Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz de Haydn en el Palacio Esterhazy
Adelphi Quartet
Haydn dialoga con el presente
Por Pedro J. Lapeña Rey
Eisenstadt. Schlosskapelle, Empiresaal y Haydnsaal del Schloss Esterházy. I-IV-2023. Leonkoro Quartet, Adelphi Quartett e Isidore String Quartet. Las siete palabras de Cristo en la cruz de Franz Joseph Haydn. Obras para cuarteto de cuerdas de Kaija Saariaho, Daniel Serrano, Bushra El-Turk y Aida Shirazi
Cuando en 1785, Joseph Haydn aceptó el encargo mas extraño que había recibido hasta ese momento, probablemente no era consciente de hasta donde iba a llegar el resultado que surgió de él. Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz es una de obra que ha trascendido formas y agrupaciones. Quizás lo extraño de su concepción le haya dado una libertad de adaptación como pocas obras en la literatura musical.
Tras recibir una importante herencia a la muerte de su padre, el sacerdote Don José Sáenz de Santa María, párroco del Oratorio de la Santa Cueva en Cádiz, financió los trabajos de renovación y ampliación. Una vez terminados, quiso dar lustre a los Oficios del Viernes Santo donde se expresaban las últimas palabras de Cristo en la cruz intercalando música entre cada una de ellas. Y como el dinero no era problema para él, encargó una obra musical para los oficios al compositor más importante de la época, Joseph Haydn, compositor del que ya se habían interpretado sinfonías en el Teatro Principal de Cádiz. Éste seguía en nómina de los Esterházy, pero desde años atrás podía componer para otros. La obra, originalmente escrita para orquesta de cámara, maderas, trompetas y timbales, se estrenó el Viernes Santo de 1787, pero desde su publicación, surgieron diferentes versiones para todo tipo de conjuntos -piano, coro, coro y orquesta, cuarteto de cuerda, etc.- unas arregladas por el propio Haydn y otras por otros compositores. No está de más recordar aquí una de las últimas, la que José Peris realizó para cuarteto de cuerda y soprano, y que se ha interpretado en innumerables auditorios desde su creación en 2008.
La ruptura de la forma, en pleno clasicismo, fue algo muy complejo. Haydn tuvo que componer siete movimientos lentos -adagios, largos o lentos- a los que llama sonatas, de unos 10 minutos cada uno, que debían enmarcar las palabras, no deberían cansar al oyente, y tenían que despertar en él todos los sentimientos asociados a las mismas. Una introducción y un terremoto final, el que se produjo en el Gólgota tras la muerte de Cristo, abrían y cerraban la partitura. Al limitar los contrastes de tempo, Haydn hace encaje de bolillos con la armonía y el cromatismo, consiguiendo una obra emotiva e intensa que cumplió los requisitos del Padre Sáenz de Santa María y que es una de sus obras de más éxito. A su vez, en cada sitio se ha ido generando una tradición diferente. Me comentan amigos gaditanos que en tiempos lo acompañaban con un largo sermón en la Santa Cuerva. En otros sitios simplemente recitaban las palabras, y en otros solo se escuchaba la música.
Haydn compuso parte de la obra en el Palacio Esterházy de Eisenstadt, por lo que acudir allí la víspera del Domingo de Ramos para escuchar la obra se convierte en una experiencia única. Desde hace varias temporadas, la confrontan con música de autores contemporáneos de temática espiritual donde la música de Haydn se intercala y dialoga a través de diferentes épocas, estilos, culturas y religiones. En este caso, la música de los cuatro compositores -la genial finlandesa Kaija Saariaho, el jienense Daniel Serrano, la anglo-libanesa Bushra El-Turk, y la iraní Aida Shirazi- es de una expresividad dura y compleja, siempre relativa al dolor y a la pérdida de seres queridos, con lo que tratan de tender un puente con la obra de Haydn.
Desde su origen, la obra tuvo un fuerte componente dramático. Ahora, en el Palacio Esterházy, además del dialogo entre la música del pasado y del presente, se alcanza con una puesta en escena cuidada al milímetro en diferentes estancias del palacio donde tanto compuso e interpretó, y con la presencia de tres cuartetos jóvenes, todos ellos recientes ganadores de diversos concursos -Wigmore Hall, Regio Emilia o Banff en Canadá- que se repartieron las distintas sonatas de la obra de Haydn y el resto de las obras.
