Crítica de Raúl Chamorro Mena de La traviata de Verdi en el Teatro Real de Madrid, con Nadine Sierra y Xabier Anduaga, bajo la dirección musical de Henrik Nánási y escénica de Willy Decker
Nadine Sierra afianza la eterna grandeza de Violetta Valéry
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 2-VII-2025. Teatro Real. La Traviata (Giuseppe Verdi). Nadine Sierra (Violetta Valéry), Xabier Anduaga (Alfredo Germont), Luca Salsi (Giorgio Germont), Karina Demurova, (Flora Bervoix), Gemma Coma-Alabert (Annina), Albert Casals (Gastone), Giacomo Prestia (Doctor Grenvil). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Dirección musical: Henrik Nánási. Dirección de escena: Willy Decker.
La fascinante carrera de Giuseppe Verdi, hombre de teatro –como al le gustaba autocalificarse- fundamental en la historia del teatro lírico, adquiere, después de los años de galeras, un enorme impulso con la llamada “trilogía popular”. La sucesión de Rigoletto, Il trovatore y La Traviata cimenta la constante evolución –que nunca se detendrá- del Maestro e instaura definitivamente una dramaturgia personal, única, y paradigmática en el melodrama italiano. Los postulados belcantistas heredados van dejando paso a un realismo cada vez más genuino y la búsqueda constante de la verdad dramática. Una frase del gran musicólogo y experto en voces italiano Rodolfo Celletti lo expresa perfectamente: “Verdi sacrificó los postulados del bel canto al altar de la verdad dramática”.
La Traviata (Venecia, Teatro La Fenice, 1853) es un hito en esta progresión y resulta un emblema de la audacia verdiana. El Maestro, con la colaboración de su fiel libretista Francesco Maria Piave, se basa en el texto de Alejandro Dumas hijo y encuadra algo inaudito, una ópera en el tiempo presente de su creación. Asimismo, erige como protagonista uno de sus grandes retratos femeninos –y de toda la historia de la ópera- a Violetta, que no es otra que la Margarita Gautier literaria. Una cortesana de lujo, usada y luego despreciada por la hipócrita sociedad burguesa de la época. Por si fuera poco, la ópera Verdiana consagra a Violetta como superior moralmente a esa sociedad que la desprecia, pues se trata del único personaje capaz de amar de forma auténtica y desinteresada, de sacrificarse por su amado, frente a las actitudes interesadas y egoístas de esa sociedad. El padre de Alfredo, amante blandito y sin carácter, simboliza bien todo ello. El egoísmo, el autoritarismo, la hipocresía y doble moral, siempre expresados con urbanidad y educación. El propio Verdi sufrió en su localidad natal ese desprecio social por su relación con Giuseppina Strepponi.
Hasta 18 funciones con tres repartos ha programado el Teatro Real en este retorno del inmortal título verdiano. Entre ellos destaca la vuelta de la triunfadora pareja de La Sonnambula de diciembre de 2022, la soprano estadounidense Nadine Sierra y el tenor español Xabier Anduaga.
En opinión del que firma estas líneas, Nadine Sierra compuso una notable Violetta, muy completa en lo vocal e intensa en lo dramático, encauzada en una gran entrega y compromiso interpretativo. Bien es verdad, que las exigencias de este papel son enormes y que me faltó algo de remate vocal y me sobraron algunos recursos de excesiva filiación veristoide, que casan mal en Verdi, como algún gritito, parlato y jadeos. No le hacen falta, porque ella es un animal de escena. La Sierra exhibió su voz de lírico-ligera con centro y volumen que anticipan posibilidades de soprano lírica para un futuro. El timbre no es especialmente bello, pero sí muy grato y homogéneo, apoyado en una emisión muy canónica, con una leve guturalidad, propia de su fonación sajona. En el acto primero, la Sierra combinó escuela de canto de la mejor ley con un virtuosismo no deslumbrante, pero sí muy seguro, dándolas todas. Igualmente, no faltaron todos los sobreagudos, incluido el optativo del final de “Sempre libera”, si bien a esas notas extremas les falta algo de expansión tímbrica y pegada, pero ahí están, sin duda. En el segundo acto, la Sierra se enfrentó con intensidad interpretativa al dúo con papá Germont, esencial en el desarrollo de la ópera. A pesar del legato impecable, faltó algo de anchura y redondez en “Dite alla giovine”. Muy entregado y emotivo el “Amami Alfredo”, que provocó aplausos del público, como ocurría habitualmente en las funciones de antaño. Espléndido el acto tercero de la Sierra con un “Addio del passato” -las dos estrofas- muy bien cantado con legato de factura, apoyado en un fiato descomunal, y hondura expresiva. Lo mejor de la noche por parte de la soprano de Florida. Desde ese momento hasta el final de la ópera, no decayó el pulso dramático de la Sierra con un conmovedor reencuentro con su amado y papá Germont. Insisto, Violetta es un papel en el que es casi imposible no exhibir alguna carencia, pero en el panorama actual y entre las sopranos que lo tienen actualmente en repertorio, Nadine Sierra demostró estar en cabeza.
