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Crítica: Jorge Luis Prats ofrece su versión de 'Iberia' de Albéniz en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

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Autor: José Amador Morales
11 de mayo de 2018

"A la salida no eran pocos los que comparaban la interpretación esta Iberia de Prats con la que brindara Rafael Orozco en este mismo Teatro de la Maestranza en las postrimerías de la Exposición Universal de 1992".

Iberia de altura

   Por José Amador Morales
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 5-V-2018. Isaac Albéniz: Suite Iberia. Jorge Luis Prats, piano.

   A quien esto suscribe se le hace casi imposible citar al protagonista del evento que nos ocupa sin retrotraerse a experiencias musicales previas de índole personal, bien que muy ligadas a nuestra geografía. Y es que Jorge Luis Prats se convirtió en algo así como el pianista de cabecera de la Orquesta de Córdoba en los recordados – y difíciles – años noventa en que Leo Brouwer “entrenó”, según su propias palabras, y echó a rodar al conjunto sinfónico cordobés, coincidiendo prácticamente con la desaparición de Rafael Orozco (memorable su última aparición con el concierto de Schumann en el Gran Teatro cordobés en otoño de 1995).En las citas pianísticas, el genial compositor y director cubano “tiró” de su amigo y paisano pianista para dirigir una cantidad considerable de obras del repertorio concertante para piano: Rachmaninov, Gershwin, Prokofiev, Tchaikovsky, Grieg, Brahms, Liszt, etc… Veladas todas ellas memorables que nos ofrecieron la posibilidad, además de disfrutar de esas obras maravilllosas, de descubrir a un pianista fantástico y entrañable con quien Brouwer desplegaba una particular sintonía.

   Así pues, el hecho de reencontrarnos con el pianismo de Jorge Luis Prats al frente de una obra como la Suite Iberia de Albéniz era una ocasión única para volver a disfrutar de un talento musical, todo sea dicho, muy difícil de encontrar en los artistas provenientes de la potente mercadotecnia actual: tal vez la mitad del aforo vacío es el reverso negativo de esa misma moneda. Por otra parte, la inmensa obra de Isaac Albéniz es una prueba de fuego, muchas veces infranqueable, para muchos pianistas de prestigio (recordemos que Daniel Barenboim, por señalar un ejemplo significativo, sólo ha interpretado y grabado los dos primeros cuadernos). Sobre Iberia, el pianista de Camagüey ha afirmado que “es la pieza más difícil que se ha escrito para piano. El problema es la partitura, sí, pero sobre todo, el estilo. Por más que hagas, si por partes no suena como el taconazo que mete el bailaor flamenco en el piso, no hay nada que hacer. Está demasiado lejos de lo que alguien pueda lograr. Lleva un mensaje oculto”. Su resoplido y alzado del puño izquierdo (casi a lo Cristiano Ronaldo) tras el último acorde revela una meta por fin alcanzada, un esfuerzo finalmente recompensado. Y de qué manera…

   Prats desplegó un pianismo soberbio y de imponente intensidad, en ningún caso confundida con brusquedades y efectismos a los que acostumbran muchos intérpretes de la nueva hornada. En su visión de la inmensa obra de Albéniz no hubo espacio para el folclore barato ni tópicos musicales, sino una visión ciertamente local pero sublimada mediante la amplísima paleta cromática, la incisiva pulsación y un valiente contraste dinámico. Evidentemente, a cualquier pianista que se tome en serio semejante monumento pianístico se le presupone una técnica y un virtuosismo a la altura de las circunstancias (toda la obra en sí pero páginas como El Corpus, Rondeña, Málaga o Eritaña no están al alcance de todas las manos), si bien Jorge Luis Prats lució además un dominio absoluto de la partitura y un ajustado idiomatismo (el “estilo” y el “mensaje oculto” que él mismo comentaba); el hecho de interpretarla sin partitura es sólo un detalle menor, pues en obras de tal complejidad muchos músicos no pueden permitirse el paso intermedio de la mera lectura de los pentagramas.

   Todo ello fue puesto de manifiesto a lo largo de una velada que sería muy difícil sintetizar en pocas líneas. Sólo apuntaremos detalles inolvidables como la mixtura cromática de El puerto, que precedió a un monumental El Corpus en donde el impresionante calderón de 24 segundos previo a la coda sólo fue el resultado acústico y expresivo lógico del desarrollo melódico anterior. A ello sucedió el chispeante ritmo de petenera de Rondeña o el ensueño de una bellísima Almería, alcanzado mediante una extraordinaria claridad expositiva y en la que Prats demostró su  maestría en el manejo del rubato, por otra parte personalísimo, y en el arte de la modulación; el ritmo mordiente de Triana, en coherencia con el destacado fondo de habanera en Lavapiés, nos confirmó hasta qué punto el carácter danzable (y más aún latino) de estas piezas no es ningún secreto para el pianista cubano, y no digamos ya ese verdadero “elogio de la danza” (con permiso de Brouwer) que en sus manos supuso la conclusiva Eritaña.

   Como suele ser habitual en sus apariciones, Jorge Luis Prats fue extremadamente generoso en los bises que comenzó, como para desengrasar tras el desgaste previo, con versiones de algunas de las Danzas cubanas de Ignacio González, la casi obligatoria Mazurca glissando de Ernesto Lecuona (¡cuántas veces se la habremos escuchado!) así como la adaptación de la canción Siempre en mi corazón del mismo compositor, para culminar con una inefable Liebestod de Wagner en paráfrasis de Liszt, sin duda un guiño hacia la razón de ser fundamental del escenario en el que tocaba.

   A la salida no eran pocos los que comparaban la interpretación esta Iberia de Prats con la que brindara Rafael Orozco en este mismo Teatro de la Maestranza en las postrimerías de la Exposición Universal de 1992, lo cual habla por sí solo de la entidad de su versión ciertamente en la línea ya mítica del genial pianista cordobés, Alicia de Larrocha, Esteban Sánchez, Guillermo González, etc…

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