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Crítica: «Der Singende Teufel-El diablo cantor» de Franz Schreker en Bonn

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Autor: Raúl Chamorro Mena
1 de junio de 2023

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera El diablo cantor de Franz Schreker en la Ópera de Bonn

«El diablo cantor» en Bonn

El poder del sonido

Por Raúl Chamorro Mena
Bonn, 28-V-2023, Theater Bonn. Der Singende TeufelEl diablo cantor (Franz Schreker). Mirko Roschkowsky (Amandus Herz), Anne-Fleur Werner (Lilian), Tobias Schabel (Padre Kaleidos), Dshamilja Kaiser (Alardis), Pavel Kudinov (Caballero Sinbrand von Frass), Carl Rumstadt (El peregrino moro), Tae Hwan Yun (Lenzmar). Coro des Theater Bonn. Beethoven Orchester Bonn. Dirección musical: Dirk Kaftan. Dirección de escena: Julia Burbach. 

   La obra teatral del compositor Franz Schreker (1878-1934) fue la única, que en el ámbito de la ópera alemana de los años veinte del pasado siglo, pudo competir por prestigio y número de representaciones con la de Richard Strauss. 

   Sin embargo, la presión del nacionalsocialismo y el auge del antisemitismo terminaron poco a poco con su carrera y su vida personal, hasta ser considerada su música por el régimen nazi como «entartete musik» -música degenerada y, por tanto, prohibida, pasando al absoluto olvido también en el terreno internacional. 

   En los últimos tiempos se está produciendo una merecida recuperación de su obra con la paulatina representación de sus óperas. Gracias a esta especie de renacimiento de la obra de Schreker, he podido disfrutar en vivo de El sonido lejano, Irrelohe, Los estigmatizados, El cazador de tesoros y en esta ocasión, este Der Singende TeufelEl diablo cantor que ha programado con audacia la Ópera de Bonn. 

   Después de su estreno poco exitoso en Berlín en 1928 -bajo la dirección de Erich Kleiber y con un ambiente ya enrarecido por las SA- y algunas pocas representaciones más, El diablo cantor desapareció de los teatros hasta la recuperación realizada por la Ópera de Bielefeld en 1989.

«El diablo cantor» en Bonn

   La obra, sobre libreto propio del músico, trata de los enfrentamientos entre cristianos y paganos en la Alemania de la Edad Media. El diablo que canta es un órgano -título originario de la ópera- pues Schreker aprovecha la ambivalencia del instrumento para poder producir sonidos tanto celestiales y espirituales, como oscuros e infernales, además de profundizar en el poder sobrenatural y trascendente del sonido, en los colores y las tímbricas, como en su anterior ópera El sonido lejano. No encuentro en El diablo cantor la inspiración que abunda en esta última, o en Los estigmatizados e Irrelohe, además de servirse de un libreto que no termina de funcionar dramática y teatralmente, pero se trata de una magnífica ópera con una orquestación exuberante, como es habitual en Schreker, fascinante en su combinación de vigor, lujuria sonora, detalles camerísticos y primorosas tímbricas. 

   Después de la preceptiva visita -con total devoción- a la casa natal-museo de Ludwig van Beethoven, me dirigí por la tarde al Theater Bonn, que cuenta con un magnífico emplazamiento en la ribera del monumental Rhin y una terraza desde la que se disfrutan espléndidas vistas del curso del río. 

   Ante todo, hay que destacar la gran calidad de los cuerpos estables de la Ópera de Bonn con un coro de primoroso empaste, rotundidad sonora, flexibilidad dinámica y magnífico despliegue escénico. Por su parte, la Beethoven Orchester Bonn demostró un notable nivel, bajo la dirección del titular de la casa el alemán Dirk Kaftan. Orquesta y batuta pusieron de relieve las calidades de la orquestación de Schreker, en un trabajo pletórico de transparencia y refinamiento tímbrico, impecablemente organizado, apoyado en una gran claridad expositiva y adecuada diferenciación de planos orquestales. A destacar también la sabia combinación de los pasajes de rotundidad y suntuosidad sonoras con los de sutileza y delicadeza camerística. Espléndida la cuerda por empaste, brillo y gama dinámica, así como es justo destacar el fulgor y seguridad de los metales. Asimismo, resaltar que Kaftan no dejó de lado el pulso y la tensión teatral. 