Isidore String Quartet
Comenzamos la velada en la pequeña capilla barroca, junto al órgano en el que Haydn tocaba casi a diario. Dado su pequeño tamaño, solo los madrugadores pudieron escuchar esta parte sentados. El cuarteto Leonkoro, fundado en Berlín en 2019, arrancó la Introduzione de forma algo rígida y quizás no tan sobrios como pide la partitura, aunque muy bien conjuntados. Tras ella “se liberaron” con una interpretación profunda y sentida de Terra Memoria, el segundo cuarteto de cuerda de Kaija Saariaho. Compuesto en 2006, está dedicado a los que ya no están físicamente entre nosotros. Los añoramos. Recordamos constantemente nuestras experiencias compartidas. En fin, siguen aquí con nosotros. En los cerca de 20 minutos que dura la obra, los Leonkoro jugaron con sonidos y texturas en una interpretación brillante e intensa. A su término, la primera sonata de Haydn –Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen– sonó mucho mas natural, con sobriedad y equilibrio intachables.
A su término, nos desplazamos todos a una de las estancias principales del palacio, la Empiresaal, donde la segunda parte corría a cargo del Adelphi Quartet. Fundados en 2017, con componentes de Bélgica, España, Reino Unido y Alemania, el cuarteto se encargó de tres obras contemporáneas. La primera fue el estreno de una última palabra, del jienense Daniel Serrano, una pieza de tímbrica muy atractiva donde las armonías, al igual que en la obra principal de Haydn, son de capital importancia. Tiene un poso de tranquilidad y espiritualidad que la conectan directamente con Haydn, representando una “octava palabra de Jesucristo".
En los poco más de seis minutos de Saffron Dusk de la londinense de origen libanés Bushra El-Turk encontramos juegos tímbricos sobrecogedores y una inequívoca influencia de la música de Oriente Medio. Compuesta en 2021, fue la respuesta de la compositora a las imágenes de ruina y destrucción que vio tras la gran explosión del puerto de Beirut en el verano de 2020 en la que murieron más de 200 personas, hubo mas de 7.000 heridos y hasta 300.000 se quedaron sin hogar. Algo más dura es la música de Painting Secrets, escrita en 2022, en la que refleja tanto el dolor que produce el nacimiento de una nueva vida como la pérdida de otra. Es una obra mas radical, de sonidos mas crudos y directos. El Cuarteto Adelphi trabaja habitualmente con ambos compositores y se notó en interpretaciones intensas y expresivas, casi al borde del llanto. Fue difícil para ellos abstraerse de este contexto en las tres sonatas a su cargo: la grave segunda –«En verdad os digo. Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso»– a la que quizás le faltó algo de solemnidad, la también suntuosa tercera –«Mujer, ¡aquí tienes a tu hijo! - Aquí a tu madre»– muy bien fraseada y con el equilibrio justo, y la doliente cuarta –«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» intensa y delicada a partes iguales.
Tras el descanso nos encaminamos a la imponente Sala Haydn, el enorme salón de baile del palacio, llena de frescos exuberantes y con una acústica excelente. Era el turno del Isidore String Quartet, agrupación norteamericana salida de la mítica Juilliard School en 2019. Con ellos subimos un peldaño. Su sonido es cautivador, de gran belleza. Su conjunción fue admirable y su naturalidad apabullante. Empezaron con una quinta sonata –Tengo sed– de gran empaque y sonido envolvente. A continuación se enfrentaron con “Umbra”, obra para cuarteto de cuerda compuesta por la iraní Aida Shirazi en 2017, de tímbrica compleja, armonías simples y líneas melódicas oscuras, donde la compositora quería crear una especie de sombra de sonido. El nivel técnico de los miembros del cuarteto fue sorprendente en una partitura muy exigente con los intérpretes, siempre al límite de la ruptura del sonido. De vuelta a Haydn, volvimos a disfrutar del bellísimo sonido del cuarteto y de una alta expresividad no reñida con el equilibrio clásico, en las dos últimas sonatas: Consumado es y Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Al acabar, y desde dos tarimas laterales, se les sumaron los miembros del Adelphi y del Leonkoro para un Terremoto final, a doce voces, pleno de fuerza y que fue el mejor colofón a una velada única, donde se honró la obra más española de Joseph Haydn de la mejor manera posible.
Foto: Roland Unger
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