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Crítica: «La casa encantada» de Stanislaw Moniuszko en Varsovia

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Autor: Raúl Chamorro Mena
4 de mayo de 2023

Crítica de la ópera La casa encantada de Stanislaw Moniuszko en la Ópera Nacional Polaca de Varsovia

«La casa encantada» de Stanislaw Moniuszko en Varsovia

Paradigma de la Ópera Nacional polaca

Por Raúl Chamorro Mena
Varsovia, 28-IV-2023, Teatro Wielki-Ópera Nacional polaca. Straszny Dwór-La casa encantada (Stanislaw Moniuszko). Stanislaw Kuflyuk (Miecznik), Gabriela Legun (Hanna), Anna Bernacka (Jadwiga), Piotr Kalina (Stefan), Pawel Horodyski (Zbigniew), Anna Lubanska (Czesnikowa), Albert Memeti (Damazy), Slawomir Kowalewski (Maciej), Szymon Kobylinski (Skoluba). Coro, ballet y Orquesta del Teatro Wielki de Varsovia. Director musical: Andriiy Yurkevych. Director de escena: David Pountney.  

   Tan imponente como la ciudad de Varsovia es su Teatro Wielki, sede la Ópera Nacional polaca. El enorme recinto, inaugurado en 1833, fue destruido en la Segunda Guerra Mundial -al igual que el 86% de la capital- y retomó su actividad en 1965, después de la reconstrucción conforme a los diseños del arquitecto modernista Bohdan Pniewski. 

   En la vecindad del teatro se erige la estatua del compositor Stanislaw Moniuszko (1819-1872), padre indiscutible de la ópera Nacional polaca. Junto a Halka (Vilna, 1848), La casa encantada es su obra más destacada y, desde luego, no existe mejor lugar para disfrutarla, que el propio Teatro donde se estrenó en 1865. Previamente, cómo no, obligada visita al espectacular monumento a Fryderyk Chopin erigido en el magnífico Parque Lazienki, así como a la Iglesia de la Santa Cruz, en la que se encuentra el corazón del emblemático compositor polaco. El gran músico, paradigma del romanticismo, nació en Varsovia, pero jamás regresó a su ciudad natal desde que marchó a París a los 20 años de edad. Su tumba se encuentra en el mítico cementerio Père Lachaise, pero su hermana, conforme a los expresos deseos de Chopin, se ocupó del trasladó de su corazón a Varsovia.  

«La casa encantada» de Stanislaw Moniuszko en Varsovia

   La casa encantada tiene un lugar especial en el corazón de cada polaco y es buena muestra de la habilidad de Moniuszko para adaptar el modelo belcantista italiano y de la ópera francesa a sus propios modos artísticos, con la presencia de la música popular de su tierra, un buen puñado de melodías inspiradas, el encanto y genuino sabor local de los coros y las danzas, así como los importantes elementos de afirmación nacional. Moniuszko y su libretista Jan Checinski se valen de un argumento cómico, de la ligereza de la comedia burguesa, para encubrir los aspectos patrióticos frente a la rigurosa censura zarista. Hay que recordar que Polonia se encontraba bajo el yugo ruso durante la casi totalidad del siglo XIX. 

   La trama gira entre dos parejas de hermanos que nos trae al recuerdo inmediatamente el Così fan tutte de Mozart, aunque en esta ópera sólo sean hermanas las dos muchachas, Fiordiligi y Dorabella. Por un lado, Stefan y Zbigniew, que al licenciarse como soldados prometen permanecer siempre solteros para tener la libertad de incorporarse en defensa de la patria cada vez que sean requeridos. Por otro lado, Hanna y Jadwiga, que intentan demostrarles que el matrimonio es perfectamente compatible con su coraje patriótico. Por supuesto, al final las chicas lograrán su objetivo y llevarán al altar a los dos hermanos. 

   Después de un primer acto que, en mi opinión contiene la música más ramplona y la orquestación más agreste, el segundo, que transcurre en la mansión del “portador de la espada” Miecznik, durante la festividad de año nuevo, es de gran belleza con ese delicioso comienzo en que se presentan las dos hermanas, soprano y mezzosoprano, con el coro femenino. A continuación, se escucha la polonesa de Miecznik, emblemática dentro de la música polaca -en la que reivindica el polaco ejemplar, patriótico, masculino, valiente y noble- así como el magnífico concertante final. El tercero también es espléndido y contiene dos auténticas gemas, el aria de Skoluba, con la que infunde el miedo al atemorizado Maciej y el gran aria de Stefan con las campanadas del reloj, una hermosa pieza que hemos podido escuchar los melómanos madrileños en el Teatro Real de Madrid cantada por Piotr Beczala en dos recitales. El acto cuarto, bien es verdad, es un tanto anticlimático, aunque comienza con una espléndida aria de bravura de Hanna de clara raíz belcantista. 

