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Crítica: «La dama de picas» en la Ópera Estatal de Hungría

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
23 de febrero de 2024

Crítica de la ópera La dama de picas de Tchaikovsky en la Ópera Estatal de Hungría

«La dama de picas» en la Ópera Estatal de Hungría

Tchaikovski en estado puro

Por Pedro J. Lapeña Rey
Budapest. Opera estatal de Hungría. 17-II-2024. Pikovaia Dama-La Dama de picas (Piotr Illich Tchaikovsky/ Modest Illich Tchaikovsky). Eduard Martynyuk (Hermann), Svetlana Aksenova (Lisa), Gyöngyi Lukács (La condesa), Viktória Mester (Polina), Anatolij Fokanov (Conde Tomski), Haja Zsolt (Príncipe Yeletski), István Kovács (Surin), Péter Balczó (Tchaplitski), Tibor Szappanos (Tchekalinski), Lajos Geiger (Narumov), Atala Schöck (La institutriz), Zsuzsanna Kapi (Masha), Balázs Papp (El maestro de ceremonias). Orquesta y coro de la Opera estatal de Hungría. Dirección musical: Olivér Dohnányi. Dirección de escena: Milkov Vagyim. 


   En el estupendo libro de la Ópera de Hungría sobre esta Dama de picas, nos mencionan algo que por mucho que sepamos, no deja de ser interesante recordar. Tchaikovsky, probablemente el compositor ruso más popular de siempre, se sentía mucho más a gusto entre la música sinfónica, la de cámara o el ballet, que en la ópera. Con una personalidad tan compleja como la suya, casi todo en él es contradictorio. Quería una cosa y la contraria. Deseaba llegar a todo el público con su música mientras que la mayor parte de su vida estuvo escapando de la gente. Deseaba que todos apreciaran su obra aunque en su fuera interno hubiera preferido dirigirse solo a la élite cultural. En ese cruce de caminos interno, la ópera era el medio más directo y eficaz para llegar a un público amplio y diverso, aunque le suponía auténticos quebraderos de cabeza e incluso momentos de auténtica zozobra tanto el mero hecho de enfrentarse a una nueva ópera, como el proceso de composición cuando estaba enfrascado en ella. 

   Para él, lo importante eran las emociones. Mientras que las obras de Rimsky, Borodin o Mussorgsky se centran en conflictos históricos o políticos -Boris Godunov vs Dmitri, el Príncipe Igor vs el Khan Konchak, Iván el terrible vs Olga y Tucha en La dama de Pskov- siempre con el coro y el pueblo de auténticos protagonistas, en las de Tchaikovski, sus protagonistas -Lenski, Lisa, Iolanta, Tatiana, Hermann, Onegin o Vaudemont-, sus sufrimientos, sus conflictos y sus tormentos son lo importante, lo que nos conmueve. Son tragedias silenciosas que se desarrollaban entre personas en el día a día de su Rusia natal.

«La dama de picas» en la Ópera Estatal de Hungría

   Para ello, si había que alterar el original, se alteraba. En concreto, en La dama de picas, Tchaikovsky se alejó del cuento de Pushkin. Una descripción irónica y burlona de un joven ambicioso de origen humilde que se enriquece en la mesa de juego, explota sin escrúpulos el amor de la hijastra de la condesa -que al final se casa con otro- y que finalmente termina en un manicomio, mientras Liza se casa con otro joven, es transformado por su hermano Modest en un melodrama romántico. Hermann pasa a ser un joven de alma noble que merece un destino mejor. Impulsado por su amor por Lisa y desesperado por su menor estatus social, el juego lo va superando de manera gradual hasta llevarle a la locura y al suicidio. Lisa, que sacrifica su vida por el verdadero amor, se convirtió en la encarnación de la mujer rusa ideal.

   Afortunadamente, la producción del ruso Vadim Milkov, que se lleva representando en Budapest desde 2003, respeta rigurosamente el libreto y es de bellísima factura. La escenografía y el vestuario de Victor y Rafael Volszkii, nombres míticos del Bolshoi de la segunda mitad del siglo pasado, nos trasladan sin ambages a la Rusia de Catalina la Grande, y el camino por las distintas escenas -el parque de verano en San Petersburgo que se transforma al final en el canal en invierno donde se suicida Lisa, las estancias de ésta y de la condesa, o el espectacular baile de máscaras con escalera imperial incluida- son un auténtico regalo para la vista. Y para mostrar sufrimiento, anhelo de belleza, exaltación del amor, y locura patológica, no es necesario estar en un ambiente feo y oscuro como tratan de vendernos a diario muchos de los directores de escena actuales. Se pueden vivir y disfrutar tan bien o mejor en un escenario así. 

