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CRÍTICA: DISCRETO TRABAJO DE MIKHAIL AGREST AL FRENTE DE LA LONDON PHILHARMONIC ORCHESTRA EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID. Por Gonzalo Lahoz

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Autor: Gonzalo Lahoz
15 de febrero de 2013
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Simon Trpceski
RACHMANINOV SIN DIRECCIÓN
Madrid. Auditorio Nacional. 15/02 /13. Ciclo Juventudes Musicales de Madrid. Rachmaninov: Concierto para piano nº3, Op.30 y Sinfonía nº2, Op.27. London Philharmonic Orchestra. Simon Trpceski, piano. Mikhail Agrest, director.

      Se presentaba en Madrid la London Philharmonic Orchestra con un director al frente distinto del previsto inicialmente y sin aviso del organizador. El afamado y joven estrella de la Deutsche Grammophon, el canadiense Yannick Nézet-Séguin, fue sustituido por desgracia, tal y como salieron las cosas, por el también joven Mikhail Agrest, protegido de Valery Gergiev.
      En la primera parte del programa se contó con Simon Trpceski como solista. El macedonio consiguió que un concierto técnicamente endiablado como es el Tercero de Rachmaninov sonara limpio, nítido, incluso frágil por momentos; demostrando no sólo un virtuosismo impecable sino también un  gran sentido del fraseo y la acentuación. Si bien comenzó otorgando un sonido un tanto plano, Trpceski encontró pronto su sitio, demostrando sus tablas, más dúctiles que las de un Matsuev que hace relativamente poco tiempo interpretó un Segundo del mismo compositor mucho más mecánico, sin la humanidad del macedonio. Muy aplaudido, Trpceski regaló un breve cuento de Khachaturian, una sencilla pieza en la que el solista realizó una demostración más de sensibilidad, como si no hubiera sido suficiente con lo que se acababa de escuchar.
      Ya desde el comienzo de la noche y de forma progresiva se fue haciendo evidente la falta de entendimiento entre orquesta y director, como cuando, citando algún ejemplo, pudieron notarse las entradas a destiempo de las trompas, en el  final del primer movimiento del concierto que ocupó la primera parte.

      No se trató pues de una caprichosa lectura de los tempi o de una particular visión ya de base, simplemente se hizo evidente la incapacidad de Agrest para crear atmósfera o un discurso coherente con la partitura que se traía entre manos. Rachmaninov es un compositor que requiere de una dirección que desarrolle un sugestivo sonido ligado, que de una sola arcada envuelva al oyente en la personal atmósfera del artista. Nada de eso se pudo escuchar; más bien al contrario, parecía que nos encontrábamos ante una orquesta falta de ensayos y un director que se acercaba a la obra por primera vez. Agrest daba las entradas cuando las maderas ya habían empezado a tocar o indicaba las dinámicas a los percusionistas con demasiada antelación. El lirismo sólo pareció aflorar en el famoso adagio de la tercera parte, pero para llegar a ello se tuvo que pasar por unas partes de conjunto que sonaron desordenadas, con mucho estruendo y poca claridad, así como un largo y un allegro molto fragmentados en demasiadas secciones, llegando a partir las frases y que borraron la línea melódica, imposibilitando evocador ambiente ya comentado.
      Aunque los solistas de la orquesta hicieron bien su labor, Agrest no les hizo levantarse uno por uno al finalizar el concierto, cuando su trabajo fue más que encomiable  teniendo en cuenta la dirección que recibieron. Tampoco hubo propinas. Tal vez nadie  las esperaba, ni ellos ni el público.
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