Artículo de opinión de Aurelio M. Seco sobre el arte de la música
De lo artístico
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Hay un riesgo muy grande en el siglo XXI al hablar y enredarse en «Lo artístico». El Arte, discutida su naturaleza filosófica, ¿es una Idea sustancializada o sin sustancializar? ¿Tienen ciertos fenómenos humanos denominados muchas veces «técnicos» una pátina abstracta común o es un mito ideado por los filósofos? El peligro que se siente hoy más que nunca en «lo artístico» tiene que ver, no sólo con su presunta incertidumbre filosófica, sino con la impostura.
No se puede negar la responsabidad del siglo XIX a la hora de consagrar al artista como un medio para tocar lo absoluto, cuando no a Dios. Pero tampoco debemos obviar indolentemente la inteligencia humana de cualquier tiempo, ni desecharla ni triturarla del todo con prepotencia únicamente porque no acierte de lleno a la hora de entender la naturaleza del hombre y de algunas de sus expresiones culturales. El peligro no es tanto, desde nuestra perspectiva, la conceptualización ideológica errada del XIX, que iba sin embargo por buen camino al sacralizar de alguna manera el arte divino y con mayúsculas, al no encontrarle una «explicación racional», es decir, una consecuencia lógico-institucional, entre otras cosas. Porque si, de alguna forma, «el arte» se ha acabado sacralizando hasta límites exagerados míticos, convirtiendo el fenómeno artístico en una artificiosidad metafísica, es porque el Hombre se ha perdido del todo en el camino, pero no porque no se haya hecho en algún momento las preguntas adecuadas.
Hoy, el mundo del arte tiene el peligro, no sólo de la metafísica, sino lo que es peor, de los artistas metafísicos. Artistas culturales y culturetas, enamorados de la fragancia sacra del arte, artistas y estudiosos del Arte que han perdido su conexión con la naturaleza humana y que, como miembros de una secta gremial errática, se visten con perfumes de extravagancia, impostura e intrascendencia. El problema propuesto se entiende al indagar con criterio en las profundidades etológicas del ser artístico, un individuo artificioso clasificable e inquebrantable, de una potencia sociológica como nunca se ha visto. Es el Mundo del Arte un campo sembrado de artistas con bufanda de tul y barba valleinclanesca sin dandismo. Hablamos del dandismo umbraliano, claro está, el que nos falta en el siglo XXI, siglo que aprecia en Francisco Umbral, en Narciso Yepes, Pablo Sarasate y en Fernando Fernán Gómez lo más superficial de su espíritu, pero no la verdadera magnitud institucionalizada de su Arte.
Quizás lo más actractivo de la impostura artística actual tenga que ver con la potencia positiva del mito, con Alemania como uno de sus más importantes fenómenos. Porque aunque no sepamos muy bien qué se cuece en el trasfondo ontológico de una orquesta sinfónica, hay directores por doquier y orquestas en cada ciudad intentando enseñárnoslo. No existe esperanza alguna en el presente, aunque el mito nos deje algo positivo. Nos queda el trabajo solitario, desesperanzado e incomprendido, las conquistas importantes indómitas, saborear el privilegio de unos pocos artistas que, no es que entiendan el misterio del arte, es que no se lo preguntan porque no se puede del todo entender. La única esperanza: alcanzar el principio o, más bien, la conciencia de haber establecido un nuevo comienzo.
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