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Crítica: Tamara Rojo en el Teatro Campoamor de Oviedo

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Autor: Aurelio M. Seco
25 de marzo de 2010
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Tamara Rojo

 La Voz de Asturias (25/03/10)

Lugar: Teatro Campoamor. Fecha: 23 de marzo. Ciclo: Festival de Danza

VER-DE ESMERALDA A TAMARA ROJO

Poder ver a Tamara Rojo interpretar el papel de Esmeralda es un privilegio de difícil comparación. La  sutil gracia con la que se recrea ante personaje, su pulcritud, seguridad y brillante técnica dotan al rol de un encanto especial que fascina. Tamara Rojo es la bailarina de la "acttitude" perfecta, de los "fouettés" inacabables, de los equilibrios sobrehumanos, en fin, una bailarina irrepetible cuyas actuaciones hay que guardar como oro en paño. Como ya hiciera en el 2004, volvió a encandilar a un Campoamor lleno a rebosar, en una velada muy entretenida y variada. Junto a  la española, la función tuvo otro inesperado  aliciente: la fulgurante presencia del bailarín ruso Mikhail Lobukhin que, desde su aparición en escena con el "Don Quijote" de Marius Petipa, a quien se dedicó la velada, mostró todas las cualidades de los más grandes bailarines. Lobukhin maravilló por su presencia y  actitud, que incluso lograron dejar en un segundo plano a  Marianna Ryzhkina, una gran bailarina que, a su lado, parecía palidecer un tanto a regañadientes, pero forzada por la radiante energía de un bailarín extraordinario. Elevaciones gloriosas, giros de vértigo y un sentido interpretativo descomunal le hicieron merecedor de los mayores aplausos de la noche, junto a los recibidos por nuestra Premio Príncipe de las Artes. La velada ofreció la oportunidad de asistir al estreno absoluto de "Latido", un trabajo bailado y coreografiado por Lola Greco, ya recuperada de una lesión en la rodilla que, hace unos días, le impidió poner en escena "Fedra" en el Teatro Jovellanos. Es una creación digna, llena de carácter y concisión, que si la ponemos al lado de la portentosa pulcritud técnica de la velada se resiente mucho, pero que si la tomamos según los criterios de la danza española, sale muy bien parada por su creatividad y amplitud de recursos estéticos. Ricardo Cué también enseñó dos de sus trabajos: "El último encuentro" y "El cisne". El primero, de corte dramático y estimulante; el segundo, quizás demasiado expresivo e incluso exhibicionista, estuvo alejado de la intimidad que parece consustancial a la música y a lo que se cuenta. Para variar, el cisne fue un hombre, David Makhateli, que obtuvo una notable recreación. Romel Frometa acompañó mejor en "La Esmeralda" que en "La bella durmiente", donde sus notables condiciones técnicas parecían no adquirir suficiente vuelo. También gustó Natalia Kremen en "Giselle", por la placidez y ductilidad de unos movimientos de difícil recreación. Tamara Rojo dibujó un "Cisne blanco" delicado, de fascinante diseño gestual. El peralte del escenario del Campoamor y el ruido que puntualmente produjo el suelo incomodaron las interpretaciones de una velada de cuidada factura, una "Noche de ballet con Tamara Rojo" pero también con Mikhail Lobukhin, en la que  además se pudo ver el lado más humano de la bailarina española.

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