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Crítica: «Armida», de Antonín Dvořák, en la Ópera Nacional de Praga

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
2 de junio de 2023

«Armida no es una obra fácil, y no es previsible verla en otro sitio, pero tiene una música de tanto calado y la suficiente entidad como para merecer ser vista por cualquier amante del género lírico. Esta producción es la ocasión ideal»

Nueva oportunidad aprovechada

Por Pedro J. Lapeña Rey
Praga, 19-V-2023, Národní divadlo. Armida [Antonín Dvořák/Jaroslav Vrchlický, basado en La Gerusalemme liberata de Torquato Tasso]. František Zahradníček [El rey Hydraot de Damasco], Alžběta Poláčková [Armida, su hija], Svatopluk Sem [Ismen], Aleš Briscein [Rinaldo], Martin Bárta [Bohumir], Štefan Kocán [Petr], Martin Šrejma [Sven], Jan Šťáva [Ubaldo], Radek Martinec [un muecín], Doubravka Součková [una sirena], Patrik Čermák [un derviche]. Orquesta de la Opera Nacional de Praga. Dirección Musical: Robert Jindra. Dirección de escena: Jiří Heřman.

   El checo Antonín Dvořák fue sin duda uno de los músicos más famosos y reconocidos de su tiempo. Tras la muerte de su amigo Johannes Brahms, probablemente el que más. Sus sinfonías, sus obras de cámara, sus oratorios o sus canciones se oían por todo el continente. Fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge y durante tres años fue el director del conservatorio de Nueva York. Sin embargo, hubo algo que se le resistió: la ópera, y más que la ópera, el ver sus obras representadas fuera de Praga. Compuso diez, y salvo contadas ocasiones, no tuvieron el reconocimiento que esperaba. En el pequeño museo que tiene dedicado en la ciudad nueva de Praga, podemos ver la película Dvořák, ¿el europeo?, producida en el año 2002, donde entre multitud de anécdotas sobre su vida, se detalla como ni siquiera pudo ver estrenada en Viena su ópera más popular: Rusalka. Cuando Gustav Mahler, el director de la Hofoper –la Ópera Imperial– la quiso programar hubo problemas de papeleos y contratos. Cuando estos se resolvieron, Mahler se lo pensó mejor y la descartó, temiendo que su estreno no fuera un éxito claro.

   Rusalka fue entrando muy lentamente en los teatros checos –Brno y Pilsen– y en otras ciudades del Imperio Austrohúngaro como Liubliana, Zagreb, Bratislava o Viena –aquí el estreno no fue en la Hofoper, sino en un pequeño teatro por una compañía privada en 1910–. Es curioso que se viera mucho antes en España –tanto en el Liceo como en el Real en 1924– que en EE. UU. (1935), Gran Bretaña (1950) o Francia (1982). Del resto de sus óperas, solo Jakobín o El diablo y Catalina se programan de manera habitual en Chequia. El resto ni eso. 

   Aún peor fue el destino de Armida, su última ópera, a la que se dedicó en exclusiva los últimos años de su vida, tras el estreno de Rusalka el 31 de marzo de 1901. Buscó un libreto adecuado durante más de un año y medio pero no lo encontró. Poco después, el dramaturgo Jaroslav Vrchlický le comentó que 14 años antes, le había ofrecido uno sobre Armida –basado en la traducción al checo del relato de Torquato Tasso La Gerusalemme liberata que describe la Primera Cruzada con la fantasía propia de la época– pero Dvořák lo había rechazado. Como cualquier ópera que se precie, tenía su historia de amor entre una soprano y un tenor con un barítono tratando de evitarlo. La princesa siria musulmana, hija del Rey Hydraot, y que además posee poderes mágicos es Armida. El cruzado francés cristiano del que se enamora es Rinaldo, mientras que Ismen, el sultán de Siria, es el mago maléfico que se da cuenta de que sus tropas son mucho menores que las del potente ejército cruzado. Es él quien convence a Hydraot de enviar a Armida –de la que está enamorado aunque ésta le rechaza una y otra vez– a sembrar la discordia entre los cristianos y así hacerlos mas vulnerables. De esta manera, Dvořák se encontraba por fin con un libreto mezcla de fantasía y realidad, de epopeya y de cuento de hadas. Aunque seguía sin gustarle, finalmente se decidió a seguir con él al no encontrar otro mejor. A su favor, la historia recordaba en ciertos aspectos al Tannhäuser de Richard Wagner –y esa lucha entre el amor y la pasión carnal versus las obligaciones hacia lo sagrado– lo que le daba esperanzas de cara a su exportación al extranjero. En su contra, un texto arcaico, difícil, con versos mediocres y rimas torpes.

   Siguió adelante. Tardó casi año y medio en componer la música, donde se encontró con muchos problemas. La escritura es de una riqueza tremenda, fruto de toda una vida en el oficio. Consigue de manera magistral el mostrarnos el ambiente exótico de Oriente. Tiene tintes cada vez más wagnerianos y usa los leitmotiv de manera efectiva y muy original. La orquestación es rica, opulenta y llena de colorido. Las escenas entre Armida y Rinaldo rezuman sensualidad y pasión. Sin embargo, salvo en algún que otro pasaje, fracasa en algo que nunca le fallaba en sus composiciones: esa sucesión de melodías inolvidables perfectamente reconocibles que inundan sus obras, y que son tan importantes para que una ópera se haga popular. En las memorias del compositor Leoš Janáček, invitado por Dvořák al estreno y que le acompañó los días previos al mismo, nos cuenta: «Nunca había visto a Dvořák tan enfadado y exasperado como durante el ensayo general de Armida».

