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CRÍTICA: PATRIZIA CIOFI TRIUNFA EN LA 'LUCIA DI LAMMERMOOR' DE LA ÓPERA DE LA BASTILLA DE PARÍS. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
9 de octubre de 2013
Foto: Mihaela Marin

EL FASCINANTE HECHIZO DE LA LOCURA

Lucia di Lammermoor (Donizetti). Ópera Nacional de París, Bastille. 1/10/2013

     París se ha rendido una vez más al fascinante hechizo del belcanto, esta vez de manos de Patricia Ciofi, a la que entrevistamos hace unos meses. Pocas veces se había visto al público de La Bastilla en pie como instantes después de su excelsa rendición de la escena de la locura. Ciofi es todo temperamento y fantasía. Una cantante con personalidad, con imaginación, con una innata musicalidad y con una aquilatada técnica al servicio del belcanto. Su timbre nunca ha sido el más brillante y diamantino de cuantos acometen este repertorio. Y sin embargo, consigue sacarle un partido sorprendente y apabullante a ese material a veces áfono y en ocasiones ácido. Tampoco es la cantante más regular, y en esta misma temporada le hemos escuchado de hecho noches mágicas y noches menos memorables.

    Estas funciones de Lucia han sido todo un éxito para ella. Ya en el primer acto maravillaba con un entusiasta 'Regnava nel silenzio... Quando rapito...', meciéndose sobre el foso subida en un gran columpio. Y es que la propuesta escénica de Serban demanda un gran esfuerzo físico de la soprano protagonista, y Ciofi no escatima esfuerzos a la hora de cubrir todas las exigencias con franca agilidad, subiendo, bajando, corriendo... No es fácil, en esas condiciones, concentrarse en bordar las variaciones y jugar con la emisión, como hizo Ciofi. En la segunda vuelta del 'Verranno a te' Ciofi dio toda una masterclass a Grigolo acerca de lo que significa cantar a media voz, con una facilidad y ensimismamiento insultantes. No es fácil llenar con medias voces y pianissimi una sala tan grande y tan abierta como la de la Bastilla. Ciofi lo logró, hipnotizando al respetable con una capacidad virtuosa para suspender el sonido y convertirlo en una sensación vaporosa, etérea. Bravísima. La escena de la locura fue también un continuado hechizo para el espectador, derrochando Ciofi un magnetismo escénico y vocal al alcance de pocas. Insistimos en que no se trata tanto de un derroche de medios, como sí de un despliegue de personalidad, temperamento e imaginación. Belcanto puro, hasta tal punto que se diluye la importancia de algunas irregularidades en el sobreagudo. En conjunto, pues, una talentosa Lucia, de las que dejan huella.

    Junto a ella, en el rol de Edgardo, una voz valiosa en manos de un cantante mediocre, casi amateur, como V. Grigolo. El material es italianísimo, grande, con vibrante slancio, pero la técnica es tan pedestre que por momentos se diría estar ante un cantante de festival de verano, al estilo San Remo. Así las cosas, en conjunto se antojó un intérprete muy ajeno al lenguaje belcantista, impetuoso en demasía, con excesos veristas aquí y allá, e incapaz de ofrecer ni una emisión variada ni un agudo brillante. Mucho mejor el Enrico de Ludovic Tézier, al que ya habíamos podido escuchar en este mismo rol en Bilbao, hace un par de temporadas. Si bien domina el papel, en esta ocasión, en Paris, le encontramos algo menos desahogado por arriba y con un fraseo menos lírico de lo esperado. Es curioso, pero las mejores funciones que hemos visto a Tézier esta última temporada han tenido que ver con el repertorio verdiano hacia el que orienta su agenda, y en el que más críticas recibe desde algunos sectores: Posa en Don Carlo, en Múnich, y Don Carlo di Vargas en La forza del destino, en el Liceo. Decepcionante por último el Raimondo de Anastassov, corto por arriba y por abajo, aunque esmerado en el fraseo.

     Pese a lo que pudiera suponerse, no es fácil escenificar Lucia escapando a los consabidos y habituales clichés de código decimonónico. En este sentido la propuesta escénica de Andrei Serban, ya vista anteriormente en París en varias ocasiones, acierta al menos al sostenerse como una propuesta con personalidad, si bien dentro de unos márgenes clásicos. Se centra, sobre todo, en perfilar la personalidad de la protagonista, convertida en una marioneta en mitad de un mundo de hombres que deciden sobre su destino. Conviene, en este sentido, echar un vistazo al atinado texto de Serban en el programa de mano, donde explica convenientemente este punto de vista, en el que encaja con coherencia esa escenografía de tintes militares y marciales, en contraste con la personalidad jovial, despierta y pasional de Lucia, finalmente reducida a una sombra de si misma, anulada por los nombres que la rodean. La propuesta en conjunto es inteligente, ágil, llena de movimiento, de ritmo, de melodía convertida en espacio, en suma. La escena reproduce, a su manera, una sala del hospital la Salpêtrière, donde ejerció Charcot, el padre de la neurología moderna.

     La batuta del experimentado Maurizio Benini no nos convenció en conjunto, algo alborotada en los concertantes y en general demasiado briosa y pasada de decibelios, mucho menos lírica de lo debido. Un segundo reparto, de marcado interés, completaba estas funciones de Lucia, con Sonia Yoncheva como protagonista y con el bravísimo M. Fabiano como Edgardo.

Foto: Ópera Nacional de París, Bastille

 

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