«La casa encantada» de Stanislaw Moniuszko en Varsovia

   Un placer, cómo no, vale la pena insistir, presenciar esta ópera en el Teatro donde se estrenó, por un equipo de cantantes locales, idiomáticos, entusiastas, que llevan esta música en la sangre, unos coros genuinos, al igual que el ballet, todos bajo la dirección musical del ucraniano Andriy Yurkevich y escénica de David Pountney, un ejemplo de buen gusto y elegancia. 

   El barítono Stanislaw Kuflyuk exhibió voz sonora y extensa como Miecznik, brillando en su polonesa “Kto z mych dziewek”, que fue recibida con una larga ovación por el público. La soprano Gabriela Legun, Hanna, demostró desenvolverse bien en las alturas, además de afrontar con solidez la coloratura, como pudo comprobarse en su gran aria del comienzo del cuarto acto, también muy aplaudida. Elegante y musical la mezzo Anna Bernacka como Jadwuiga, que delineó con buen gusto la Dumka del acto segundo. El personaje mejor perfilado todos es la intrigante Czesnikowa, tía de Stefan y Zbigniew, que parece una especie de deus est machina de la trama, pero que desaparece en el acto segundo para no regresar hasta el final de la ópera. La mezzo Anna Lubanska, a pesar de sus evidentes problemas vocales, bordó el papel en el aspecto interpretativo. Muy liviano el timbre del tenor Piotr Kalina, con una franja aguda en la que el sonido se estrangula de manera inmisericorde, pero el cantante es fino y delineó con mucho gusto el espléndido recitativo y aria de Stefan en el acto tercero, ”Po przestrzenii bez chmur”, con los sonidos del reloj en el inspirado acompañamiento orquestal. Su hermano Zbigniew fue encarnado por Pawel Horodyski, bajo de timbre gris y falto de rotundidad. En la misma línea vocalmente, el bajo Szymon Kobylinski como Skouba, que, sin embargo, acentuó con mucha intención su espléndida aria del tercer acto con la que atemoriza a Maciej, acompañante inseparable de los dos hermanos, valiente soldado en el campo de batalla, pero temoroso ante los “fantasmas” de la casa embrujada. Este papel, de clara impronta cómica, fue bien caracterizado por Slawomir Kowalewski. El otro tenor, Damazy, grotesto pretendiente de Hanna, se trata de un petimetre a la francesa y no es casualidad, desde luego, que, como admirador de las costumbres extranjeras, esté caracterizado de forma ridícula. Lo encarnó apropiadamente en escena Albert Memeti con un timbre tenoril penetrante, pero un canto menos fino.

   La dirección musical de Andry Yurkevich tuvo pulso y teatralidad, aunque resultó algo ruidosa en los momentos de orquestación más abrupta. Sin embargo, supo plegarse en los momentos más líricos y acompañar adecuadamente a las voces, como corresponde a quién fue tantas veces acompañante de Edita Gruberova en los últimos años de la carrera de la inolvidable soprano. Espléndido el ballet del cuarto acto -coreografía de Emil Weselowski- y pletórico, auténtico, el coro, en sus abundantes intervenciones.  

   La puesta en escena de David Pountney, originaria de 2015, sirve a la obra y destila elegancia y belleza. Como expresa en la entrevista contenida en el programa de mano editado por la Ópera Nacional polaca, el director de escena británico traslada la acción a los años veinte del siglo pasado, una época, al igual que la que enmarca el libreto -siglo XVIII-, en la que Polonia era independiente y feliz. El montaje se vale, asimismo, del lenguaje universal de la pintura. Desde el telón inicial con “Milagro en el Vístula” de Jerzy Kossak, pasando por “Las cuatro estaciones” de Boucher, que enmarcan los juegos de año nuevo de las chicas en ese hermoso comienzo del segundo acto perfilado con gran gusto y refinamiento en la puesta en escena. Finalmente, las cuatro pinturas amorosas de Joseph-Marie Vien encuadran apropiadamente los enredos del tercer acto, pues las chicas se esconden en los cuadros y pueden escuchar sin ser vistas, las confesiones de amor hacia ellas de los dos hermanos. El montaje apuntala la inteligencia de las muchachas, que saben lo que quieren y van a conseguirlo. Una producción, por tanto, rara avis en los tiempos que corren, pues sirve a la obra y destila buen gusto, sutileza y distinción. 

Fotos: Krzysztof Bielinski

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