   Tras el estreno, la ópera se ha representado en el Teatro Nacional de Praga en contadas ocasiones –no llegan a 100 funciones en 3 producciones diferente durante 120 años–. En el resto de la República checa poco mas –9 producciones entre Brno, Pilsen, Olomuc, Ostrava y Limerec– y nunca se cumplió su objetivo de tener éxito en el extranjero: sólo consta una interpretación en Bremen en 1961. Eso sí, con una Armida de excepción: Montserrat Caballé.

   Así las cosas, el Festival de la Primavera de Praga junto al Teatro Nacional han unido sus fuerzas para darle a la obra una nueva oportunidad de la mano de un viejo conocido: Jiří Heřman, el director de la Opera Nacional de Brno. Ya hemos comentado a raíz de alguna de sus producciones allí como La pasión griegaDesde la casa de los muertos que es un director que se encuentra como pez en el agua en obras donde predomina el simbolismo, lo fantástico o lo irreal, y que no tiene miedo a enfrentarse a los temas religiosos. Además, tiene una cualidad de la que carecen la mayor parte de sus colegas hoy en día: sus producciones son visualmente muy atractivas –es como ver un cuadro detrás de otro–. Podrás estar de acuerdo con sus planteamientos o no, pero teniendo en cuenta que no hay día que no vayas a la ópera que no te restrieguen por la cara el podrido mundo en el que vivimos, donde todo feo, sórdido y oscuro, con el Sr. Heřman garantizas que al menos saldrás del teatro con una sonrisa. Tampoco necesita dar explicaciones adicionales o escribir un «libro de instrucciones».

   Su producción es directa, sencilla y muy bella, gracias entre otras cosas a la atractiva escenografía de Dragan Stojčevski, a la muy correcta iluminación de Daniel Tesař y al vestuario diseñado por Zuzana Rusínová, muy actual pero respetando los elementos del pasado, siempre de manera adecuada. Armida sale a escena en el palacio de su padre con un precioso vestido de color verde, a juego con las cortinas y los sofás del salón. Está deslumbrante, desprendiendo glamur. Es el «instrumento» perfecto para crear discordia entre los cruzados. Estos visten de sacerdotes con alzacuellos pero llevan espadas como en el S. XI, ningún revólver ni ningún kalashnikov. Por su parte, los derviches, con su túnica blanca de amplio vuelo y su sombrero rojo, y que danzan en diversos momentos de la obra, son la viva imagen de la elegancia. Lo demás se mueve entre el misterio y el simbolismo, pero siempre agradable a la vista. El único punto discutible fue el esqueleto de dragón con el que simboliza de manera omnipresente al mago Ismen. El dragón, símbolo del mal que éste encarna, aparece puntualmente en el libreto como una aparición. Sin embargo, el Sr. Heřman lo saca a escena siempre que aparece éste, como si fuera su sombra, lo que provocó cierta hilaridad en buena parte del público en los dos últimos actos, con la consecuente pérdida de tensión dramática que nos provocó al resto.

   En el foso, Robert Jindra, director musical de la Ópera Nacional, se mostró mas contundente que misterioso. Dominó la obra y sacó un excelente partido de la orquesta con brillantez, sonido compacto y un adecuado pulso dramático, aunque por momentos, por ejemplo en la bellísima escena de los dos amantes en el jardín del desierto, eché en falta mas atención al detalle y un trazo mas fino. También adecuado el coro, enérgico el masculino de los cruzados, y seductor y colorido el femenino.

   El elenco vocal fue mas que notable. Alžběta Poláčková y Aleš Briscein encarnaron una pareja perfecta desde el punto de vista escénico, aunque no llegaran a tanto en el musical. La voz de ella es de calidad, rica en armónicos, aunque quizás le falta algo de peso para una Armida. Solventó con soltura su hermosa aria inicial gracias a su agudo amplio y sonoro, aunque detectamos debilidades en los registros central y grave. El resto de la velada cantó con enorme expresividad, desplegando distintos matices y acentos, mostrándose verdaderamente guerrera en sus enfrentamientos con Ismen, seductora y lírica con Rinaldo, y bordando la escena final donde tras matar a Ismen y dejar que Rinaldo acabe con ella, le pide que la bautice para reencontrarse con él en el cielo. Por su parte, a él se le van notando los años sobre todo en un papel tan exigente y duro como éste, y aunque sigue teniendo carisma y tirón en el escenario, el timbre va perdiendo color.

   Toda una sorpresa fue el Ismen del barítono Svatopluk Sem, de lo mejor de la noche. Voz potente, bien colocada, de apreciable volumen y timbre baritonal, fue un mago autoritario y seguro de sí mismo en los dos primeros actos, que va evolucionando a sibilino y astuto en los dos últimos, para ser capaz de conseguir sus objetivos. También notable Stefan Kocán en el imponente papel del ermitaño Petr y František Zahradníček como el rey. Martin Bárta interpretó bien a Bohumir, el líder de los cruzados, aunque sonó menos poderoso de lo que esperas de un jefe. Por su parte, Doubravka Součková llenó de glamur el breve papel de la sirena, y Martin Šrejm y Jan Šťáv cumplieron como Ubaldo y Sven, los dos cruzados que «rescatan» a Rinaldo de las «garras» de Armida.

   ¿Objetivo cumplido? Creo que sí. Armida no es una obra fácil, y no es previsible verla en otro sitio, pero tiene una música de tanto calado –bien es verdad que sin ser «pegadiza»– y la suficiente entidad como para merecer ser vista por cualquier amante del género lírico. Esta producción es la ocasión ideal. El público del estreno la aplaudió con ganas durante cerca de diez minutos. Esta función formaba parte del Festival, pero a partir de ahora se queda en el repertorio del Teatro Nacional, por lo que estará al alcance de cualquiera.

Fotografías: Zdněek Sokol/Teatro Nacional de Praga.

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