Crítica: Nelson Goerner en el Festival Internacional de Piano «Rafael Orozco» de Córdoba

Intensa reflexión pianística

Por José Antonio Cantón
Córdoba, 15-XI-2025. Teatro Góngora. XXIII Festival Internacional de Piano «Rafael Orozco». Recital de Nelson Goerner. Obras de Johann Sebastian Bach, Robert Schumann, Frédéric Chopin y Franz Liszt.

   Por el protagonista y la relevancia artística y técnica de las obras elegidas, el recital de Nelson Goerner en Festival Orozco ha constituido uno de los momentos más relevantes de su programación general. Este pianista argentino está situado entre los intérpretes más relevantes dentro del panorama internacional desde que en 1990, con sólo veinte años, lograra el prestigioso primer Premio del Concurso Internacional de Música de Ginebra, galardón que en diferentes ediciones fue alcanzado por figuras míticas del piano como Arturo Benedetti Michelangeli, Georg Solti (como consumado dominador del teclado que derivaría en uno de los directores más importantes del siglo XX), Friedrich Gulda, Maurizio Pollini o, su compatriota también bonaerense, Martha Argerich y, en otras disciplinas, intérpretes que han quedado como referencia absoluta en la música como Victoria de los Ángeles, Maurice André, Heinz Holliger, Jose van Dam, el Cuarteto Melos, Tabea Zimmermann y el gran maestro de la batuta neoyorquino, Alan Gilbert, por poner algunos destacados ejemplos que determinan la trascendente dimensión artística de este certamen que va camino de alcanzar las nueve décadas de historia.

   Fiel a ese prestigio y después de treinta y cinco años mantiene esa impronta de privilegiado músico que desde un criterio sólidamente estructurado realiza verdaderos análisis de cada una de las obras que ofrece en sus recitales con una claridad meridiana de concepto aportando la riqueza de su propia personalidad musical con un sentido natural y espontáneo que coincide plenamente con el espíritu de los compositores, dejando esa sensación del arte bien comprendido para ser fielmente realizado. Estas características se pudieron apreciar en su actuación desde las primeras notas de la Toccata en Do menor, BWV 911 de Juan Sebastián Bach, con la que inició su recital. Su actitud ante la obra fue la de un descubridor de su contenido tocando a modo de un ensayo práctico, desentrañando sus secretos contrapuntísticos y retos de la particular repentización que refleja el autor en la partitura al proponer un intenso flujo constante de música hasta llegar a la fuga, en la que Nelson Goerner hizo gala de la oportunidad que le ofrecía Bach para demostrar alguna especie de interrupciones que parecían sorprendentes improvisaciones sobrevenidas que dejaban una sensación de libertad de recreación y concepto desde sus aportaciones al discurso verdaderamente dignas de admiración.

   A estas cualidades agregó el sentido integrador que le dio a su interpretación de la Fantasía, Op. 17 de Roberto Schumann que completaba la primera parte del recital. Respetando las indicaciones de carácter del autor, quedó para el oyente la sensación de unidad estructural de esta preciosa página pianística evitando así la fragmentación que pueden favorecer la percepción que comporta la existencia de sus tres movimientos. En este sentido hubo un alto grado de distinción recreativa por parte de Goerner en la extraordinaria versión que realizó del moderado movimiento central, brillando con seguridad en el enorme virtuosismo que requiere su coda al quedar así de manifiesto cómo pasajes de tal dificultad técnica significan un contraste ante el armónicamente curioso Trío que determina la esencia de inspiración de este movimiento. Con un planteamiento contemplativo de exquisita factura,  llegó al grado de lo inefable en su expresión poética revelando la grandeza de Schumann, un verdadero genio del sentir musical romántico que este pianista transmitió con un efecto purificador y liberador a la vez, llevando al oyente a sentirse en la percepción de su desarrollo por encima de cualquier sensación imaginable. El sonante silencio que se produjo antes de separar las manos del teclado en el último compás quedará como uno de los momentos mágicos de esta edición del Festival.

   A dos figuras de equivalente grandeza dedicó la segunda parte de su actuación. Chopin con su Nocturno en Do menor, Op. 48/1, en el que el pianista argentino hizo todo un ejercicio de exploración emocional en línea de lo que había sido su actuación durante la primera, para continuar con la Fantasía en Fa menor Op.49 haciendo de ella todo un ejemplo de liberación expresiva, al trascender la estructura formal del arquetipo de la sonata y dejar que sucediese una especie de estilo improvisado que se iba adueñando progresivamente de su concepto, lo que le permitía intensificar el dramatismo emocional en su lectura. El otro autor fue Liszt, del que tocó el segundo Estudio de concierto en Fa menor,” La liegerezza”, S.144/2, para terminar con su Sexta Rapsodia húngara en Re bemol mayor, S.244/6 que le permitió cerrar el recital con supremo lucimiento tanto en el aspecto técnico como en el aspecto estético.

   Ante el calor del cerrado aplauso del público que motivó la calidad artística de este pianista desde la concentración que supo desarrollar en todo momento, ofreció como primer bis esa belleza que encierra el Nocturno en Do sostenido menor, Póstumo de Federico Chopin para tocar un segundo que hizo que el oyente disfrutara de su irreprochable entendimiento de Sergei Rachmaninov como el que ofreció en su sensitiva versión del Cuarto preludio en Re del Opus 23, terminando definitivamente así uno de los recitales de esta edición del Festival que serán recordados con una muy satisfactoria complacencia.

Foto: Patricia Cachinero