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Crítica: «Lear» de Aribert Reimann en el Teatro Real

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Autor: Codalario
28 de enero de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de Lear de Aribert Reimann en el Teatro Real de Madrid

«Lear» de Aribert Reinmann en el Teatro Real de Madrid

Un gran Lear

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 26-I-2024, Teatro Real. Lear (música de Aribert Reimann). Bo Skovhus (El Rey Lear), Susanne Elmark (Cordelia), Erika Sunnegardh (Regan), Angeles Blancas Gulín (Goneril), Andrew Watts (Edgar), Andreas Conrad (Edmund), Lauri Vasar (Conde de Gloucester), Ernst Alisch (Bufón), Derek Welton (Duque de Albany), Kor-Jan Dusseljee (Conde Kent), Torben Júrgens (Rey de Francia). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Asher Fisch. Dirección de escena: Calixto Bieito. Reposición de la puesta en escena: Yves Lenoir. 

   A diferencia de otras de sus hermanas, la colosal tragedia de Skakespeare El rey Lear no había logrado ser adaptada al teatro lírico, a pesar de los intentos de diversos músicos de gran talla, entre ellos Giuseppe Verdi, en lo que fue casi una obsesión fallida durante gran parte de su trayectoria artística. 

   La insistencia del mítico barítono Dietrich Fischer-Dieskau llevó al compositor alemán Aribert Reimann (1936) a asumir el reto y elaborar una ópera sobre libreto de Claus Henneberg, que vió la luz en Munich el 9 de julio de 1978. Se hizo esperar, pero la tragedia del Rey Lear se plasmó en el teatro lírico a través de una fantástica ópera, una de las obras maestras del período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Reimann y Henneberg logran con una muy hábil síntesis, una magnífica adaptación, en la que están presentes los elementos esenciales del drama. La ingratitud filial, la ambición, la codicia, la soberbia, el envejecimiento, la decrepitud, la pérdida de la razón… se plasman en una creación en la senda de la «obra de arte total» con una partitura de una inspiración descollante. Una orquestación fascinante, vigorosa, expresionista, que combina sonoridades ásperas, abruptas, cortantes con pasajes de profundo lirismo e incluso algunos camerísticos. Todo ello con un hondo sustrato dramático-teatral. Igual de creativa, la escritura para la voz, muy variada, con tesituras exigentísimas, pasajes de declamato cantabile, con coloratura, saltos interválicos, siempre con una impecable imbricación dramática. Como debe ser y así ocurre en las grandes obras del género lírico en sus cuatro siglos de existencia, escritura vocal y orquestación se funden en la creación de atmósferas de gran fuerza teatral, progresión dramática y emoción. 

«Lear» de Aribert Reimann en el Teatro Real de Madrid

   Llegaba por fin a España, tras casi 50 años -inexplicable- esta obra maestra, después de que la pandemia se llevara por delante su programación en 2020. Eso sí, hay que agradecer al Teatro Real, primero su insistencia en la propuesta y segundo, el gran nivel de la interpretación en lo que ha sido una gran noche de ópera.  

   Ante todo, es justo resaltar la enorme labor del director de orquesta israelí Asher Fisch, que ya había triunfado en el recinto de la Plaza de Oriente con Capriccio de Richard Strauss. Fisch convierte la orquesta Sinfónica de Madrid en una especie de orquesta alemana de nivel acostumbrada al lenguaje contemporáneo. Fisch puso de relieve la espléndida, creativa y muy dramática orquestación, con toda su fuerza teatral, narró, creó atmósferas y clímax músico dramáticos con altas cotas de emoción y un estremecedor final. Gran actuación de la Orquesta del Teatro Real cuyos músicos parecen motivados en estos retos, a diferencia de lo que suele suceder con el repertorio italiano tradicional. 

