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Crítica: Éxito apoteósico de Sonya Yoncheva en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
30 de abril de 2021

Apoteosis de Sonya Yoncheva en el Teatro de la Zarzuela

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 29-IV-2021. Teatro de la Zarzuela. Sonya Yoncheva en concierto. Obras de Federico Chueca, Pablo Sorozábal, Federico Moreno Torroba, Miguel Marqués, Rafael Millán, Joaquín Gaztambide, Manuel Penella, Gerónimo Giménez, Pablo Luna, Reveriano Soutullo-Juan Vert, Ruperto Chapí, Gonzalo Roig y Georges Bizet. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Miquel Ortega

   La trayectoria de los grandes artistas, de los divos en el mejor sentido de la palabra, se traza con desafíos, riesgos, grandes apuestas… y sin duda lo es venir a cantar Zarzuela a Madrid, al teatro que lleva el nombre del género, tratándose de un repertorio totalmente nuevo para la cantante en cuestión  y con un programa suculento –nueve romanzas y un dúo, además de dos propinas-, muy lejos de «venir cubrir el expediente». El reto afrontado por la soprano búlgara Sonya Yoncheva, después de su triunfo en el Teatro Real hace año y medio con un papel tan exigente como Imogene de Il Pirata de Bellini,  se saldó con un éxito apoteósico. Como afirmó la propia soprano en una de las ocasiones que se dirigió al público «este repertorio es una belleza», «no es nada fácil» y «es totalmente nuevo para mí», pues aunque conoce el idioma y lo maneja con cierta desenvoltura, pues intervino en la segunda edición del proyecto Opera-estudio del Teatro Real (año 2009) interpretando la Norina de Don Pasquale, nunca había afrontado el género lírico español por antonomasia.

   Voz de muchos quilates y singular personalidad fueron las bases del triunfo de la Yoncheva, pues su timbre poderoso, de amplio caudal, centro ampuloso de indudable seducción tímbrica, con sonidos de enorme calidad, llenó la sala del recinto de la Calle Jovellanos y cautivó a la audiencia. La falta de remate técnico tiene como consecuencia que algunas notas agudas no se libran de cierta acidez y, asimismo, se echa de menos un mayor juego de matices dinámicos, de medias voces, pero las virtudes se imponen, sobretodo, la fascinación del instrumento vocal especialmente dotado, al que se unen la personalidad, la entrega y el arrojo.


   Después de una magnífica interpretación, chispeante, plena de brío, por parte de Miquel Ortega y la orquesta del preludio de La alegría de la huerta, la Yoncheva con el apoyo de la partitura, al igual que todo el concierto, abordó aún fría y con el timbre un tanto duro la bellísima «Noche hermosa» de Katiuska a la que faltó ductilidad y el elemento estático y ensoñador. Mucho mejor la petenera «Tres horas antes del día» de La Marchenera de Moreno Torroba, pieza que se adapta mucho mejor a la vocalidad de la Yoncheva  y que afirmó ser su favorita de todas las intepretadas con ocasión de la repetición de la misma como primera propina. El timbre suntuoso, ancho y bien esmaltado, la intensidad y los acentos, con una notable pronunciación del español, brillaron en la interpretación de la soprano búlgara. Después de escuchársela a Saioa Hernández hace justo un mes sobre el mismo escenario, Yoncheva nos dio la oportunidad de volver a oir, lo que se agradece a falta de poder presenciar algún día la obra completa, la romanza «Lágrimas mías en dónde estáis» de El anillo de hierro de Miguel Marqués, pieza de sustrato dramático y tono operístico, expuesta con nervio y vigor por la protagonista del recital. Igualmente brillaron las calidades tímbricas del material de la artista y su capacidad para el canto de profundo lirismo en la bella, pero poco escuchada romanza «La luz de la tarde» de El pájaro azul, zarzuela, hoy olvidada, de Rafael Millán estrenada en el Teatro Tívoli de Barcelona en 1921, por lo que se cumplen 100 años de su estreno, lo que hace aún más oportuna su selección para este recital. La primera parte del mismo concluyó con la esplendida «Yo me ví en el mundo desamparada» de El juramento de Joazquín Gaztambide, bellísima pieza de filiación belcantista italiana y en la que la Yoncheva pudo lucir legato de factura en unas frases largas bien rematadas, en las que se enseñoreó su centro carnoso, de gran atractivo y riqueza tímbrica.


