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Crítica: Jaeden Izik-Dzurko en el Festival de Piano «Rafael Orozco» de Córdoba

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Autor: José Antonio Cantón
19 de noviembre de 2023

Crítica del pianista Jaeden Izik-Dzurko en el Festival de Piano «Rafael Orozco» de Córdoba

Crítica de  Jaeden Izik-Dzurko en el Festival de Piano «Rafael Orozco» de Córdoba

Predominio técnico

Por José Antonio Cantón
Córdoba, 15-XI-2023. Auditorio del Conservatorio Superior de Música ‘Rafael Orozco’. XXI Festival de Piano «Rafael Orozco». Recital de Jaeden Izik-Dzurko. Obras de Isaac Albéniz, Elisenda Fábregas, Maurice Ravel, Robert Schumann y Antonio Soler.

   En su intención de dar a conocer jóvenes pianistas de prometedor futuro, la dirección artística del Festival ha querido presentar al canadiense Jaeden Izik-Dzurko, ganador de la última edición del Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O’Shea, con un programa de variados autores que han permitido percibir la adaptación estilística de este intérprete. Así, empezó su actuación con música barroca española; tres Sonatas de Antonio Soler R107, R102 y R101 del catálogo de Samuel Rubio. La primera la interpretó con cierta sequedad en su pretendida aproximación al sonido clavecinístico, mejorando el canto en el segunda escrita en Re menor, para demostrar su ágil mecanismo en la tercera, dejando una sensación interesante de conjunto desde un cuidado respeto al desarrollo armónico de cada una de estas obras contenidas en un solo movimiento, y no tanto por su pulsación fuerte e intensa en exceso que a su vez venía a exigir una límpida articulación

   Seguidamente dio un salto de estilo adentrándose en la colección Miroirs de Maurice Ravel, verdadera obra maestra. Su tratamiento del pedal no favorecía el resonante aleteo de las polillas nocturnas que pretende evocar Noctuelles en sus oscilaciones dinámicas. Mejoró en la expresividad que requiere Oiseaux tristes sin llegar a la revoloteante «etereidad» de sus sones. En Une barque sur l’ocean alcanzó su máxima identificación con el sentido raveliano superando su difícil ejecución. Con limitada gracia expuso La alborada del gracioso, no llegando a descubrir plenamente esas sonoridades hispanas que la sustentan por momentos, limitándose a una defensión técnica. Por último, en La vallée des cloches se aproximó a la extática expresividad que dimana de sus armonizaciones con un regularizado sentido. Éste quedó bastante diluido en el duende que requiere El Albaicín de Isaac Albéniz que le siguió, siendo compensado con el bullicio rítmico de Eritaña, del mismo compositor, en el que contrastó su estructura bitemática.

   La segunda parte del recital la inició con una obra de la que es dedicatario; Sueños radiantes, que escribió la compositora tarrasense Elisenda Fábregas el año 2022. Demostrando una gran identificación con sus compases, transitó a lo largo de su desarrollo con ardoroso estado de ánimo, procurando en todo momento ofrecer la luminiscente estructura armónica que se desprende de su tratamiento interválico, contrastando en todo momento la alternancia polifónica de cada una de sus manos, aspecto esencial del vanguardismo de esta composición, resultado de una sólida madurez creativa, que se escucha con esa agradabilidad que desprende la sonoridad de su diáfana grafía. La autora, presente en la sala, compartió los aplausos de un público complacido por la eficacia percibida en la interpretación de su obra.

   Para terminar su actuación, Jaeden Izik-Dzurko ofreció uno de los monumentos sonatísticos del siglo XIX; la Primera sonata en fa sostenido menor, Op.11 de Robert Schumann. En la Introduzione se pudo percibir una actitud a la vez ceremoniosa y contemplativa que predisponía a una atenta escucha de cómo se iban a desgranar sus distintos motivos de profundo carácter romántico, que el pianista cargó de enorme sensualidad sin caer en momento alguno en el superfluo manierismo a que es dada la interpretación del Allegro vivace que le sigue. El Aria la planteó como un romance cantado con exquisita delicadeza, contrastando así las tensiones expresadas anteriormente en el inicio de la partitura, estado de ánimo que volvía a manifestar en el Scherzo realizado más como un ejercicio de mecanismo que como un contrastante discurso de difícil univocidad. Sólo al final de su desarrollo se aproximó a esa música interna tan propia y complicada de Schumann que caracteriza su genialidad creativa. 

   Irrumpió sin solución de continuidad en el Allegro final aproximándose a ese raro equilibrio de la dualidad psicológica que Schumann apunta ya en esta obra, representada por los imaginarios personajes de Eusebius, sereno y contemplativo, y Florestán, de inquieto ánimo, hasta afrontar la brillante coda final con notable resolución técnica y diversa emocionalidad, concluyendo una actuación que apuntaba cómo este pianista se encuentra en una clara proyección artística en la que está llamado a madurar con creciente atención los aspectos esenciales del pensamiento musical de cada pieza que se proponga interpretar. El público que llenaba la sala aplaudió con intensidad, siendo correspondido con una hermosa y esencial página de Alexander Scriabin.

Foto: Festival Rafael Orozco de Córdoba

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