Los medios privilegiados del tenor Xabier Anduaga llenaron el teatro y en momentos como “Un dì felice”, “Ogni suo aver tal femmina” y “Parigi o cara” sonó con especial fulgor esa belleza y esplendor de un timbre muy dotado. Otra cosa es el estilo, la variedad y fantasía en el fraseo, donde hay aún mucho camino por recorrer. Los cantantes de medios privilegiados suelen acomodarse con ello, porque les será suficiente para forjar una importante carrera. Sin embargo, espero y deseo que el jovencísimo tenor donostiarra no caiga en eso y asuma que avanzar en los acentos, matices y sutilidades canoras pueden llevarle a ser el rey de la cuerda durante mucho tiempo. Asimismo, Anduaga sigue progresando en el aspecto escénico, menos envarado, más desenvuelto, encarnó de manera creíble a ese joven débil y sin carácter que queda muy bien retratado en esta producción en el momento en que su padre le abofetea como si fuera un imberbe.
Luca Salsi no puede presumir de timbre rico, bello y noble, pero sí de empaste baritonal y algunos acentos vehementes e intencionados. El italiano pena en el agudo, que se resuelve en sonidos apretados y sin expansión y no es capaz de permitirse un legato de clase en una escritura que lo pide a gritos –“Pura siccome un angelo”, “Di Provenza”…-. El canto del barítono italiano resultó monocorde y gris, pero es un buen actor y fue capaz de delinear una encarnación dramática plausible de este personaje egoísta y autoritario.
Entre los secundarios destacar el buen hacer del tenor Albert Casals y la faceta escénica del veteranísimo Giacomo Prestia como omnipresente Doctor Grenvil.
La dirección musical de Henrik Nánási, anodina en su funcional corrección, pulcra en su anónima eficacia, además de incoherente en sus erráticos tempi, aportó poco más allá del buen acompañamiento al canto –siempre loable, por supuesto- y un sonido orquestal gris, pero aseado. Una insulsa banda sonora, sin progresión dramática, carente de atmósferas, contrastes y tensión. La obra se interpretó con los cortes tradicionales de la segunda estrofa del aria “Ah, forse lui”, y los da capo de la cabaletta de Alfredo “Oh mio rimorso!”y del barítono “No non udrai rimproveri”. Buena actuación del coro tanto en lo vocal como en lo escénico.
La conocida puesta en escena de Willy Decker estrenada en su día en Salzburgo por Anna Netrebko y con un cuarto de siglo ya asus espaldas se ha convertido en una especie de “clásico moderno” y ha paseado por innumerables teatros. El que firma, tuvo la oportunidad de verla en Valencia en 2013 con Sonya Yoncheva y Zubin Mehta en el foso. Decker desnuda el escenario en su afán de alejarse de las puestas en escena suntuosas con escenografías espectaculares y se centra en los personajes, particularmente en Violetta Valery y su vigencia y atemporalidad. Elementos simbólicos subrayan la dramaturgia. Por un lado, un omnipresente reloj, que evoca el tiempo tasado de la protagonista y el Doctor Grenvil que simboliza esa muerte segura que espera a Violetta. Asimismo, un panel con unas flores al fondo del escenario, plenas de color durante el breve idilio de los personajes y grises en su fin y el vestido de la protagonista, en rojo agresivo, símbolo de su vida habitual como cortesana de fiesta en fiesta y de blanco puro en su breve período con amor verdadero. Todo ello, junto a una bien trabajada dirección escénica sustenta un montaje que, fundamentalmente, expone la obra en su esencia y espíritu y se potencia con una protagonista con personalidad e intensidad dramática como es el caso de Nadine Sierra. Sin embargo, la puesta en escena no se libra de sin sentidos, como la presencia de Violetta mientras Alfredo canta su aria y cabaletta del acto Segundo o ese final con una anticlimática muerte de Violetta. Las enormes dimensiones de la sala de Festivales de Salzburgo obligaron a Decker en su búsqueda de una dramaturgia más íntima a acotar el espacio con una especie de hemiciclo que ejerce de magnífica caja de resonancia a los cantantes que se les escucha de manera muy presente hasta de espaldas y con, a veces, cierta distorsión.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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