Don Juan- todos ellos envueltos en el asunto político, en las típicas conspiraciones dieciochescas de la corte. De las dos parejas de enamorados que vemos sobre el escenario, los autores y el público así lo asume también, apuestan por la pareja popular, la costurera y el barberillo -espontáneos, desenvueltos, plenos de gracia y chispa- y que se manifiestan con el hablar castizo, de honda raíz popular y se les atribuye una escritura vocal que toma su origen en la ópera buffa italiana y asume el folklore español de ritmos y danzas como la seguidilla, tirana, jota, caleseras… Por su parte, la pareja enamorada de la clase alta, Don Luis y la marquesita, distantes, solemnes y envarados, se expresa mediante el cantabile italiano de intenso vuelo lírico. 

El barberillo de Lavapiés en el Teatro de la Zarzuela

   El teatro de la Zarzuela repone la producción de 2019 a cargo de Alfredo Sanzol con el mismo director musical y un reparto, prácticamente, idéntico. El público, que ha agotado las localidades para todas las funciones, ha disfrutado con entusiasmo de una obra tan fascinante, que unos han descubierto embelesados y otros han renovado su fervor por la misma. En la función del día 19, incluso, y espoleados por lo que parecía cierta clack, que gritó y pidió el bis desaforadamente desde ciertos sectores de la sala, Faus y Quiza repitieron la tirana de su dúo del acto segundo en una prueba más de la desnaturalización y frivolidad que padece el bis hoy día. Algo que debería ser excepcional como consecuencia de una interpretación memorable y única. 

   La puesta en escena de Sanzol apenas se salva por cierta eficacia del movimiento escénico y, sobre todo, por la belleza, adecuación y colorido del vestuario de Alejandro Andújar, que también firma una escenografía desnuda y definitivamente fallida, basada en unos rudimentarios paneles negros que deben mover los propios artistas de forma tosca y ruidosa y que, como ya subrayé en la reseña del 2019, lo mismo (mal) valdrían para una puesta en escena de La alsaciana, de El cazador furtivo, Las bravías, El conde de Luxemburgo o de Cinco minutos nada menos. El montaje incide en la parodia de la autoridad representada por una Guardia valona particularmente torpona y despistada y permite, eso sí, que los artistas canten en la parte delantera del escenario, además de beneficiarse de una correcta coreografía de Antonio Ruz y buena iluminación de Pedro Yagüe.

   Desde el primer acorde, de ritmo perentorio, se apreció que la batuta de José Miguel Pérez-Sierra se afanó por acentuar un pulso rítmico apremiante en los pasajes danzables, de origen popular, lo que no pudo compensar, de ninguna forma, una dirección musical esencialmente ruidosa, de trazo grueso, brusca y de particulares borrosidad y rudeza tímbrica. Encontrar un rastro de gama dinámica resultaría una labor tan ardua, como atisbar unas mínimas elegancia y refinamiento en la exposición orquestal. El coro asumió la importancia que tiene en la creación de Barbieri, firmó una buena labor escénica y demostró buen empaste y total dominio del estilo y carácter de la obra. Si el masculino resolvió bien su coro de parroquianos, aún brilló más el femenino en su gran coro de costureras del último acto. 

   En la función del sábado 18, David Oller pareció más desenvuelto y con acentos algo más intencionados que hace tres años en una caracterización asumible del protagonista. En el aspecto vocal, timbre árido, pobre de armónicos y vibraciones, más cerca del tenor corto que de un barítono propiamente dicho. Por su parte, Borja Quiza en la función del día 19, repitió su buena creación escénica de 2019 en un Lamparilla pleno de desparpajo y chulería, muy hábil en sus numerosos parlamentos con esa mezcla de presunción, jovialidad y saber popular que fundamentan el personaje. Sin embargo, en el aspecto vocal, Quiza apareció más forzado e incómodo, con ese timbre desempastado y descolorido, la ausencia de remate técnico y una impostación más bien errática, que tuvo como consecuencia verdaderos apuros en algunos pasajes de tesitura tirante como las seguidillas «En el templo de Marte vive Cupido».

El barberillo de Lavapiés

   Carol García, buena vocalista, se mostró, en la línea de su reciente Maya de Don Gil de Alcalá, más resuelta y con algo más de salero que otras veces, algo que es fundamental para sacar adelante su Paloma. Por su parte, en la representación del día 19, encontré a Cristina Faus en mejor estado vocal que hace 3 años. Con el sonido mejor apoyado, prodigó alguna nota con potencia y plenitud, pero la emisión es dura y carente de la mínima ductilidad en un canto en constante forte. Si en lo vocal, García resultó más dúctil, aunque menos sonora, la Paloma de Faus demostró estar más trabajada escénicamente y mostró buena química escénica con Quiza. 

   A pesar de su sosería y cierto envaramiento escénico, resultó preferible la marquesita de la soprano María Miró, el día 19, con su bello y cremoso timbre de soprano lírica y buena escuela de canto, que la de Cristina Toledo el día anterior, sopranino ligera de timbre infantil y un punto destemplado, limitada presencia sonora y cierto tono petulante, aunque estamos ante una cantante musical y con buen gusto canoro. Timbre ingrato, opaco y sin mordiente el que pudo apreciarse al tenor Francisco Corujo en la función del sábado 18. Lejos de su mejor forma vocal, mostró acentos vehementes y un canto arrojado y extrovertido, demasiado quizás para los medios vocales con los que cuenta. Aún así, Corujo fue todo un bálsamo ante Javier Tomé, que encarnó a Don Luis de Haro el día 19 con una emisión «de cogote», con aroma dilettantesco, dura, desigual, sin liberar, un timbre desagradable donde los haya y un canto pedestre y totalmente dislocado. 

   Todo un lujo la voz baritonal, esta sí, recia, bella y sonora de Gerardo Bullón en el breve papel de Don Juan. Desde que aparece sobre el escenario demuestra que juega en otra división vocal. Un punto rudo, pero ajustado en lo escénico y vehemente en sus diálogos el don Pedro de Abel García

Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela

El barberillo de Lavapiés en el Teatro de la Zarzuela
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