   La segunda parte, sin interrupción, comenzó con la aparición de un desenvuelto Alejandro del Cerro, que fraseó de forma vibrante y salerosa el «Vaya una tarde bonita» que sirve de pórtico al flamígero dúo de Soleá y Rafael de El gato montés, que fue adecuadamente incandescente –incluida orquesta y batuta-  a pesar de la distancia entre los intérpretes.

   Ya en este segundo capítulo del evento, el timbre privilegiado de la Yoncheva, ya plenamente asentado, totalmente liberado sonó especialmente pletórico de brillo, color y riqueza de armónicos, como pudo comprobarse en la magnífica interpretación de la romanza de Ascensión «No corté más que una rosa» de La del manojo de rosas, en la que el temperamento, poder comunicativo y carisma de la Yoncheva comportan que nos interesen particularmente las cuitas de Ascensión. Igualmente en la archifamosa «De España vengo» de El niño judío de Pablo Luna, la personalidad de la soprano búlgara, con un buen español –se pudo seguir el texto sin problema alguno- que le permitió más que acentuar, paladear cada palabra, hizo posible que pieza tan trillada nos sonara como nueva, además pudieron oirse con nitidez los melismas en «veeengo» y «soy», algo que no ocurre siempre. Espléndida interpretación de solista, orquesta y batuta de las carceleras de Las hijas del Zebedeo de Ruperto Chapí, con una Yoncheva variada de acentos, ardiente y arrebatada, con una buena reproducción de los pasajes de agilidad.

   Todo un ejemplo de «bravura» que provocó un alboroto de ovaciones en la sala. El contraste con los ritmos caribeños de Cecilia Valdés de Gonzalo Roig, no fue problema para la búlgara que interpretó con desparpajo la pieza, ya con el público totalmente en el bolsillo y culminada con un agudo algo abierto pero pleno y timbrado. Bravos, gritos de «¡Gracias!, ¡Guapa!» por parte de un público enfervorizado. La Yoncheva agradeció las ovaciones, reivindicó, como he subarayado más arriba, la belleza y dificultad del repertorio zarzuelístico, que era totalmente nuevo para ella. Como propinas, la soprano nacida en Plovdiv volvió a interpretar la petenera de La marchenera, su pieza favorita de las interpretadas, según manifestó, previamente a abordar una sensual habanera de Carmen subida en el podio del director de orquesta, pues éste le acompañaba desde el piano. Seguidamente se despidió del enardecido público con un «Adiós no, hasta pronto».


   Hay que subrayar y así lo agradeció la propia Yoncheva al final del evento, que el maestro Miquel Ortega fue pieza clave en el éxito de este reto, pues no sólo aconsejó y guió a la soprano búlgara antes del concierto y durante el mismo con su atentísimo, preciso y cuidadísimo acompañamiento, es que brilló en todos los fragmentos orquestales –además de la obra de Chueca que abrió el concierto, el intermedio de Los burladores de Sorozábal, el preludio de Los borrachos de Giménez, estupendas piezas ambas y poco interpretadas, así como el más popular, pero no por ello menos intenso y envolvente intermedio de La leyenda del beso-, interpretados con brío, con el apropiado pulso rítmico, ardor, y acentos apasionados absolutamente imprescindibles en el género zarzuelístico en particular y en la música española en general. La orquesta estuvo a la altura y sonó como pocas veces. Uno aprovecha para proponer al Teatro de la Zarzuela la programación de la referida Los Burladores, magnífica obra de Pablo Sorozábal que no hay manera de ver.

Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela

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