Crítica del librto Historia de la ópera. Siglos XX y XXI de Tomás Marco, publicada por Galaxia Gutenberg
Historia de la ópera, siglos XX y XXI
Por Albert Ferrer Flamarich
Historia de la ópera. Siglos XX y XXI. De la tradición a más allá de la posmodernidad. Tomás Marco. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023. 589 págs. ISBN: 978-84-19738-17-2.
La autorizadísima voz de Tomás Marco (Madrid, 1942), como pedagogo y uno de nuestros compositores contemporáneos más relevantes, vuelve a ponderarse en el campo bibliográfico con la monografía Historia de la ópera. Siglos XX y XXI. De la tradición a más allá de la posmodernidad, dedicada a la creación de nuestra época y lo que le precede inmediatamente. Lo ha editado Galaxia Gutenberg con el estilo gráfico, la encuadernación cosida y las cubiertas que caracterizan este sello –y con un papel muy fino, de los que envejecen con celeridad-. En él se traza un recorrido de corte historiográfico en torno la ópera durante el último siglo, no centrado en los procesos y evolución del género –aunque alguna pincelada aporta,- si no que apuesta por una distribución de corte positivista a partir de estilos y métodos compositivos relacionando obras y compositores, insertos en una demarcación geográfica más o menos evidente que funciona como eje de atracción con los que estructura algunos subapartados.
En conjunto se trata de un volumen hasta ahora ausente y muy necesario como herramienta de primera instrucción para ayudarnos a adecentar y clasificar el laberíntico siglo XX y parte de lo que llevamos del XXI. A grandes rasgos no deja de ser un macrolistado redactado, con pinceladas puntuales sobre algunos de los cientos de títulos que aborda y sus creadores. En este sentido resulta más enumerativo que desarrollado en su voluntad panorámica, porque pretende ofrecer pistas para familiarizarse de manera elemental y a modo de guía rápida de consulta, aunque su fisionomía y estructuración difiera del patrón enciclopédico y de diccionario. No obstante, la cuantía informativa no es para menos, a pesar de que carezca del incisivo hincapié en los elementos musicales definitorios que sí ofreció en Escuchar la música de los siglos XX y XXI (Fundación BBVA, Madrid, 2017) a la hora de determinar las características musicales de los grandes bloques en qué divide su relato y de la inmensa mayoría de los autores. Algo que, por otro lado, a menudo, se salda con etiquetas que el lector deberá conocer de antemano y que no aparecen en un sintético glosario final (electroacústico, minimalismo, dodecafónico, neoverismo,…) como sí acometió en el referido libro precedente. Claro está que, a priori y salvo excepciones, el perfil lector de este título no yace en el melómano común ni el operófilo de a pie; mucho más versados en el repertorio canónico. En otro orden de cuestiones, Marco no indica sistemáticamente las fechas de creación y/o estrenos en el discurso, lo que, en muchas ocasiones, obliga a buscarlas en el copioso y extraordinario anexo final de más de 150 páginas –una cuarta parte del libro-. Sin duda, esta es una de las secciones más interesantes del libro en cuanto exhaustividad y documentación.
Al margen de disquisiciones metodológicas seguidas por Marco, cuyo debate no solventarían la disparidad de posibilidades de un relato historiográfico todavía en construcción sobre el poliédrico siglo XX musical, cabe señalar la vasta y abrumadora cantidad de personalidades creadoras y la necesidad de integrar muchas de las singularidades creativas. En consecuencia algunos aparecen suficientemente detallados mientras que otros son meramente citados en una información rápida y expuesta a vuelapluma, como una entrada de vikipedia. Por cierto, entre los muchos representantes citados, hay considerables menciones a compositoras: desde Ethel Smyth y Germaine Tailleferrer a Kaija Saariaho y Betsy Jolas, pasando por María Rodrigo, Matilde Salvador y tantas otras de jóvenes generaciones en activo. Y también abundan compositores españoles como en el capítulo tercero dedicado a París como capital cultural europea –y mundial- y la influencia francesa en el periodo de entreguerras. Aquí se agradece la inclusión de Enric Morera y su labor en pro del Teatro Lírico Catalán; de Arturo Lapuerta con su ópera Zaragoza (págs.120-121); de Conrado del Campo (págs. 117-118), aunque sea discutible la adhesión de este último puesto que fue claramente un germanófilo y casticista como el mismo Tomás Marco reconoce. Lo mismo sucede con Arregui, Julio Gómez, Facundo de la Viña de quienes presenta indicaciones sobre los argumentos operísticos, pero ninguna justificación estilística o estética sobre su afrancesamiento.
