Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Elektra, de Strauss, en la Ópera Estatal de Viena
Los abrazos perdidos
Por Raúl Chamorro Mena
Viena, 20-XII-2025, Ópera Estatal. Elektra (Richard Strauss). Ausrinė Stundytė (Elektra), Nina Stemme (Clitemnestra), Camilla Nylund (Crisótemis), Derek Welton (Orestes), Jörg Schneider (Egisto), Marcus Pelz (El preceptor de Orestes), Ana Garotic (La confidente). Orquesta y coro de la Ópera estatal de Viena. Dirección musical: Alexander Soddy. Dirección de escena: Harry Kupfer.
En el momento sublime, musical y dramáticamente, en que Elektra y Orestes se reconocen y reencuentran, son incapaces de culminar su abrazo, los brazos se cierran en el aire. Se trata de un detalle genial de la espléndida puesta en escena de esta obra maestra de Richard Strauss sobre libreto de Hugo von Hofmansthal, por parte de Harry Kupfer. Una producción estrenada en 1989 con dirección de Claudio Abbado y protagonismo vocal de Eva Marton, Brigitte Fassbaender y Cheryl Studer- y que la Ópera de Viena ha retomado, apartando la poco estimulante de Uwe Eric Laufenberg que presencié en febrero de 2020.
Elektra está totalmente obsesionada con la venganza sobre su propia madre y su amante Egisto, asesinos de su padre, el rey Agamenón. Por tanto, en Orestes ve a la mano ejecutora de la venganza, no a su querido hermano. La tragedia ha desestructurado completamente la familia del Rey de Micenas y ha alterado la psicología de Elektra. El montaje de Harry Kupfer sitúa la trama en un marco atemporal, pues así lo son elementos como la violencia desatada, el odio, las patologías de la mente o las consecuencias de la opresión. Una imponente estatua de Agamenón descabezado y con un pie encima de una especie de globo terráqueo, lo que simboliza su tiránico reinado, domina la escenografía de Hans Schavernoch. Magnífico el vestuario, mayormente oscuro de Reinhard Henrich, de gran fuerza dramática y que acentúa el elemento siniestro y opresivo de la trama. Igualmente, las doncellas y sirvientes apilando huesos y carne de animales, como si estuvieran un matadero, evocan esa desaforada y pogresiva violencia que terminará en un baño de sangre. En definitiva, la acertada caracterización de personajes y el trabajado movimiento escénico redondean una puesta en escena ya histórica. El trío femenino protagonista reunido por la Ópera de Viena se encuentra entre lo mejor hoy día para sus respectivos personajes.
El papel de Elektra exige una genuina hochdramatischer sopran, una soprano dramática con todas las letras, que debe superar una orquesta de más de cien músicos y con una resistencia soberana, ya que entra en escena a los 5 minutos de comenzada la ópera y no lo abandona hasta la conclusión de la misma. La voz de Ausrinė Stundytė no pertenece a esa categoría, pues le falta volumen, anchura, metal y entidad en el grave. Se trata de un material demasiado lírico para la parte. El monólogo inicial encontró a la soprano lituana muy fría, sin proyección, con el centro destimbrado y agudos esforzados, recortados y sin expansión. Bien es verdad, que la Stundytė se fue asentado en lo vocal, además de poner en juego su inmensa garra, entrega y abundantes dotes actorales, propias de un animal escénico. Brutal en el enfrentamiento con su madre, implacable en el desprecio a su hermana Crisótemis que no quiere saber nada de su obsesión vengativa y quiere tener una "vida de mujer", alumbrar y criar hijos. Impactante su derrumbe final, exánime, después de su danza alucinada, pues ya no tiene sentido continuar su vida al desaparecer el objeto de su odio. Reconozco que me faltó chicha vocal en la Elektra de Stundytė, pero, desde luego, estuvo sobrada de temperatura dramática.
Nina Stemme, como tantas otras, ha pasado de Elektra a Clitemnestra, de forma triunfal, con una espléndida creación de la esposa de Agamenón. Desde su imponente entrada con ese crescendo orquestal apabullante, la Stemme, magnética, plena de personalidad, se hizo dueña del escenario - no es fácil con la Stundytė al lado- y no desperdició ni una palabra, frase o pasaje para componer una mujer desgarrada, atormentada, que observa en el acercamiento -falso- de su hija una posibilidad de ofrecerle su cariño materno. Asimismo, corresponde resaltar que el instrumento vocal de la otrora intérprete de Brunilda, Kundry y Elektra, demostró mantenerse en buen estado, únicamente ha perdido extensión en la zona alta.
Después de afrontar Isolda y las tres Brunildas a la voz de Camilla Nylund le falta ya frescura para la juventud rozagante de Crisótemis. La finlandesa conserva la zona alta, a pesar de alguna nota calante, así como su musicalidad, elegancia y canto de clase, con total dominio del lenguaje Straussiano.
Sólido en lo vocal el Orestes de Derek Welton, bien integrado en el montaje en el aspecto interpretativo. Jörg Schneider subraya con acierto el carácter grotesco de Egisto, para lo que se vale de una voz, prácticamente, de tenor buffo o característico. Buenos secundarios, dignos de un teatro de esta categoría.
Cuando se trata de música de Richard Strauss, la Filarmónica de Viena es -junto a la Staatskapelle Dresden- la referencia. Y así volvió a demostrarlo en esta ocasión, bajo la dirección musical de Alexander Soddy, una batuta muy competente, con amplia experiencia de foso, al que pudo faltarle algo de personalidad y ese punto más de atmósfera apocalíptica, pero que completó una notable labor. Sonido lujurioso, vigor y esplendor tímbrico, limpieza de texturas, tensión febril, alto voltaje, pero también hondo lirismo en la escena del reconocimiento de Orestes, en la que el sonido apabullante de la orquesta se recogió en filigrana camerística. A destacar también, entre tantos detalles y pasajes primorosos, la impresionante introducción de la cuerda grave en el monólogo de Elektra, la administración del crescendo que culmina con la entrada de Clitemnestra y el frenético final, que dió paso a las ovaciones catárticas del público.
Fotos: Ashley Taylor
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