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Crítica: Herbert Blomstedt dirige la «Sinfonía nº 6» de Bruckner con la Staatskapelle Dresden

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Autor: José Amador Morales
13 de abril de 2023

Crítica del concierto de Herbert Blomstedt dirigiendo Sinfonía nº 6 de Bruckner al frente de la Staatskapelle Dresden

Herbert Blomstedt

La sabiduría del anciano kapellmeister

Por José Amador Morales
Dresde, 2-IV-2023. Dresden Semperoper. Igor Stravinsky: Sinfonía de los Salmos. Anton Bruckner: Sinfonía nº6 en la mayor. Sächsische Staatsopernchor Dresden (André Kellinghaus, director del coro). Sächsische Staatskapelle Dresden. Herbert Blomstedt, director. 

   La relación entre Herbert Blomstedt y la Staatskapelle Dresden dura ya medio siglo desde que este empuñara por primera vez la batuta a su frente en abril de 1969, llegando a ser su director titular de 1975 a 1985. Una década que sigue siendo recordada en la ciudad no sólo por el desarrollo musical que alcanzó la formación a las órdenes de Blomstedt sino también a nivel puramente humano. A día de hoy, el director nacido en Estados Unidos, aunque de ascendencia sueca, ha dirigido más de trescientos conciertos al frente de la Staatskapelle sin contar las producciones operísticas. Uno de ellos, en 1985, fue el primero ofrecido en una resurgida Semperoper, cuyo edificio diseñado por Gottfried Semper había sido sometido a un intenso proceso de reconstrucción tras los bombardeos que destruyeron la ciudad en febrero de 1945. 

   También ha dirigido en numerosas ocasiones su tradicional concierto del Domingo de Ramos, como es el caso que nos ocupa. Y es que, de partida, su acercamiento a la Sinfonía de los Salmos, uno de los grandes títulos de la música religiosa, despertaba ciertamente gran interés. La obra de Stravinsky fue compuesta en 1930 en un momento personal de cierto renacimiento espiritual así como de refugio en los parámetros neoclásicos sin que supusiera una ruptura con su carismático estilo personal. Al igual que en muchas de sus grandes composiciones (La consagración de la primavera sin ir más lejos), la instrumentación aquí es exótica, contando un viento muy bien dotado, dos pianos, arpa, violonchelos, contrabajos y percusión, siendo excluidos violines, violas y clarinetes. La utilización de un gran coro proporciona una esencia eminentemente sacra a la composición, al igual que la utilización de técnicas compositivas pretéritas como la doble fuga en el segundo movimiento o de la textura contrapuntística que recorre toda la obra. 

   Blomstedt, que el próximo mes de julio cumplirá 96 años, se había presentado sobre el escenario avanzando cuidadosamente y con pasos cortos con la ayuda de un auxiliar hacia su sillón en el atril. Sin batuta y con tan eficaces como ágiles gestos de los dedos, apenas salpicados de alguna ocasional arcada expresiva con los brazos, sorprendió de partida con una versión extraordinaria en lo meramente analítico y profundamente meditativa, adquiriendo como pocas veces una dimensión ritual casi celebrativa. De esta forma tomaban sentido las palabras del propio Stravinsky que llegó a afirmar «no es una sinfonía en la que he incluido Salmos para ser cantados (…) es el canto de los Salmos lo que estoy convirtiendo en sinfonía». Evidentemente el anciano director contaba con un coro que, optando por voces femeninas en lugar de las infantiles prescritas, brilló a gran altura a lo largo de toda esta impresionante salmodia sinfónica, especialmente en el conclusivo Laudate Dominum donde alcanzó una enorme carga contemplativa. También destacaron los músicos de una Staatskapelle Dresden en estado de gracia, como demostraron – y cómo - en la segunda parte. 

   Las últimas veces que tuve la gran fortuna de disfrutar con las cualidades interpretativas de Blomstedt como bruckneriano fueron en 2017 con la Sinfonía nº7 y en 2018 con la Sinfonía nº4, ambas al frente de la Filarmónica de Viena en el Festival de Salzburgo. Fueron versiones tranquilas que, sin llegar a ser pesantes, reflejaban la calma necesaria para hacer brillar tanta belleza. Al mismo tiempo ponían de manifiesto todo el poso del oficio y del saber hacer atesorado a lo largo de décadas por este gran kapellmeister que hacía de su sintonía con los integrantes de la orquesta toda una fiesta musical inolvidable. En esta Sinfonía nº6 sajona, el milagro se repitió e incluso superó en mayor grado esas experiencias precedentes. En primer lugar porque la comunicación con los músicos de la Staatskapelle excedió en mucho la complicidad para convertirse en verdadera comunión artística, hasta el punto de que un simple gesto (ya hemos señalado que Blomstedt prácticamente sólo utiliza sus manos) se convierte de facto en un resultado tanto sonoro como expresivo. Y en segundo, porque estamos ante una formación sinfónica como la Staatskapelle Dresden sin lugar a dudas a la altura de las más grandes (dentro y fuera de Alemania), sí, pero sobre todo dueña de un color y un timbre acrisolado propio realmente únicos: Karajan lo llegó a describir con fortuna como «el esplendor del oro viejo». 

Herbert Blomstedt en Dresde

   Ante esa comunión entre músicos y autenticidad sonora, hubiese sido hasta cierto punto lógico que un director que empieza a rozar el centenario se tomara su tiempo para controlar y degustar una partitura tan intensa como esta sexta de Bruckner. Sin embargo, los 56 minutos que duró la interpretación nos hablan de la enorme energía con la que Blomstedt afrontó la obra, algo que percibimos desde el diseño rítmico inicial de los violines al que siguió una intensidad agógica y unos contrastes dinámicos de enorme fuerza expresiva. Junto a ello, el cuidado tratamiento de los temas más cantábile, el hábil desenredo del material contrapuntístico – especialmente en los movimientos extremos, el desarrollo tan musical de las progresiones armónicas o la caracterización de las masas sonoras fueron rasgos de esta versión inolvidable. Y de manos de una Staatskapelle Dresden en estado de gracia con la que pudimos escuchar como pocas veces absolutamente todo lo escrito por Bruckner, alcanzamos el final de esta bellísima versión de la Sinfonía nº6 con esa suerte de pregunta abierta que nos propone la coda sobre el motivo inicial de la sinfonía. 

   Tras el convenientemente ralentizado acorde final, Herbert Blomstedt descendió su brazo a lo largo de quince eternos y maravillosos segundos de silencio absoluto que, al tiempo que permitían paladear los últimos armónicos del definitivo y resplandeciente La mayor, nos reconciliaban con el entorno mientras las pulsaciones nos apremiaban a estallar, como así fue, en una impresionante y colectiva aclamación. Durante los entusiastas aplausos, el anciano director no dejaba de saludar y abrazar calurosamente a cada uno de los músicos hasta que estos, negándose a levantarse, le revertían el saludo provocando el lógico delirium tremens de un público entregado.

Fotos: Matthias Creutziger / Staatskapelle Dresden

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