ROBERTO DEVEREUX (Donizetti), Zürich, Opernhaus, 19-10-2012. Edita Gruberova (Elisabetta), John Osborn (Roberto Devereux), Veronica Simeoni (Sara), Alexey Markov (Duca di Notthigham), Dmitry Ivanchey (Lord Cecil), Dmitri Pkhaladze (Lord Gualtiero Raleigh). Dirección Musical: Andry Yurkevich. Dirección escénica: Giancarlo del Monaco.
LA ELISABETTA DE EDITA GRUBEROVA, UNA RECREACIÓN HISTÓRICA
La ya mítica Edita Gruberova, nacida en 1946 y en carrera desde hace 44 años, nos retrotrae a las grandes divas con mayúsculas, de las de verdad, de las que fraguaron su gloria en el arte y no en el capricho u otras veleidades o circunstancias. Sus actuaciones son todo un acontecimiento coronado con atronadoras ovaciones que, en esta ocasión, llegó al cuarto de hora. La admiración que despierta la artista también tuvo su reflejo en la larga fila de admiradores que se creó en el foyer del teatro esperando un autógrafo de la artista. Cierto es que esto también lo cumplimentan algunas de las estrellas actuales de la ópera, pero habrá que ver si pasados los 65 (si es que siguen cantando, que lo dudo) con bolsas en los ojos, sin la belleza y atractivo físico que ahora les sonríe, siguen teniendo los mismos admiradores y éxitos. La verdadera fidelidad del amante de la ópera se obtiene mediante la seriedad y la entrega a una técnica vocal y un concepto artístico.
Junto a sus históricas creaciones de Lucia y Elvira de "Puritani", la Elisabetta de "Roberto Devereux", papel complicado donde los haya desde todos los puntos de vista, constituye una de sus grandes interpretaciones dentro del bel canto italiano. Esta vez en la Opernhaus de Zurich, con una producción clásica, muy distinta, por ejemplo, a la de Christof Loy que tantas veces ha interpretado en Munich y de la que existe DVD oficial.
La soprano eslovaca colocó desde un primer momento y como es habitual en ella, su plenitud sonora en el centro del teatro, llenando todos los rincones con esa proyección, apoyo y metal ya legendarios. Cierto es que a estas alturas el timbre ha perdido lozanía, que comienza dura y tarda algo en calentar, que el centro está sordo y un tanto "vuoto" y algún agudo peca de acritud, pero qué importa ante tanta exhibición técnica, colocación, control de respiración, fiato aún impactante y dominio del canto de coloratura de calidad. Asimismo, el personaje está totalmente dominado por la cantante, madurado y aquilatado en 22 años de interpretación (lo debutó en el Liceu de Barcelona, uno de sus públicos más fieles, en 1990). Así desfiló ante nuestros ojos la encarnación de la mujer enamorada del primer acto; es una delicia ver cómo camina inquieta y expectante por el escenario cuando le comunican que su amado Roberto se presentará ante ella en breve, antes de atacar la cabaletta "Ah!, ritorna qual ti spero". La reina furiosa que se siente traicionada del acto II, inolvidable el momento en que manda salir a los guardias y amenaza bastón en ristre al Conde de Essex mientras entona las intrincadas frases con saltos interválicos "Ami, ti dissi, o conte? Non rispondesti... no... Un perfido, un vile, un mentitore tu sei...", por no hablar de las tremenda ira y soberbia expresadas porla moncarca en "Pria d'offender chi nascea dal tremendo Ottavo Enrico, scender vivo nel sepolcro tu dovesi, o traditor", en la que la gran soprano se encarama a un lacerante agudo sobre la "e" de la palabra "tremendo" que deja al público sin respiración.
En fin, fascinante la interpretación de la escena final, cumbre del arte Donizettiano, en que la reina asediada de remordimientos y alucinaciones sufre una catarsis con la cabaletta "Quel sangue versato" en una progresión magistral hasta alcanzar un clímax, prácticamente insoportable, que culmina con ese sello personal de la diva al quitarse lentamente la peluca después de emitir las frases "non regno", "Non vivo", mientras la reina arroja sus collares, bastón y sello real, logrando un impacto tremendo en la sala. Cada palabra, cada momento, cada gesto resultan memorables y quedan sedimentados para siempre en nuestro acerbo como aficionados.
Cierto es que el sobreagudo final no estuvo toltalmente logrado, pero aún así, la conmoción creada era tal que el público prorrumpió en vítores y ovaciones. Un auténtico alboroto. Ver en un escenario la escena final de "Roberto Devereux" por Edita Gruberova es una de las experiencias más inolvidables de la ópera en los últimos 20 años y el autor de estas líneas sólo puede darle las gracias una vez más a esta gran artista por esa emoción y felicidad vividas. Técnica, arte, seriedad, compromiso, amor al canto y a la ópera por alguién que podía estar retirada en una villa, descansando en un sillón con todas las comodidades y con siete criadas a su servicio. Todo ello en plena era de cantantes y hasta pretendidos divos que no dominan los mínimos rudimentos de la emisión y el canto.
El resto del reparto puede considerarse interesante. Desconcertante el tenor estadounidense John Osborn en el papel titular. Emisión gutural, timbre ingrato y más propio de un Lindoro que de un tenor romántico, agudos de tenor ligero, acentos blanditos, pero tiene sentido del legato, canta piano, realiza "smorzature", aunque logrando sonidos más bien blancuzcos. Obtuvo una gran ovación en su magnífica escena del acto tercero, que interpretó completa, con el da capo de la inspiradísima cabaletta "Bagnato il sen di lagrime"
Apreciable la Sara de Veronica Simeoni, alumna de la gran Raina Kabaivanska, muy femenina, guapa y de estupenda presencia escénica, luce un material lozano, fresco y claramente sopranil, desguarnecido en el grave y falto de redondez en el centro, pero con un agudo rutilante y buenas intenciones en su canto. Cantante a seguir su evolución.
El barítono ruso Alexey Markov, que en Madrid cantó en la producción de "Iolanta" de hace unos meses, posee una voz sonora y recia, aunque de timbre poco noble y nada bello. Su articulación y sus modos resultan ajenos al repertorio italiano y faltos de clase. Cantó con cierta compostura y aseo su magnífica aria de salida "Forse in quel cor sensibile" y sólo una estrofa de la cabaletta "Qui ribelle ognum ti chiama ti sovrasta un fato orrendo", pero conforme avanzaba la representación abundaron cada vez más los sonidos espúrios, áridos, apretados y en la gola.
A falta de mayor inspiración, el Maestro Andriy Yurkevich dejó que fluyera el canto, que la protagonista se desenvolviera con comodidad, así como el pulídisimo sonido de la estupenda orquesta.
La producción de GianCarlo del Monaco, como decía, fiel a lo escrito, situada en la época marcada por el libreto y totalmente adecuada al melodrama romántico. La escenografía cierra completamente el escenario, con lo que eso favorece la acústica en un teatro, pequeño y de herradura, que ya destaca en ese apartado y sitúa al coro en la parte superior como una especie de especatador del drama, mientras un inmenso trono y la cama de los apartamentos de la duquesa Sara situados en pleno centro del escenario en las correspondientes escenas, son destacados como elementos esenciales de la escenografía. Los cantantes interpretaron sus arias en el proscenio, como debe ser; el canto fluyó y el drama también, con toda su fuerza. Este repertorio no necesita más. Le sientan mal el konzep y las "genialidades" escénicas al uso. Al final de la ópera, la diva fue enmarcada. Nada más apropiado. Para la posteridad, la eterna vigencia del fenómeno Edita Gruberova.
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