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CRÍTICA: 'WRITTEN ON SKIN' DE G. BENJAMIN EN EL FESTIVAL DE VERANO DE LA ÓPERA DE BAVIERA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
18 de agosto de 2013

 UN ESTRENO QUE LLEGÓ PARA QUEDARSE

Written on Skin (G. Benjamin). Prinzregentertheater, Múnich. 27/07/2013

 

     La edición del pasado 2012 del festival de Aix-en-Provence se cerró con un acontecimiento de éxito unánime, tanto de crítica  como de público: el estreno de Written on Skin del compositor británico George Benjamin. Desde entonces esta partitura se ha podido ver en Florencia, Amsterdam, Toulouse y Londres, en la Royal Opera House Covent Garden, de donde partió de hecho el encargo a George Benjamin y a Martin Crimp, el libretista, para fraguar una nueva ópera. El festival de julio en la Bayerische Staatsoper de Múnich ha vuelto a apuntarse un tanto, al apostar por este título. Se reponía pues para la ocasión la propuesta escénica firmada por Katie Mitchell y se volvió a contar prácticamente con el mismo equipo de cantantes que había puesto en escena la obra en los citados teatros, con la salvedad de que Bejun Mehta fue en Múnich sustituido por Iestyn Davies.

    George Benjamin es un compositor importante y valioso, al que conviene dedicar unas líneas previas. Fue de hecho el compositor más joven cuya música se haya interpretado en los Proms. Y no por casualidad Messiaen mostró su sorpresa ante el talento de su alumno, al que llegó a comparar con Mozart cuando un joven Benjamin de sólo dieciséis años pasó un tiempo estudiando con él en París. Precisamente de Messiaen son evidentes las influencias en esta partitura de Written on Skin, lo mismo que el aliento de Shostakovich, la herencia de Berg, el influjo de Debussy, la sombra de Mahler o el parentesco con Britten. Todo ello se suma y se entrelaza como un legado singular y prolífico, que se remonta incluso al barroco, y a partir del que Benjamin acierta a componer un estilo propio y personal, de gran interés para el oyente contemporáneo.
 
    El resultado es una partitura nada epidérmica y en absoluto impostada o hueca. Muy al contrario, es una amalgama bien trabada de herencias dispares, como si todo el siglo XX confluyera de repente en una música llena de intensidad, tensión y teatralidad. Estamos además ante un libreto (de Martin Crimp, con quien Benjamin ya trabajara en su primera ópera, Into the Little Hill) con un pulso narrativo extraordinario, en perfecta sintonía con una música inspirada, llamativa y atrayente. La historia, basada en una la leyenda del trovador Guillaume de Cabestanh, Le Coeur Mangé, recogida también en El Decamerón de Bocaccio, se sitúa en Provenza, en el siglo XII, y narra la historia de un rico Protector que encarga a un joven ilustrar un manuscrito sobre su familia. El joven y Agnès, la esposa del Protector, resultan atraerse de un modo irrefrenable. El Protector resuelve finalmente asesinar al joven y fuerza después a su esposa a comer el corazón de su amante. Finalmente, huyendo de la violencia de su esposo, Agnès se suicida arrojándose por una ventana, momento en el que unos ángeles la recogen. Estos ángeles, tres personajes que narran y disponen la acción, son precisamente el segundo nivel narrativo del libreto, resultando tan inspirada o más su intervención que la del trío protagonista.
 
    El título de la obra, Written on Skin (escrito en piel) alude precisamente al encargo del Protector, ese manuscrito ilustrado sobre su familia, un tipo de obra que en aquel tiempo se elaboraba sobre pieles de animales curtidas al efecto. Evidentemente, el título es también una alegoría de todo el trasunto físico y pasional que va dando forma a la ópera, escena tras escena. La piel es al mismo tiempo alegoría de la pureza y de la voluptuosidad. La piel es también ambigua, a veces transparente y porosa, a veces reluctante y violenta.
    Por otro lado, la conjunción de la historia y la partitura, tan bien tratadas ambas además en la puesta en escena de Katie Mitchell, da lugar a un espectáculo operístico de primer orden, de los que no pueden dejar indiferente al espectador. Sin duda, uno de los acontecimientos operísticos más destacados de los últimos años. Nos encontramos ante un estreno que ha llegado para quedarse. De hecho, tras esta primera coproducción entre el Festival d'Aix-en-Provence, la Netherlands Opera de Amsterdam, el Théâtre du Capitole de Toulouse y el Teatro del Maggio Musicale Fiorentino, que se verá después en Tanglewood y en París, ya se prepara otra producción, a estrenar este próximo otoño en Bonn. Ojalá pronto algún teatro español le eche el guante y apueste por ella.

     El reparto que llegaba a estas representaciones de Múnich ha asumido sus papeles de tal modo que se los intérpretes se mimetizan vocal y físicamente con sus personajes de un modo tan natural como elogiable. Christopher Purves, el reponsable de dar vida al 'Protector', es sobre todo un gran actor, en posesión de un timbre atractivo, elocuente. Quizá no sea tan gran músico como gran actor, pero sabe sacar partido a sus recursos y compone un personaje arrollador en escena: violento, visceral, quebradizo... Bárbara Hannigan, además de una intérprete musicalmente irreprochable, es todo un animal escénico, una cantante de entrega total, fiera, voluptuosa, física... Y no por ello resulta menos exacta en su labor vocal. La partitura que Benjamin le depara al rol de Agnès, con esa escritura tan aguda y tan árida, se presta a menudo al grito y a la estridencia. Y sin embargo, Hannigan se sobrepone de un modo admirable a ese constante esfuerzo, con un instrumento brillante y dúctil, logrando entretanto aparecer sensual, a veces adolescente, a veces madura, generalmente frágil y vulnerable. Con una pareja protagonista tan entregada y resuelta, todo fluye con mucha más facilidad y eficacia. Junto a ellos, en su doble labor de Boy/Angel, se encontraba Iestyn Davies, que posee un timbre hermosísimo y destaca en todo momento por la seguridad, elegancia y paradójica naturalidad con la que emite su voz de contratenor. Irreprochable el resto del reparto, compuesto por Victoria Simmonds y Allan Clayton.

    Desde el foso, al frente del Klangforum Wien, una formación de sonido exquisito, Kent Nagano dirigió con su habitual estilo, nítido, transparente, muy expositivo; en suma, más analítico que voluptuoso y, sin embargo, no por ello menos teatral. Durante la hora y media ininterrumpida que dura la ópera, supo vehicular la fuerza y la intensidad inherentes a esta soberbia música.

     En escena, la propuesta de Katie Mitchell destaca no sólo por una detallista y elaborada dirección de actores, sino también por la ingeniosa superposición de tiempos y acciones, algo que logra gracias a una escenografía, francamente inspirada y funcional, a cargo de Vicki Mortimer, soberbiamente iluminada además por Jon Clark. Una espléndida solución escénica, sin duda, a la altura de una música inspirada, conformando todo ello una representación excepcional.

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