Esta monografía se inicia resumiendo de manera general la deriva del siglo XIX, a partir de algunos de sus fundamentos como la vertiente teatral, el libreto, la orquesta y la dirección de escena. A su vez se focaliza en Italia, Alemania, Francia y España (con una agradecida pincelada a la producción de Albéniz). Tras ello repara en la tradición y modernidad evolutiva durante el cambio de siglo, en el que hay observaciones pertinentes como el parentesco con la opereta vienesa más que con la producción mozartiana en Die Rosenkavalier de Richard Strauss (pág.67). Un compositor que, junto a Puccini y Janacek, centra un repaso perfectamente legible por cualquier aficionado entorno a estos tres grandes y máximos exponentes del repertorio gracias a la cantidad, la calidad y la diversidad de sus títulos. Por supuesto la reflexión sobre el concepto de vanguardia, la influencia de Stravinsky y otras corrientes en los principales núcleos europeos ocupan un espacio suficiente para ilustrar una pluralidad que también atañe al atonalismo, la herencia de Damrstadt, el minimalismo y así sucesivamente en un engranaje que, reparando en la llamada restauración evolutiva y la nueva vanguardia, alcanza hasta la posmodernidad (capítulo 9) y los motivos por los cuales algunas obras pertenecen a ella.
Finalmente el décimo capítulo, llamado globalización e interculturalidad, converge en parámetros similares a su referido libro anterior en la perspectiva de las generaciones más jóvenes (nacidos entre los años 1970 y 2000) que no siempre organiza según nacionalidad, geografía de formación o tendencias y estilos compositivos como sucede con los nacidos en la década de las 70 y sí con los de los 80, dada la dificultad de retratar una dirección clara de la evolución musical por distintos motivos. En primer lugar porque estos compositores y compositoras tienen entre 25 y 50 años y la mayoría aún no han despuntado internacionalmente. En segundo lugar, porque asumen tanto la tradición como las vanguardias normalizadas. Además, en su periodo de formación son el target generacional que mayor índice de viajes, adaptación, medios y antecesores tienen a su alcance, ya sea de manera directa e indirecta dentro y fuera de su geografía natal. Por añadidura, en muchos casos han compuesto óperas de cámara ante las dificultades de estrenar títulos de gran formato que, además, se desprenden de elementos dramáticos y buscan experiencias gestuales, textuales y estructurales por influencia del cine. Igualmente han introducido el uso de la electroacústica y material audiovisual de manera estandarizada.
En resumen, se trata de un libro útil, de cabecera, que ordena y etiqueta tendencias y autores de un siglo muy complejo, poliédrico y expansivo, aún por estudiar en toda su vasta dimensión y todavía más por divulgar –y diríase, «normalizar»- en nuestro país; y que tiene mucho de hibridación para dar salida a la crisis del lenguaje musical, estilo y definición del propio género operístico. Un siglo que, recordémoslo, en Europa y desde la finalización de la II Guerra Mundial, también sufrió una deriva hacia la simplificación en la destreza expresiva propiciada por la cultura de masas dejó atrás las candorosas denuncias de alienación y cosificación denunciadas en su momento por Theodor Adorno.
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