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Crítica: 'Salomé' de Strauss en el Palacio Euskalduna de Bilbao

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Autor: José Amador Morales
26 de febrero de 2018

Todo un descubrimiento

   Por José Amador Morales
Bilbao. Palacio Euskalduna. 17-II-2018. Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO). Richard Strauss: Salomé. Jennifer Holloway (Salome), Daniel Brenna (Herodes), Egils Silins (Jochanaan), Ildikó Komlósi (Herodías) Mikeldi Atxalandabaso (Narraboth), Monica Minarelli (Paje de Herodes), Josep Fadó (Judío 1), Miguel Borrallo (Judío 2), Igor Peral (Judío 3), Jordi Casanova (Judío 4), Michael Borth (Judío 5), Manuel A. Mas (Capadocio), Alberto Arrabal (Nazareno 1), Alberto Núñez (Nazareno 2), Helena Orcoyen (Esclava), José Manuel Díaz (Soldado 1), Mikel Zabala (Soldado 2). Orquesta Sinfónica de Bilbao. Erik Nielsen., dirección musical. Francisco Negrín, dirección escénica. Producción del Palau Les Arts de Valencia.

   Una vez más en la presente temporada (y van cuatro de cuatro) la ABAO bilbaína ha tenido que afrontar sustituciones sobre el reparto inicialmente previsto. Si en I Masnadieri debió acudirse hasta una tercera soprano ante las respectivas cancelaciones de la primera y su inicial sustituta, en Don Pasquale no sólo sucedió otro tanto con los cantantes (si bien aquí solamente en la primera función debido a una pasajera afección de Carlos Chausson) sino que debió interpretarse con piano ante la huelga de la Orquesta Sinfónica de Euskadi que, a su vez, obligó a la ABAO a buscar otro conjunto orquestal para una Manon que, a la postre, también acusó la sustitución del tenor. Ya comentamos que al menos en la ópera de Massenet el resultado fue bastante redondo poniendo de manifiesto que los cambios imprevistos fueron atinados.

   En esta Salomé podría decirse otro tanto aunque se ha dado un paso más allá del mero acierto ocasional pues la actuación de Jennifer Holloway (que sustituía a la inicialmente prevista Emily Magee) ha sido todo un descubrimiento y su recreación de la heroína straussiana ha sido francamente interesante. Desde luego como actriz su interpretación fue de las que dejan huella, sabiendo meterse hasta el tuétano del personaje y revelando insospechados y sugerentes matices dramáticos del mismo. Y es que la soprano americana consiguió atrapar la atención incluso cuando se situaba aparentemente en un segundo plano o ni siquiera cantaba. Fue aquí el caso, por citar algún ejemplo significativo, de toda la escena de la fiesta de Herodes en la que era difícil no seguir sus movimientos o sus miradas ensimismadas hacia la luz del fondo de la sala - ¿la luna? - sin perder de vista esa suerte de cápsula, que hacía las veces de cisterna donde se hallaba el Bautista, sin duda ya presa de algo más que la mera curiosidad adolescente que motivó su primer encuentro con el profeta.

   Su Salomé puso de manifiesto la juventud y hasta la ingenuidad de quien concibe todavía las pasiones y el deseo como un juego caprichoso del que aún desconoce la mayor parte de sus últimas consecuencias. A nivel vocal qué duda cabe que Holloway posee un instrumento principalmente lírico dotado de un color algo impersonal pero atractivo, de breve e interesante vibrato y graves cortos pero sabiamente no forzados ni ahuecados. A ello debemos sumar la baza de una incuestionable musicalidad y una expresión inherente a la misma, esto es, no rebuscada ni artificialmente generada a partir de unos claroscuros que la falta de anchura de su voz le impediría ofrecer de forma natural. Desde estos resortes planteó con inteligencia una función en cuyo inicio pareció hacerse escuchar con dificultad en lo que luego comprobamos que fue una estrategia de prudente dosificación, a partir de la bellísima escena de seducción a Jochanaan y sobre todo en una inolvidable escena final, de contundente e incuestionable entrega vocal.

   Los dos pivotes masculinos en torno a los que se desarrolla dramáticamente la historia estuvieron encarnados por el decepcionante ‘Jochanaan’ de Egils Silins de innegable sintonía idiomática, sí, pero con un material de escaso atractivo tímbrico, volumen exiguo pese incluso a la amplificación que supuestamente debía evocar el efecto acústico de la cisterna (por cierto, nefasta en las últimas imprecaciones del personaje debido a una lamentable reverberación) y corto tanto por arriba como por debajo de su tesitura. Más ajustado se situó el convincente ‘Herodes’ de Daniel Brenna, con un logrado equilibrio entre histrionismo y musicalidad  y de evidente química con la línea interpretativa de la soprano protagonista así como de la producción escénica.

   Del resto del homogéneo y eficaz reparto (nacional a excepción de Ildikó Komlósi, que logró otorgar un inusitado realce vocal a su ‘Herodias’) destacaron el fantástico y muy aplaudido ‘Narraboth’ de Mikeldi Atxalandabaso y Alberto Arrabal como estimable ‘Nazareno’.

   Erik Nielsen acertó con una lectura eminentemente camerística que le permitió, de una parte, controlar la fragilidad de una Sinfónica de Bilbao en este sentido esforzada y plausible, con puntuales picos de efervescencia especialmente en los pasajes orquestales; y de otra, alcanzar un conveniente grado de sensualidad enfatizando los elementos más líricos de la partitura.

   La propuesta de Francisco Negrín para el Palau Les Arts de Valencia sitúa la acción en un suerte de eclecticismo temporal: seguidores del profeta con aspecto de anacoretas veterotestamentarios, un lobby judío adosado a cualquier posible beneficio económico, una cisterna esférica industrial con un toque  futurista, etc... Su principal virtud radica en la decisiva y minuciosa caracterización de los roles principales (Salome y Herodes ante todo) y en un desarrollo escénico muy fluido y en general coherente con la trama. El interesante enfoque de la danza de los siete velos, con ese conato de desnudo privado de Salome para Herodes que en su ingenuidad adolescente se le escapa de las manos y, cuando quiere detenerlo, ya es fatalmente demasiado tarde, explica la espeluznante madurez con la que Salome se presenta en la escena final. Pero no justifica en absoluto la eliminación total de la danza y de cualquier elemento bailable en un momento tan idiosincrático y esperado de la ópera.

Foto: E. Moreno Esquibel

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