Crítica de Raúl Chamorro Mena de Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba, en el Teatro de la Zarzuela, bajo la dirección musical de Miguel Ángel Gómez Martínez y escénica de Davide Livermore
La mezzosoprano Carmen Artaza con el barítono Juan Jesús Rodríguez
«¿Qué piensas? En la paz de un hogar labrador»
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 23 y 24-VI-2023, Teatro de la Zarzuela. Luisa Fernanda (Federico Moreno Torroba). Carmen Artaza/Amparo Navarro (Luisa Fernanda), Sabina Puértolas/Rocío Ignacio (Duquesa Carolina), Ismael Jordi/Alejandro del Cerro (Javier Moreno), Juan Jesús Rodríguez/Rubén Amoretti (Vidal Hernando), María José Suárez (Mariana), Nuria García Arrés (Rosita), Francisco José Pardo (El Saboyano), Antonio Torres (Luis Nogales), Didier Otaola (Aníbal), Emilio Sánchez (Don Florito), Román Fernández Cañadas (Don Lucas). Coro y orquesta titulares del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: Davide Livermore.
Con el éxito que siempre le ha acompañado, regresaba Luisa Fernanda al Teatro de la Zarzuela, con la puesta en escena del italiano Davide Livermore estrenada en enero de 2021. Lleno total con entradas agotadas para todas las funciones, lo que revela como incomprensible la programación de únicamente ocho funciones. Desde luego, la creación del Maestro Moreno Torroba sobre magnífico libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, es un emblema del Teatro Lírico español en general y de la Zarzuela restaurada en particular. Se trata de una de esas obras redondas, en las que el músico madrileño escanció inspirada vena melódica, brillantísima escritura para la voz y una exquisita orquestación, en la que se engarzan con finura, tanto un casticismo elegantísimo y de la mejor Ley, como los aires y danzas populares.
Con ocasión de la recensión de su estreno en enero de 2021, ya comenté con detalle la fallida puesta en escena de Davide Livermore, que parece una excusa más, como es habitual en sus montajes y esta vez, además, demostrando un muy somero conocimiento de la obra, para que sus habituales colaboradores en la escenografía, el estudio Giò Forma, exhiban un rosario de proyecciones y videos en aluvión, la mayoría sin sentido ni sustento dramático. El decorado se basa en una reproducción de la fachada y supuesto interior del cine Doré, el más antiguo de Madrid, aún en funcionamiento y sede la Filmoteca Nacional. La deslocalización temporal en Luisa Fernanda es complicada, dadas sus muy precisas acotaciones históricas -la «Gloriosa», la batalla del Puente de Alcolea, ambas de 1868, año en que finaliza el reinado de Isabel II, tantas veces citada en el texto- y, por tanto, debe estar muy justificada y realizarse con mucho talento. En esta ocasión, el director de escena explica que sitúa la trama en el año del estreno de la zarzuela, 1932, aprovechando el auge del cine y que, por tanto, conviven dos planos, el referido de la Segunda República y el de la época marcada en el libreto que surge de la pantalla del cine. La realización de la propuesta es confusa y poco trabajada, la plataforma giratoria con la fachada del cine Doré, además de resultar una solución escénica muy vista, ocupa demasiado espacio y entorpece el movimiento escénico que, por otra parte, no parece muy elaborado. Entre tanta imagen del llamado «celuloide rancio», algunas se ven con agrado como el fragmento de la magnífica película La verbena de la paloma (1935) de Benito Perojo, así como un tercer acto en la dehesa extremeña que resulta el más logrado. En definitiva, un montaje vacuo y desnortado, basado exclusivamente en una idea poco feliz y mal desarrollada.
La mezzosoprano Carmen Artaza e Ismael Jordi
Ya sin las restricciones de la pandemia, en cuanto a número de músicos, como ocurrió en enero de 2021 con la dirección de Karel Mark Chichon, en esta ocasión tomó la batuta el veterano Miguel Ángel Gómez Martínez, que demostró su oficio y fondo musical en una dirección que puso de relieve la impronta sinfónica de la orquestación de Moreno Torroba, su protagonismo como sostén del discurso teatral y sus sutilezas. El músico granadino obtuvo aceptable sonido de la orquesta de la Comunidad de Madrid y acompañó bien a los cantantes, con un discurso orquestal fraseado con autoridad y amplitud. En el lado negativo, la dirección de Gómez Martínez resulto demasiado morosa y de una lentitud exasperante, que tuvo como consecuencia demasiados pasajes caídos de tensión. Notable el coro en una obra que domina totalmente y apreciable actuación del cuerpo de baile muy requerido en esta producción.
