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Crítica: Javier Comesaña y Alejandro Posada, con la Joven de Andalucía en Jerez

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Autor: José Antonio Cantón
8 de abril de 2024

Crítica del concierto protagonizado por Javier Comesaña y Alejandro Posada, con la Orquesta Joven de Andalucía en el Teatro Vilamarta de Jerez

Crítica del concierto de Javier Comesaña y Alejandro Posada, con la Orquesta Joven de Andalucía en Jerez

Enérgica dirección con alto criterio didáctico

Por José Antonio Cantón
Jerez, 31-III-2024. Teatro Villamarta. Orquesta Joven de Andalucía (OJA). Solista: Javier Comesaña (violín). Dirección: Alejandro Posada. Obras de Ludwig van Beethoven e Ígor Stravinski.

   Una temporada más el Teatro Villamarta de Jerez ha colaborado con el Programa Andaluz de Jóvenes Intérpretes que ha desarrollado el Instituto Andaluz de las Artes Escénicas y la Música perteneciente a la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, organizando la presentación del programa sinfónico trabajado por la actual promoción de seleccionados músicos andaluces de posgrado que se han reunido en la localidad sevillana de Pilas bajo la dirección del maestro colombiano Alejandro Posada en el Encuentro de Primavera de la Orquesta Joven de Andalucía (OJA), que ha contado con la participación de esa más que promesa del violín cual es el hispalense Javier Comesaña, interpretando el paradigmático Concierto para violín y orquesta en re, op. 61 de Ludwig van Beethoven en la primera parte de la velada.

   Desde los primeros golpes de timbal se pudo percibir la intensidad de las indicaciones del director como queriendo tensar los vectores de conexión con los elementos sustanciales de la estructura de la orquesta, primeros atriles especialmente, manifestando la trascendencia de la obra como forma concertante perfectamente aquilatada que abriría el paso a lo que habría de llegar a significar este tipo de composición a lo largo del periodo romántico con los grandes compositores posteriores. Como si estuviera en un constante proceso de exploración, fue indicando con clara cinética el discurrir de la obra predisponiendo un diálogo con el solista cargado de fuerza formal en lo técnico y sentido emocional en lo dramático, que revelaba el buen y creciente entendimiento resultante entre ambos a lo largo de este encuentro con la OJA.

   La extensión del primer movimiento paradójicamente favoreció a un incremento de atención en el oyente que terminaba sorprendido por la cadenza elegida por el solista, que el propio compositor revirtió al violín de la que escribió para la versión para piano de esta obra que fue catalogada con el Op.61a en la que Javier Comesaña dejó patente sus arrestos de músico de raza, comprometido cada vez más en dar solución con creciente emoción a las enormes dificultades que plantea Beethoven en este pasaje solístico, que viene a predisponer a la brillante culminación de este Allegro ma non troppo con el que se inicia el concierto. En el segundo movimiento, el violinista desarrolló toda la serenidad que piden sus compases expresando ese carácter orgánico de lirismo tranquilo que propone el compositor, que le permitía ofrecer su mejor calidad de canto, lo que realzaba las cualidades de su instrumento, un violín construido en Parma el año 1795 por el admirado lutier Giovanni Battista Guadagnini, al que el intérprete sacaba el máximo partido sonoro. En el alegre Rondo final, el diálogo entre solista y orquesta se volvió más chispeante, dada la naturaleza de la música que lo integra y la tensión que emplearon ambos elementos concertantes, destacando la energía proveniente del pódium que impulsaba a la formación con graduado y bailable sentido dinámico dentro de su manifiesto impulso rítmico.

   Ante el beneplácito de un público, que supo reconocer con su prolongado aplauso el gusto con el que se planteó la interpretación, Javier Comesaña quiso dejar un apunte más de sus admirables dotes técnicas desgranando con cuidada musicalidad las complicaciones que dejó plasmadas el famoso violinista belga Eugène Ysaÿe en el tercer movimiento, subtitulado La danza de las sombras; Sarabande, de su Segunda Sonata para violín solo en la menor, op. 27-2, página con la que dejó patente la previsible proyección de su carrera como un músico muy dotado para construir emociones.

   La obra que ocupaba la segunda parte del programa fue una de las más relevantes creaciones orquestales y balletísticas de la historia: La consagración de la primavera de Ígor Stravinski. Ante este monumento de genial instrumentación, el maestro Alejandro Posada se dispuso esencialmente a desarrollar tres aptitudes muy fundamentadas: claridad de concepto, capacidad de análisis y seguridad constructiva. Así en la primera parte de esta obra, fragmentada en siete episodios, desde que el fagot hace su entrada temática, supo clarificar el aparente caos surgido de las sucesivas apariciones de diferentes grupos instrumentales. Seguidamente, en el episodio de los Augurios primaverales y la sucesiva Danza de las adolescentes fue acentuando la corporeidad creciente del discurso hasta llegar a una exposición acertada en los continuos cambios de compás recogidos en los pentagramas del Juego del rapto. En Rondas primaverales, desentrañó la creciente confusión sonora que venía a producirse en los siguientes episodios, realzando la función de fijación temática encomendada a los metales como elementos de referencia para estimular las distintas armonizaciones, que la OJA realizaba con especial atención, hasta llegar a su abrupto final.

   El ambiente arcaico y bárbaro que se desprende de la complejidad armónica de los primeros episodios de la segunda parte tuvo en la Glorificación de la elegida un momento de virtuosismo orquestal bien inducido por el director en su manifiesto deseo de realzar la ligereza expresiva y precisión técnica que requiere. El contundente dinamismo con el que trató la Evocación de los ancestros contrastó con el Ritual de los antepasados antes del convulso carácter de la Danza sagrada que el maestro Posada transmitió en toda su dimensión dinámica aprovechando la ilusión e imponente vitalidad de indescriptible y salvaje energía que podían desarrollar los músicos.

   Culminaba así un concierto que había sido muy bien preparado durante este encuentro primaveral de la OJA, orquesta que, desde sus distintas promociones a lo largo de treinta años, ha servido para propiciar las primeras actividades profesionales de innumerables músicos andaluces, sabiendo aprovechar en esta ocasión la vocación, preparación y experiencia Alejandro Posada, siempre eficaz y muy comprometido con proyectos didácticos de esta naturaleza.

Foto: Teatro Villamarta

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