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Crítica: Marc Soustrot dirige las sinfonías 3 y 4 de Brahms con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
21 de junio de 2022

Marc Soustrot completa la integral de las sinfonías de Brahms en la temporada de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla

Marc Soustrot con la Sinfónica de Sevilla

Segunda parte de la integral sinfónica de Brahms

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 16-VI-2022. Teatro de la Maestranza.Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Marc Soustrot, director. Programa: Tercera sinfonía en fa mayor, op. 90 y Cuarta sinfonía en mi menor, op. 98 de Johannes Brahms.

   La segunda parte de la integral sinfónica de Brahms se completó algo más de dos meses después de efectuarse la primera entrega en el Teatro de la Maestranza por parte de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Muchas voces –críticos y público en general–, se han alzado para alabar y congraciarse con el trabajo realizado por Soustrot en esta su primera temporada como director titular y artístico del conjunto sinfónico sevillano pero, creo, cuando esa unanimidad se ha manifestado más claramente ha sido con la ejecución de estas sinfonías. Existen varias razones para pensar así.

   La primera es que, a diferencia de los decepcionantes conciertos que, con frecuencia, ofrecen las grandes formaciones internacionales en sus giras –con programas convencionales y manidos que no ofrecen ninguna aportación interpretativa, ahogada esta, a veces, por el jet lag y el cansancio propio del viajero–, la Sinfónica hispalense, reivindicándose después de largos periodos en los que han primado los altibajos y los desencantos, demuestra ahora en cada programa una versatilidad y sinceridad sin igual en el actual panorama melódico. No cabe espacio alguno para la rutina, tampoco para la desidia o el agotamiento interpretativo, sino, por el contrario, para la ilusión, la fuerza y la garra dramática. Interpretaciones como estas nos hacen olvidar muy pronto aquellas un punto insinceras de Halffter y, también, las reprobables y machaconas de Axelrod. En manos de Soustrot, las sinfonías de Brahms son explícitas, fogosas y auténticas, forman con cada movimiento un conjunto unitario y consecuente, romántico y hasta metaclásico. La orquesta suena compacta, refinada y como formada por una sola voluntad personal (la propia, respetada por el director), que se desboca cuando lo requiere la música sin ser refrenada por un maestro que apuesta, sin histrionismos, por la emoción antes que por una lectura cerebral y, mucho menos, revisionista.

   La segunda es que la sensación al escuchar música forjada por la Sinfónica y dirigida por Soustrot es que se está asistiendo a un acontecimiento histórico. Un amigo crítico escribía con justicia el pasado sábado que el plato brahmsiano ofrecido en el Maestranza no solo había resultado sublime, sino que solo podía ser superado por grabaciones de estudio de algunos de los más grandes maestros del siglo XX como habían sido (citaba), Solti, Kleiber, Bernstein y Giulini. Entonces, con esa aseveración, ¿estaríamos asistiendo en Sevilla a interpretaciones más grandes que las ofrecidas, por ejemplo, por el Karajan de los cincuenta al frente de los Berliner Philharmoniker o de las del Maazel de los setenta en Viena, por poner tan solo dos ejemplos de directores- estrella? La respuesta es sí. Pero no por su carácter perfeccionista (Soustrot es más bien un director pasional que no puede evitar algún gazapo por parte de la orquesta), sino por su halo de autenticidad. Son interpretaciones tan naturales (como si se tratara de música escrita ayer mismo), que resultan absolutamente creíbles y verdaderas. 

   La tercera y última razón es la más difícil de explicar. Merece más la pena haberlo vivido el jueves o el viernes pasado. El director francés dirigió la 3ª sinfonía recreando con belleza el homenaje que el compositor le hizo a su añorado Schumann tomando algunos compases de la Renana. Sonó espléndida, henchida de refinamiento y belleza. El movimiento más conseguido fue el Andante, a cuyo final se sintió un escalofrío en la sala donde el público asistente respiraba casi al compás de la música. El Poco allegretto del tercer movimiento tañó distinto y matizado, a pesar de ser archiconocido y cantabile por gran parte de los melómanos. Muy distinta fue la lectura de la 4ª sinfonía, relacionada con justicia por cierta crítica con el Evangelio de San Juan en el terreno de la música sinfónica. A pesar de estar escrita en tonalidad menor, su interpretación se percibió llena de alegría y fue de menos a más, alcanzando sus mejores momentos sobre todo en el argénteo tercer movimiento (que no por casualidad se titula Allegro giocoso) y, desde luego, en el inolvidable Allegro energico e passionato que cierra la obra. La orquesta, como apuntaba antes, estaba convencida de lo que hacía, la implicación de sus músicos era total y el director no les "molestaba" con una idea fija o con prejuicios de tradición, incluso con conclusiones emanadas del concienzudo estudio, sino que más bien iba un punto por detrás de ella, animando y rubricando con sus gestos cada uno de los desboques y sprints que acometía la ROSS tras cada parte. El final pareció construirse a conciencia y pacientemente, como si el director pusiera un sillar sobre otro para, justo antes de terminar el muro, pegar un golpe y destruir cualquier atisbo de esperanza que le impidiese lanzarse (lanzarnos a todos, en realidad), al abismo final, como si se hiciera realidad el sueño de los más acérrimos románticos de acabar con su vida envueltos en los aquí gemelos valores de la belleza y lo tremendo. Resulta muy valioso que alguien, en pleno 2022, pueda asistir a un programa así: que no repare en gastos de plantilla, que no hurte cualquier atisbo de belleza y que, por último, exprese tanto sin llegar a ser música contemporánea como es intrínseco en las obras de Shostakovich, Mahler o Stravinsky. Este era el Brahms soñado por muchos de nosotros y lo pudimos disfrutar esta temporada en Sevilla. Algo que siempre tendremos que agradecer al maestro Soustrot. Con estos mimbres orquestales y con el entusiasmo que le caracteriza, la temporada 2022/2023, ya anunciada, promete resultar redonda, con ciclos completos de Beethoven, Tchaikovsky y Mahler.

Marc Soustrot con la Sinfónica de Sevilla

   Si la despedida del director titular y artístico por este curso ha sido brillante, no puede decirse lo mismo de su director honorario, el gran Michel Plasson, que ofreció, a buen seguro, una de las mejores aportaciones de su vida hace unos meses, en el mismo Teatro de la Maestranza al dirigir Pelléas et Mélisande de Debussy. Según rezaba en los libritos de la temporada, el maestro iba a cerrar el ciclo de abono sinfónico de la orquesta con la interpretación en versión de concierto de la muy desconocida Dialogues des Carmélites de Poulenc. Sin embargo, hace algunas semanas y sin más explicaciones (puede haber muchas y el lector alcanzará a imaginárselas), se anunció un cambio de programa, también con obras de extracción francesa: Le tombeau de Couperin y el ciclo de canciones Shéhérezade para solista y orquesta (ambas de Ravel) y, para terminar, la Sinfonía en si bemol mayor de Chausson. Desgraciadamente, hace tan solo dos días se anunció en las redes sociales de la Sinfónica que, por culpa de un accidente doméstico, Plasson no podría estar en Sevilla para dirigir estos conciertos de cierre. La desolación es absoluta, máxime cuando este director no figura en ninguno de los programas de la temporada que viene. Urge aclarar estas circunstancias por parte de la gerencia, porque la sincronía y calidad alcanzada en esta primera temporada de los dos maestros galos con la ROSS ha sido algo, quizá y desgraciadamente, irrepetible.

Fotos: Guillermo Mendo

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