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Crítica: Sokolov en las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo

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Autor: F. Jaime Pantín
26 de febrero de 2023

Crítica de F. Jaime Pantín del recital ofrecido por Grigori Sokolov en las Jornadas Internacionales de Piano «Luis G. Iberni» del Auditorio de Oviedo

Grigori Sokolov

El milagro que no cesa

Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 21-II-2023. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo. Jornadas Internacionales de Piano «Luis G. Iberni». Grigory Sokolov, piano. Obras de Purcell y Mozart

   El retorno de Sokolov es siempre una de las citas más esperadas por el público ovetense. Son muchos ya los años transcurridos desde aquella primera vez, hace ya más de 25 años, en la que el pianista ruso- ahora también español- impresionara a la audiencia -entonces en el teatro Campoamor-  con un Schumann para el recuerdo. Desde entonces sus apariciones bianuales se han institucionalizado y constituyen un compromiso ineludible para unos aficionados prestos a llenar el auditorio, aún en un martes de Carnaval, y asistir una vez más a una liturgia de connotaciones casi místicas que, partiendo de una austeridad implacable impuesta por el pianista, culmina siempre en el entusiasmo desbordado ante el generoso derroche de belleza, pasión y humanidad que Sokolov consigue en todas sus actuaciones. No importa que el ritual se repita con total exactitud cada 48 horas en diferentes ciudades durante muchos meses, con las mismas obras y los mismos bises, siendo posible su contemplación en medios diversos. Cada actuación de este gran artista volverá a constituir una experiencia única por su intensidad, belleza y fuerza emocional.

   En esta ocasión el programa elegido parecía apartarse de las profundidades dramáticas habituales para centrarse preferentemente en la sutileza y elegancia de dos autores, Purcell y Mozart, muy diferentes entre sí por temática y estilo, pero cuya concepción eminentemente lírica de su escritura instrumental parece complementarse perfectamente.

   Aparte su intensa dedicación a la música de Bach, Sokolov ha demostrado desde siempre una especial afinidad con el mundo del teclado barroco y autores como Byrd, Couperin, Rameau, Froberger y ahora Purcell han sido abordados en sus recitales desde un conocimiento profundo, una imaginación sin límites y una técnica transcendente que convierten la audición de estas músicas en el piano en una experiencia sensorial intensa además de emocionalmente reveladora.

   Una primera parte dedicada por completo a Purcell permitió la degustación de una música exquisita, de sencillez engañosa y plena de matices y sugerencias que quizás tan solo pueda mostrar todo su alcance en una interpretación de la riqueza y plenitud exhibidas por el pianista ruso, en una inmersión en esta infrecuente estética marcada por la sabiduría, la autenticidad y la afinidad emocional. Tres de las ocho Suites compuestas por el genio inglés se constituyeron en el eje de la velada, convenientemente flanqueadas por otras piezas menores- a menudo transcripciones del propio autor- que servían de presentación, separación o complemento  al protagonismo de las Suites, como un Ground in Gamut en Sol mayor que se convierte en la disposición de este programa en una verdadera obertura de la Suite nº 2 en sol menor, cuyo Preludio, de notable ambición instrumental en sus secuencias de semicorcheas en terceras descompuestas, presenta en su inicio la exposición de un fugato a 3 voces que se diluye finalmente en una sucesión de arpegios encadenados antes de presentar una Almand que junto a la Corant- de tempo moderado y claro carácter francés- muestran un predominio del estilo punteado, con abundancia de síncopas y retardos expresivos.

   En la Suite nº 4, también en modo menor (la menor) como todas las elegidas- de hecho son las tres únicas de las ocho Suites de la colección que no están en modo mayor- Sokolov alcanza momentos de belleza sonora conmovedora en una Almand llena de silencios expresivos y emoción contenida, imprimiendo un carácter solemne- a partir de un tempo muy moderado- a la Corant, para concluir con una Saraband que suena enigmática y sutilmente disonante.

   La Almand vuelve a alterar su ritmo habitual de semicorcheas sucesivas en la Suite nº 7, en re menor- con la inclusión del puntillo como elemento de desigualación- y presenta una gran profusión ornamental que conduce a una Corant muy sincopada -a la que Sokolov imprime una expresión levemente ansiosa- para culminar con una Hornpipe- al fin una danza inglesa- que con su característico ritmo anapéstico resuena  en un entorno de solemnidad.