   Amandus Herz, el protagonista de la ópera, recibe el encargo por parte del fanático e inflexible Padre Kaleidos, de terminar un monumental órgano que su padre dejó inacabado, además de enloquecer y sucumbir acusado de brujeria por los propios jerarcas cristianos. El intransigente monje pretende convertir a las «hordas paganas» con el poder sobrenatural del sonido del instrumento. Además, Amandus protagoniza la historia de amor de la obra con la bella Lilian, que es designada como la virgen más bella en los ritos paganos, destinada a entregarse al hombre que les acaudille. 

«El diablo cantor» en Bonn

   El papel de Amandus es agotador con una tesitura propia de heldentenor. El tenor Mirko Roschkowsky no pertenece a dicho rango, ni por volumen, ni por cuerpo ni por registro, pero sacó adelante el papel, pues a un grave inexistente y un centro débil, suma un agudo seguro, que le permitió sortear una tesitura que incide constantemente en la zona de paso y aguda, así como un canto intenso, vehemente, agitado, que transmite la neurosis y tormento del personaje. Asimismo, Roschkowsky, muy entregado, expuso una creíble y sincera creación del protagonista, que pretende usar el sonido del órgano, el arte, con fines fraternales, espirituales, frente a la agresividad implacable del fanático padre Kaleidos, que aprovecha que los paganos deponen las armas ante el sonido del instrumento para masacrarlos. El implacable monje fue apropiadamente encarnado en su exaltada inflexibilidad por Tobias Schabel, que, sin embargo, en el aspecto vocal, mostró una voz de bajo poco interesante, gris de timbre y ayuna de rotundidad y anchura. 

   La soprano Anne-Fleur Werner perfiló una Lilian juvenil, atractiva, con la innegociable sensualidad y carga erótica tan típicas del teatro musical de Schreker. A esa sensualidad escénica -apoyada en un apropiado físico y elegante desenvoltura-, le faltó a la soprano alemana apuntalarla con un sonido más voluptuoso en el centro, pues se trata de una soprano lírica justa, con un timbre grato y bien emitido, pero falto de densidad y redondez, que se asienta en un canto musical, correcto y de impoluta pulcritud. Enamorada y fiel hasta el final a Amandus, Lilian prenderá fuego al monasterio con lo que el órgano ardiendo emitirá sonidos celestiales, sublimes y con ello se producirá la transfiguración del protagonista, ya rota la maldición, previamente a que la joven caiga exánime.  

   Otro personaje femenino pleno de seducción y sensualidad, prevé Schreker en esta ópera, la sacerdotisa pagana Alardis, que fue correctamente interpretada por la mezzo Dshamilja Kaiser, sin especial relieve en lo vocal, pero ajustada en la faceta escénica. Muy discreto Pavel Kudinov en el desagradable papel de Simbrand von Fass. Algo más sólido y con intencionados acentos, Carl Rumstadt, en su intervención como peregrino moro en el cuarto acto. Ajustado el tenor Tae Hwan Yun como Lenzmar.

   Cabe calificar como fallida la puesta en escena de Julia Burbach, un montaje sin ideas, que ni potencia la obra en absoluto, ni logra encauzar, muy al contrario, las carencias dramáticas del libreto. La escenografía de Dirk Hofacker es un alarde de feísmo, con un gran número de butacas insertas en las paredes del escenario, unas rocas de hielo en las que aparece Alardis y la turba de paganos resueltas de forma chapucera, propia de una función de colegio. Asimismo, el escenario se llena de figurantes y bailarines -que desempeñan bien su trabajo con coreografía de Cameron MacMillan- que parecen evocar las angustias y tormentos del protagonista, pero que sólo añaden confusión y desorden a una puesta en escena en la que se mueve torpemente a las masas y que no sabe insuflar el apropiado protagonismo al órgano y al poder sobrenatural de sus sonidos. 

Fotos: Ópera de Bonn

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