   Asimismo, Calixto Bieito, cuando se aparta de sus obsesiones por la escatología, el sexo injustificado y a granel y las ganas de provocar, lo que normalmente desarrolla en las obras del gran repertorio, demuestra que es un gran hombre de teatro. Desde el detalle de los trozos de pan que arroja el soberbio e infatuado Lear cuando decide repartir su herencia -confiando torpemente en que mantendrá la autoritas después de ceder la potestas- entre sus hijas, primando a las más hipócritamente aduladoras, Regan y Goneril, que se arrastran como perros a recoger los pedazos, la puesta en escena de Bieito sobre muy apropiada escenografía de Rebecca Ringst, funciona espléndidamente. Eso sí, el burgalés no puede evitar sacar un señor desnudo en la primera parte, cuyo simbolismo no logré descifrar. Unas láminas de madera, en el comienzo firmes y consistentes, que simbolizan la solidez y fuerza del reino de Lear, que luego se descoyuntan ante la codicia e ingratitud de sus dos hijas más avariciosas e ingratas, y la repulsa a Cordelia, la que verdaderamente le quiere, pero no es capaz de adularle. Después, se convertirán en el bosque en el que vaga como un indigente el abandonado y ya enajenado Lear, que encuentra a Edgar, que se pasa por loco para sobrevivir, víctima de la ambición e iniquidad de su hermano bastardo Edmund y también de la ceguera y soberbia, la misma que Lear, de su padre Gloucester. Esta puesta en escena estrenada en París y respuesta en Florencia se vale de una muy trabajada caracterización de personajes y dirección de actores, además de contar en este estreno español en el Teatro Real con el mismo reparto de dichas ocasiones. Por tanto, todo está perfectamente engrasado, coordinado y trabajado para crear una representación de alto nivel, como así fue. 

«Lear» de Aribert Reimann en el Teatro Real de Madrid

   Memorable creación la que realiza del infortunado Rey Lear el barítono danés Bo Skovhus, que consigue en este contexto que sus limitados medios baritonales no sean obstáculo alguno para una caracterización de una profunda convicción, emotiva y conmovedora. Difícil será olvidar para ninguno de los presentes la estremecedora escena al final de la obra con su hija Cordelia exánime en sus brazos, emulando la magistral Pietà del Vaticano, obra inmortal de Michelangelo Buonarotti. Realmente magistral el juego de gestos de Skovhus en el que va mostrando la pérdida de su estabilidad mental ante los terribles acontecimientos y que se combinó con su solidez musical, juego de acentos y matices, para crear, es justo insistir, una interpretación histórica del papel. 

   Arrolladora, tremenda, la Goneril de Angeles Blancas, a la que, además, encontré muy recuparada vocalmente, lo cual me alegra mucho. En su regreso al Teatro Real, después de 18 años - si exceptuamos una intervención en una de aquellas galas benéficas que organizaba la soprano Isabel Rey -la soprano española desgranó sus muchos resortes dramáticos, su gran personalidad y esa capacidad para dar sentido teatral a cada frase y cada gesto, en un papel muy exigente, que pide una soprano dramática. La Blancas sostuvo la inclemente tesitura con sonirdad plena, reprodujo los saltos, los temibles ascensos, en una creación que expresó la avaricia, deslealtad, sensualidad cuando es necesaria -para ganarse al pérfido Edmund a su causa- en definitiva, toda la perversidad de este personaje. Menos temperamento y fuerza dramática, sin dejar de ser eficaz y apreciable su actuación, mostró la soprano Erika Sunnegardh como Regan, capaz de resolver una escritura muy aguda. Susanne Elmark, que protagonizó Die Soldaten en el Teatro Real hace unos años, se apoyó en su afinidad con el repertorio contemporáneo, y tradujo apropiadamente la nobleza y dulzura, expresada en una escritura menos crispada, de la única hermana que real e incondicionalmente ama a su padre. Espléndido Andrew Watts, capaz de pasar con tanta seguridad como naturalidad, del registro de tenor, cuando canta como Edgar, al de contratenor, cuando lo hace como Tom el loco, en una más de las genialidades de esta partitura. Notable, asimismo, el tenor Andreas Conrad especialista también en ópera del siglo XX y contemporánea en un pérfido y traidor Edmund, que se expresa también en una tesitura temible, bien resuelta por el ya veterano tenor alemán. Sonoro en lo vocal y capaz de dotar de relieve en lo escénico al Duque de Albany, infortunado esposo de Goneril, el barítono australiano Derek Welton. Pleno de matices e intencionadísimo en los acentos en sus intervenciones en parlato el bufón de Ernst Alisch. Ajustado el Gloucester de Lauri Vasar, mejor en lo actoral que en el apartado vocal. No entiendo por qué no salió a saludar al final en este estreno ningún responsable de la puesta en escena, que, desde luego, esta vez no iban a ser abucheados. Todo lo contrario. 

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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