   Además de algunas piezas de carácter secundario, el programa incluía el Round en re menor que Britten hizo popular en sus Variaciones op. 34 y la Chacona en sol menor ZT 680 que- en su versión para teclado a partir de Timon de Atenas-  sirvió de colofón a la primera parte del concierto y en la que el pianista dio buena muestra de su maestría en la ejecución ornamental. 

   La interpretación de Sokolov de estas piezas se podría definir como poética. Hay una rara dulzura en su traducción sonora y una profunda nobleza en su acercamiento a una música eminentemente intimista de la que el pianista ruso extrae emociones hondas, basadas en sutilezas instrumentales insospechadas tan solo posibles a través de su genialidad pianística. 

   Capítulo aparte merece su tratamiento de la ornamentación- del que se desprende un conocimiento profundo de los entresijos del barroco inglés posterior a la restauración y su peculiar simbología e interpretación, de la que  ofreció toda una lección magistral por la variedad, belleza y perfección de los innumerables trinos, a veces aflautados, a veces acerados, trinos platerescos en los que cada nota puede contarse en virtud de la alquimia técnica de un pianista que parece tallar cada nota con manos de orfebre. Trinos al dente, trinos de envolvencia sensorial que a veces afirman y otras  diluyen, siempre distintos pero que mantienen el denominador común de una realización velocísima, dogma aparentemente irrenunciable para Sokolov y que constituye uno de los muchos  aspectos peculiares de su pianismo fastuoso.

   La segunda parte del recital fue dedicada íntegramente a Mozart. La Sonata KV 333, en si bemol mayor- última de las compuestas en París- supone un retorno al estilo galante preconizado por Johann Christian Bach, tras un comienzo de ciclo tan dramático como el de la Sonata en la menor kv 310. El primer movimiento es abordado por Sokolov con notoria fluidez no derivada de un tempo ciertamente contenido sino de una cierta premura en la exposición de las diferentes secciones y períodos, en una concepción eminentemente melódica en la que la escasa presencia de la mano izquierda  crea una cierta sensación de flotabilidad al conjunto, recabando una pedalización quizás algo excesiva por momentos.  El desarrollo destaca por su expresión apasionada, fuertemente emotiva pese a su brevedad. Impecable exposición de un Rondó allegretto grazioso, de estilo concertante que resume en un teclado la relación solista-orquesta e incluye una auténtica cadenza, inédita en las sonatas mozartianas, constituyendo el  bellísimo Andante Cantabile el momento cumbre de la obra, con especial énfasis en la desoladora y modulante sección central, una nítida muestra del ideario mozartiano: frescura, lirismo, elegancia, melancolía y aceptación, anticipando la temática del Adagio en si menor kv 540, verdadera joya del piano del genio salzburgués todavía por descubrir, un secreto íntimo y sombrío que parece anunciar las honduras schubertianas en uno de los acercamientos más claros al romanticismo del piano de Mozart. La interpretación de Sokolov constituyó uno de los momentos álgidos de la velada, con una exposición de tono improvisatorio que esconde en realidad una sólida estructura sonatística en la que el lamento alterna con la apertura luminosa y el dolor- expresado a veces de forma descarnada en un desarrollo de modulaciones desconcertantes- incluye la aceptación y la emoción fraternal desde una óptica humanística intensamente conmovedora.

   Tras este intenso final comenzó sin prisa el ritual de las propinas, como siempre generosas tanto en número como en importancia. El Intermezzo op. 117 nº 2 de Brahms sonó transparente y sutil, con una agógica muy controlada no exenta de pasión. Impresionante despliegue de imaginación y belleza sonora en la chopiniana Mazurca op. 30 nº 2, de variedad inagotable en su dicción. Un apabullante y bellísimo Preludio op. 23 nº 2 de Rachmaninov constituyó el único  momento de intensa expansión sonora en una velada de claro intimismo. Siguieron el Preludio op. 11 nº 4 de Scriabin y el Preludio op. 28 nº 20 de Chopin, tan iracundo y desgarrador como siempre y que nunca falta entre los bises de Sokolov, para terminar con un Preludio de Bach- Siloti también habitual y de transparencia certera en cualquiera de sus prismas ambivalentes. 

   La naturaleza, la lógica y la experiencia nos indican que un pianista por encima de los 70 años está lejos de su mejor momento, pero el talento, la dedicación, el carisma y la vocación interpretativa de Sokolov nos siguen demostrando lo contrario. Ojalá el destino nos permita seguir siendo testigos del milagro mucho tiempo más.

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