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Crítica: Elisabeth Leonskaja en el Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
2 de febrero de 2024

Crítica del recital de la pianista Elisabeth Leonskaja en el Konzerthaus de Viena

Elisabeth Leonskaja

Eterna Leonskaja

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 26-I-2024. Elisabeth Leonskaja. Sonata re mayor, D. 850 y Sonata en si bemol mayor, D. 960 de Franz Schubert. 

   A estas alturas de la vida es difícil decir algo que no se haya dicho ya sobre Elisabeth Leonskaja. La leyenda georgiana del piano lleva cerca de seis décadas en los escenarios de todo el mundo y nos ha marcado a varias generaciones de melómanos. Y aunque ha sentado cátedra en muchos compositores, su afinidad con la música de Franz Schubert es algo incuestionable. A modo de ejemplo y tras repasar mi archivo, de los veinte recitales que la he visto desde 1999, en diez de ellos ha interpretado obras del vienés, y en cuatro de ellos se ha enfrentado a algo que antes de ella no era nada común: hacer las tres últimas sonatas en un mismo recital. Lo que antes era un imposible, con ella se convierte en algo normal. Schubert ha sido también uno de sus caballos de batalla en el Konzerthaus de Viena, sala de la que es miembro honorario desde 2006 y donde se ha subido a sus tablas en 184 ocasiones -la primera en 1974 cuando aun vivía en la Unión Soviética-. Lo ha interpretado en multitud de ocasiones y en la temporada 2015-16, hizo el ciclo completo de las veintiuna sonatas. 

   En esta ocasión, sólo teníamos dos de ellas. Ambas de las grandes. A la Sonata en si bemol mayor, D. 960, la más popular e interpretada de la serie, la antecedía en la primera parte la Sonata en re mayor, D. 850, la Gastein, compuesta en agosto de 1825 en la ciudad balneario de Bad Gastein, donde realizaba una serie de conciertos junto a su amigo el barítono Johann Michael Vogl. La obra, en cuatro movimientos como es habitual en Schubert, nos lleva por toda una serie de estados de ánimo. Del ímpetu, la frescura y la solidez de los movimientos extremos, a la tranquilidad y lo idílico del movimiento lento o al inevitable tono danzarín del Scherzo. En el Allegro vivace inicial vimos que los años no pasan en balde, ni siquiera para los mas grandes. Le costó calentar. El tema inicial, exuberante en sonido y proporciones, arrancó pesado y con alguna borrosidad. Fueron mas claras la repetición y la introducción del segundo tema. En la tormenta central ya empezamos a vislumbrar que todo empezaba a estar en su sitio, y la parte final sonó poderosa, casi virtuosística. Sin embargo fue en el portentoso movimiento lento Con motto donde el músico excepcional que es la Leonskaja empezó a decir aquí estoy yo. La impecable construcción de un movimiento tan largo, la delicadeza con que transitó por el movimiento, la naturalidad con que la música fluía, y el sonido inmaculado y cuidadísimo nos trajo inevitablemente a la memoria las grabaciones de su mentor y amigo Sviatoslav Richter. Los acordes con que arranca el tema inicial del Scherzo nos sacaron del estado de hipnosis en que nos encontrábamos. El Ländler posterior nos recordó la música popular de la zona alpina donde se compuso, y el solemne Trío fue un prodigio de claridad con acordes redondos e intensos. Espectacular el Rondó final, donde la georgiana empezó mostrándonos el vivaracho y alegre tema inicial con una carga de ironía propia de épocas posteriores. Todo fue creciendo según la dificultad se iba incrementando, y en las variaciones finales se lanzó a tumba abierta. Navegamos a través de las distintas escalas del segundo tema con un poderío y un virtuosismo natural, siempre al servicio de la obra, para llevarnos a la última exposición del tema inicial perfectamente articulada, de claridad cristalina. Las frases finales más serenas y sosegadas, nos permitieron aterrizar de manera sublime. Los primeros bravos surgieron antes de irnos al descanso.

   La Sonata en si bemol mayor, D. 960 no sólo es la más conocida e interpretada, sino uno de los mayores monumentos de la literatura pianística que cualquier músico haya compuesto en cualquier época de la Historia. La podemos considerar junto al Quinteto de cuerdas, D. 956 o su Sinfonía en do mayor, D. 944 como su testamento musical. En ella alcanza una cima insuperable donde las melodías, puro canto, sin dificultades aparentes, de exquisito respeto a la forma, van creciendo y creciendo en sus distintos desarrollos, ganando por momentos una riqueza armónica y una tensión dramática que te desborda. 

   El magisterio de Leonskaja en esta obra fue total, tanto por su canto discreto, bellísimo, con un sonido pulcro y cuidado como su labor de construcción, absolutamente apabullante e hipnótica. La presentación del primer tema del Molto Moderato inicial fue sereno, musical, desprendiendo tranquilidad. Con el trino grave que nos acompañó todo el movimiento, Leonskaja nos metió aún mas en la obra. El lirismo iba aumentando de manera gradual, pero siempre contenido, siempre musical, perfectamente modulado. Envolvió toda la parte final en un clima casi misterioso para llevarnos a la coda final donde nos sobrecogió la manera en que fue difuminando la música hasta su completa extinción. Si hasta aquí, el recital estaba siendo de altos vuelos, lo que la georgiana nos ofreció en el Andante sostenuto fue de no creer. La melodía inicial nos envolvió en una sensación de ingravidez absoluta. Por momentos levitamos. La entrada de la melodía central nos permitió aterrizar, y tras desgranarla con una claridad exquisita, fue aumentando gradualmente la intensidad. Una vez retornado el tema inicial, nos volvió a elevar a las alturas. Asombroso como marcaba los leves acordes casi en pianísimo mientras los contestaba con la mano izquierda acariciando el teclado, consiguiendo un efecto etéreo casi sobrenatural. Con los nervios a flor de piel necesitamos la distensión y el relax al que nos llevó en un Scherzo muy bien cantado, fluido y natural. Comenzó el Allegro ma non troppo final espontaneo y natural, con un toque jovial de bellísimo sonido y perfecta articulación. Los acordes vehementes sonaron impolutos, encadenando con el segundo tema, esplendoroso, dándole su justa respiración y posteriormente el tercero, rápido, brillante, llenando la sala, pero sin atropellarse, muy natural. Las repeticiones volvieron a ser hipnóticas hasta el silencio que precede a la coda. Ésta fue esplendorosa y rutilante, un enorme colofón a una interpretación colosal. Una sonata que no tiene secretos para ella, y que nos la transmite una y otra vez como si fuera la primera. 

   Con el público puesto en pie, la Sra. Leonskaja se hizo de rogar para darnos la primera propina. Unos Fuegos artificiales de Claude Debussy, spécialité maison, brillantes, resplandecientes, con ascensos y descensos meteóricos pero profundamente evocadores.  Las otras dos las dio casi seguidas. Primero volvimos a Schubert, con una bellísima y sentida interpretación de la segunda de las Klavierstücke, D. 946, para concluir definitivamente con una insinuante y sugerente La plus que lente de Debussy, mórbida y dulce de inicio, y arrebatadora en su parte final. Concluía así un recital inmenso, en el que a pesar de su avanzada edad, Elisabeth Leonskaja no da signos de decadencia. Mas bien todo lo contrario. Parece eterna. 

Foto: Marco Borggreve 

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