   El regalo para la vista estuvo acompañado de regalos para el oído gracias a la labor tanto de la orquesta y su director como del elenco. En la reseña sobre Arabella ya mencioné el gran nivel de la orquesta. Por la tarde -desconozco cuantos músicos repitieron y cuantos se mantuvieron-, esta vez de la mano de la batuta sabia y madura del eslovaco Olivér Dohnányi, nos dieron un Tchaikovsky de altos vuelos, enérgico, brillante e intenso, con su dosis correcta de patetismo, y un sonido rico y opulento. El Sr. Dohnányi, con una amplia carrera en fosos centroeuropeos, ingleses y rusos, no solo nos mostró al Tchaikovsky más intenso sino también se recreó en la tímbrica y la rítmica del ballet, y en la creación de las distintas atmósferas de la obra. Por su parte, el coro mostró un nivel considerable, capaz tanto de manejarse en la grandiosidad de la escena de la bajada por la escalera imperial de Catalina la Grande, como en las intimidades litúrgicas finales de la muerte de Hermann.

«La dama de picas» en la Ópera Estatal de Hungría

   En la Dama de picas, con un buen Hermann y una buena Lisa, sacas la función adelante. Pero como había ocurrido por la mañana en Arabella, si los protagonistas nos agradaron, el notable nivel de los papeles secundarios, casi todos a cargo de miembros de la compañía, contribuyeron de manera decisiva al éxito de la velada. 

   Desde un punto de vista estrictamente canoro, ni Eduard Martynyuk ni Svetlana Aksenova tienen a priori los medios necesarios para enfrentarse a dos papeles de la enjundia de Hermann y Lisa, pero la experiencia y las tablas son siempre factores de mucho peso, y ambos los tienen y los jugaron con todas las de la ley. El primero es un auténtico Everest, casi sin salir de escena, con la orquesta casi siempre enfrente y con abundantes subidas al agudo. El volumen del ucraniano no es grande, pero es un cantante cálido y sonoro, que proyecta bien, y aunque el timbre no es particularmente atractivo, gana metal según sube al registro superior. Escénicamente nos va convenciendo por momento con una entrega absoluta, una resistencia a prueba de bombas, y un fraseo y unos acentos vibrantes. Una encarnación del personaje ejemplar. Su compatriota Svetlana Aksenova, soprano lírica de timbre atractivo, volumen estimable y bien proyectado, mostró una línea de canto musical, y un registro central redondo y con cuerpo. Escénicamente bordó a una Lisa que evoluciona de manera ejemplar de la joven muchacha que no tiene mayor perspectiva vital que acompañar a una abuela autoritaria hasta que se case, hasta convertirse en una mujer perdidamente enamorada de un hombre raro, un tanto marginal, ludópata y obsesionado por las tres cartas ganadoras que le deberían sacar de pobre y así poder unirse a ella. En el encuentro final entre ambos, en el que finalmente Lisa se da cuenta de que todo está perdido, Aksenova retrató magníficamente su angustia, Martynyuk nos fue llevando de la mano hasta la locura, y los dos dieron una clase ejemplar de interpretación, cada uno aumentando la intensidad del otro a medida que avanza el dúo. 

   Al lado de estos dos personajes, todos los demás son secundarios, pero unos menos que otros. La ya veterana Gyöngyi Lukács, todo un referente en la Ópera de Budapest, perfiló una Condesa un tanto altiva y misteriosa, que cantó con una pose elegante -manteniendo siempre altiva una peluca casi imposible- y un tanto autoritaria los recuerdos de su juventud en París y que mantuvo unos espeluznantes encuentros con Herrmann. Otro hombre de la casa, el barítono ruso Anatoly Fokanov nos dio un Conde Tomski carismático, dominador de la situación, siempre al tanto de todo, con un material vocal sonoro aún en estado de forma. El barítono Zsolt Haja fue un notable Príncipe Yeletski, de modos señoriales aunque un tanto distantes, y aprovechó su preciosa aria del segundo acto, cantada con una musicalidad exquisita, para conseguir una gran ovación por parte de todo el público. Notables Viktória Mester como Polina, István Kovács como Surin, Péter Balczó como Tchaplitski, Tibor Szappanos como Tchekalinski, Lajos Geiger como Narumov), Atala Schöck como la institutriz, Zsuzsanna Kapi como Masha, y Balázs Papp como el maestro de ceremonias.

   El éxito fue grande, muy grande, con el público que -al igual que en la función matinal- había agotado el papel ovacionando y braveando prácticamente durante cerca de 10 minutos. Si es complicado cuajar una representación de altura, ser capaz de hacer dos en el mismo día, habla mucho y bien de un teatro que aunque no esté a diario en el candelero, hay que tener muy en cuenta.

Fotos: Valter Berecz

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