En el reparto se repitieron algunos nombres respecto a enero de 2021. Sin embargo, las intérpretes del papel titular fueron distintas. La cancelación de María José Montiel supuso el paso a la primera distribución de la joven donostiarra Carmen Artaza, una soprano lírica muy justa, desguarnecida en el grave y con un centro grato, pero poco consistente. La joven cantante, musical y de aplicada línea canora, demostró en la función del día 23 estar muy verde en cuanto a fraseo y acentos, con mucho margen de mejora también en el aspecto escénico e interpretativo. En estos momentos y sin perjuicio de una evolución, dada su juventud, parece más una cantante de oratorio o repertorio sinfónico-vocal que de teatro. Por su parte, Amparo Navarro asumió la sustitución y se sumó a la segunda distribución, después de ser la única cantante rescatable en la estrambótica Trato de favor recientemente estrenada en el coliseo de la Calle Jovellanos. Mucho más interesante como voz, de lírica ancha y equilibrada de registros, y no digamos en cuanto acentos se mostró la Navarro el día 24. Como ejemplo de ello, el monólogo, el réspice que le suelta a la Duquesa en el tercer cuadro del segundo acto, mucho más vibrante y temperamental por parte de Navarro, frente a la cual Carmen Artaza el día anterior pareció una colegiala. Asimismo, muy bella línea de canto, así como nostálgica expresión, la que mostró la soprano valenciana en «Cállate corazón, duérmete y calla» del espléndido dúo con Javier del tercer acto.
La casquivana y arrogante Duquesa Carolina protagoniza uno de los dos triángulos amorosos de la obra, pues por una mezcla de flirteo e interés seduce al Coronel Javier y lo atrae al bando realista, con lo que este olvida, aún más, a su amor «de toda la vida» Luisa Fernanda. El día 23 Sabina Puértolas pisó el escenario con su habitual desparpajo -esa tirana del segundo acto- y compuso una Duquesa un tanto cargante y afectada, más bien pasada de rosca. En lo vocal, engoladísima, incapaz de liberar un solo sonido, pero fina y musical en su canto. En cualquier caso, preferible a una Rocío Ignacio tremolante y dura de emisión, con un centro abombado, y una franja aguda desabrida e hiriente. En lo interpretativo su Duquesa, cursilona y petulante en los diálogos, con unas constantes risitas artificiosas, resultó vulgar y gazmoña.
La soprano Sabina Puértolas y el tenor Ismael Jordi
En cualquier representación de Luisa Fernanda y siempre que el intérprete llegue a unos mínimos, claro está, la función se la lleva de calle el barítono. El personaje de Vidal encarna la nobleza y sencillez de la gente del campo, con esa generosa renuncia final a su amor. En lo vocal, cuenta con dos romanzas fabulosas como son «Luche la fe por el triunfo» y la escena de los vareadores «Ay mi Morena, morena clara» y dos dúos también espléndidos -uno con Luisa Fernanda y otro con la Duquesa- con frases hermosísimas, que cualquier barítono sueña con cantar. Juan Jesús Rodríguez volvió a arrollar con su Vidal Hernando en el Teatro de la Zarzuela. Apabullante vocalmente, con su voz baritonal caudalosa, noble, bella y un registro agudo fácil, pletórico de brillo y penetración tímbrica caracterizó al rico labriego con virilidad y gallardía. Pudieron echarse de menos algunos matices y un mayor juego de dinámicas, pero ante tal exhibición vocal y canto siempre musical y comunicativo, pocos peros pueden ponerse a una encarnación imposible de igualar en el contexto actual. El día 24, Rubén Amoretti, que canta normalmente como bajo, afrontó este papel genuinamente baritonal y lo sacó adelante sin evitar mostrase algo forzado en algunos pasajes. Seguramente, sus inicios como tenor le ayudaron a afrontar las abundantes notas agudas y su canto suficientemente musical compensó un timbre algo leñoso y falto de la nobleza que pide el papel. Acertado en lo interpretativo, siempre intencionado en sus acentos, Amoretti completó una creíble caracterización del acaudalado extremeño.
Noté incómodo a Ismael Jordi como Javier Moreno, el militar veleta y ambicioso, en la función del día 23 con un «De este apacible rincón de Madrid», en el que la emisión sonó dura y sin fluidez. El tenor jerezano fue asentándose durante la representación, la emisión se fue soltando y mostró su fraseo siempre variado y fantasioso. Eso sí, el abuso de portamentos, largos diminuendi y reguladores, así como medias voces no siempre timbradas, pueden resultar a algunos oídos una muestra de amaneramiento canoro, pero no sólo forjan una línea de canto personalísima e imaginativa, que siempre llega al público, si no que el tenor, siempre inteligente, compensa con ello una voz modesta, falta de carne, de brillo y de punta. Alejando del Cerro, Javier el día 24, completó una caracterización tanto vocal como interpretativa de gran honradez y profesionalidad, sincera e irreprochablemente musical. Una pena que la emisión no termine de estar correctamente apoyada sul fiato, porque el timbre de Del Cerro tiene presencia, el canto es correcto, con capacidad para apianar y regular las intensidades, además de resultar vehemente en los acentos.
Correcto sin más Francisco José Pardo en su traducción de la habanera del saboyano, otra de las muchas gemas de la partitura. Inevitablemente fiel a sí misma María José Suárez en una más bien irritante Mariana. Cumplidora y resuelta Nuria García Arrés como Rosita. De libro, el Don Florito de Emilio Sánchez. Ajustado Antonio Torres en Luis Nogales y destacable, por su comicidad ajustada y sin exageraciones, Didier Otaola como Aníbal. Sólido vocalmente y resuelto en escena Román Fernández Cañadas en un padre Lucas animado y saltarín.
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
En el centro de la imagen el barítono Juan Jesús Rodríguez (izquierda), la soprano Sabina Puértolas y el tenor Ismael Jordi. Tras ellos, el cuerpo de baile
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