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Crítica: Guillermo Garcia Calvo dirige la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
6 de julio de 2025

Crítica de Álvaro Cabezas de la Sinfonía nº 9 de Beethoven, dirigida por Guillermo Garcia Calvo con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla

Guillermo Garcia Calvo dirigiendo la «Novena sinfonía» de Beethoven con la Sinfónica de Sevilla

Una Novena festiva para despedir temporada 

Por Álvaro Cabezas

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 3-7-2025. Jacquelyn Wagner, soprano; Sandra Ferrández, mezzosoprano; Airam Hernández, tenor; José Antonio López, barítono; Guillermo García Calvo, dirección; Coro del Teatro de la Maestranza; Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Programa: Friede auf Erden (Paz en la Tierra), op. 13 de Arnold Schoenberg; y Sinfonía nº 9 en re menor, op. 125 de Ludwig van Beethoven.

   La Novena sinfonía de Beethoven suele programarse para las grandes ocasiones: el inicio de la primavera, para celebrar la Pascua y despedir el año en centroeuropa, para aplaudir un aniversario, para cerrar una etapa o abrir otra. Este sentido catártico, conclusivo o inaugural del que goza la que es la mejor sinfonía compuesta de todos los tiempos ha debido orientar el ánimo de los gestores de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla a la hora de ofrecerla para clausurar una temporada –esta–, que ha sido de transición entre un director (Marc Soustrot) y otro (Lucas Macías), recurriendo a la misma fórmula empleada en el cierre de la temporada 2020/2021, cuando dirigió la novena Juanjo Mena antes de que Soustrot asumiese la dirección artística meses después, dándose de nuevo la misma ceremonia para despedir la titularidad de Pedro Halffter en junio de 2015.

   En junio de 2023, cuando Soustrot dejaba la orquesta, se canceló el Festival Beethoven que iba a ofrecer la integral sinfónica del genio de Bonn. Lo cierto es que en 2024, cuando se cumplió el segundo centenario del estreno de la obra, esta no se interpretó en Sevilla, postergándose un año la celebración o, como hemos apuntado antes, utilizándola para marcar simbólicamente una cesura entre una etapa que se cierra y otra que se abre. En cualquier caso, un concierto con una pieza como esta en su programa consigue a primeros de julio lo que no se logra por parte de la Sinfónica el resto de meses: un lleno absoluto, un interés musical sincero de muchos amantes de la cultura que quieren acercarse a la música clásica, pero que no se sienten atraídos por otro tipo de programas y, también, una expectación de fin de curso muy adecuada.

   Esta afluencia tan generosa de público fue patente en varias ocasiones: por un lado en la salva de aplausos que celebró que la pieza para coro a capella de Arnold Schoenberg titulada Friede auf Erden –que, basándose en las mismas intenciones que tuvo Beethoven a la hora de poner música al poema humanista de Schiller–, no se interpretase entre el tercer y el cuarto movimiento de la novena como se pretendía y, por otro, en las palmas que, más o menos tímidas o dadas sin complejos,  se tributaron entre cada uno de los movimientos de la sinfonía beethoveniana. Sin embargo, y esto dice mucho de la extracción y conocimiento de un porcentaje de los asistentes, tras la explosión inicial al término de la música, las ovaciones languidecieron rápido y se registró el mínimo de duración de aplausos de toda la temporada ante las prisas del público por salir del teatro.

   Como hemos dicho en otras ocasiones, la Sinfónica de Sevilla goza de un nivel altísimo, pero, ni más ni menos, es el que corresponde a una orquesta de su experiencia, tradición y sostén presupuestario. Los próximos pasos deben ser, sin lugar a dudas, las giras nacionales y por el extranjero y la grabación y venta de discos. Será la única manera que los que no la conocen todavía se maravillen con ella y un motivo más para que los gestores públicos presuman y la utilicen como embajadora cultural del nombre de Sevilla por el mundo. Ojalá esto se consiga, si quiera en parte, durante la titularidad de Lucas Macías. ¿Cómo se comprueba el tamaño artístico de una orquesta? Sin ambages, la respuesta está en la comparación con los solistas y maestros con los que trabaja. En cada concierto se pone de manifiesto si un director ha estado muy por encima de su orquesta, si ha habido comunión entre ellos o, por contra, si la formación musical lo ha apocado hasta el punto de marcharse sin extraer el máximo rendimiento de ella. Por tanto, si el nivel de la orquesta es tan alto, hay que decir que ni siquiera debe perder el tiempo con directores de la talla de Guillermo García Calvo e ir, siempre que el presupuesto lo permita, por otras figuras de mayor renombre y exigencia artística. Hacia ello apunta que el próximo director sea Lucas Macías o que en la temporada que se avecina vaya a tocar bajo las directrices de Michel Plasson, Marc Albrecht, György Rath o Charles Dutoit.

   Digo esto porque la aportación del maestro madrileño –curtido en Viena al lado de las grandes batutas de nuestro tiempo–, con respecto a la obra de Schoenberg quedó inédita: todo el trabajo del coro fue de Íñigo Sampil, el salvavidas que ha hecho que un conjunto de aficionados llegue a superar complejas y elevadas cotas artísticas. Lo mismo podría decirse con respecto a la parte de conjunto de la novena de Beethoven. Las voces sonaron de forma espectacular, con ánimo, elevando el espíritu del oyente y aportando lo mejor de la tarde al respetable. Reparando ahora en lo sinfónico cabría preguntarse si García Calvo tenía algún planteamiento concreto para una obra tan conocida. No fue una novena filosófica ni reflexiva, tampoco lenta o profunda, desde luego nada morosa y delectable. Más bien el director ofreció una lectura apresurada en la que todo estaba muy bien tocado (la orquesta no erró ni una vez, a pesar de gestos que no siempre resultaban claros), pero a enorme velocidad, quizá pretendiendo abrumar o resultar apabullante, antes de que se pudiese disfrutar con algunos silencios elocuentes o pausas retóricas. Insisto: fue una muy notable interpretación de esta música, de belleza fría, pero sin ningún candor o sonido característico.

   Si acaso se reforzaron las incursiones de los metales pudiendo recordar en algunos detalles a las interpretaciones hollywoodienses. Lo peor fue, sin duda, el adagio, dicho con prisa. Lo mejor fue el éxtasis que buscó en todo momento en el finale, con una parte solista del tenor muy bien acompañada y de tinte marcial. Las cuerdas ofrecían poco vibrato y los músicos parecían perfectamente acompasados, tocando con entusiasmo, pero hacían ese trabajo sin el impulso del director, que a veces parecía solo en el podio, como si estuviese ante una orquesta imaginaria. En el capítulo de las voces solistas destacó la teatralidad y nervio del barítono José Antonio López, la anchurosa voz de Airam Hernández y el volumen de la de la soprano Jacquelyn Wagner, que tapó demasiado a su compañera, la mezzosoprano Sandra Ferrández. El resultado final estuvo pleno de positividad, la música alegró los corazones del público y la orquesta se despidió de sus programas de abono ante la cita de ofrecer una novena participativa la semana que viene. Entre medio tendrá lugar la comparecencia de la orquesta y coro de la Academia de Santa Cecilia de Roma con Daniel Harding y el Réquiem de Verdi en sus atriles. Desde luego que las comparaciones son odiosas.

Foto: Marina Casanova

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